Vivaldi fue un compositor magistral pero un inepto administrador de su patrimonio.
Es la contradicción que define a muchos grandes genios de la artes y que en el caso del Prete Rosso supuso que muriera acuciado por una caterva de acreedores pisándole los talones.
Ese desenlace lamentable también fue consecuencia del colapso de su fama en sus últimos años de vida, cuando su música empezó a ser considerada una manifestación demodé.
Sus manuscritos los salvó in extremis su hermano Francesco, antes de que se ejecutara el embargo de sus bienes.
Aquel legado atravesó los siglos sufriendo todo tipo de vejaciones: se transportó en carretones de estiércol, se custodió en húmedos y polvorientos desvanes, se puso en almoneda, se plagió con descaro, se cercenó…
En El caso Vivaldi (Turner) el flautista y director de orquesta Federico Maria Sardelli reconstruye ese indigno (e indignante) itinerario.
Lo hace a partir de documentos que ha rastreado en archivos, novelando lo justito para articular la narración, en la que afloran dos héroes civiles a los que debemos que hoy la música de Vivaldi sea uno de los reclamos más populares en nuestros auditorios.
Son el musicólogo Alberto Gentili y su amigo Luigi Torri, director de la Biblioteca Nacional de Turín durante el régimen mussoliniano.
Ambos lograron devolver a la luz aquel caudal de notas, sorteando a jerarcas y adlátares fascistas tan conspicuos como el mismísimo Ezra Pound.
Pregunta.- Al final del libro, en un ejercicio de transparencia, cita las fuentes en las que se ha basado. ¿Cuándo y por qué decidió que todo ese conocimiento que iba acumulando debía ser contado?
Respuesta.- Es poco común citar las fuentes historiográficas en una novela.
Lo he hecho porque cualquier lector podría tener la curiosidad de profundizar o indagar más a fondo en cualquier aspecto de la trama.
Hacía muchos años que tenía ganas de contar esta historia increíble y al mismo tiempo real.
Tenía a disposición muchos documentos y testimonios.
Al final me decanté por una novela en lugar de un ensayo porque la historia era ya muy novelesca por sí misma y porque la novela suele llegar a más lectores.
P.- Su libro había planteado muchas dudas acerca de su género pero usted no tiene ninguno en calificarla de novela.
R.- Sí, la pregunta recurrente es cuándo termina la historia y cuándo empieza la invención, y viceversa.
Si yo no hubiera escrito la nota final sobre las fuentes y si no hubiera advertido al lector de que casi todos los hechos acontecieron realmente, creo que todo el mundo hubiera recibido el libro como una novela pura y dura.
Y lo es, pero he preferido voltear mis cartas y aclarar que el 90% de lo que se cuenta es cierto.
Las invenciones puntuales sirven para articular la narración y hacerla más viva, nada más.
Luego, hay una dosis de arbitrio ineludible (que algunos llamarían creación literaria), debida a la falta de algunos documentos y a la necesidad de dar voz y realismo a los personajes.
P.- ¿Cómo describiría la importancia de los hallazgos del profesor Gentili y su asistente? ¿Cuál es nuestra deuda con ellos?
R.- Yo en el libro los llamo héroes.
Yo en general no amo a los héroes y estimo poco aquellos que se lanzan contra el enemigo con sus armas en ristre; pero existen héroes civiles y silenciosos, y Gentili es uno de ellos.
Sin él, no tendríamos hoy a Vivaldi.
Debería ser recordado con una placa o un busto en todos los conservatorios de Italia, y sin embargo nadie le recuerda ni conoce su gesta.
Este libro, que habla de memorias perdidas (la memoria de Vivaldi y la de dos niños hebreos muertos prematuramente), también es un homenaje a Gentili y Torri, con la intención de devolverlos a la luz.
P.- ¿Cómo se explica que Vivaldi cayera en el olvido al final de sus días después de haber sido un compositor tan ‘cotizado’?
R.- Los motivos del olvido de Vivaldi son complejos.
Hay que considerar sobre todo que la música, en la Italia barroca, era consumida de manera vertiginosa y estaba muy expuesta al vaivén de las modas.
Una obra con sólo un año de vida podía ser relegada al limbo porque no le interesase ya a nadie.
En este contexto de fuerte consumismo musical, Vivaldi llega al final de su carrera como un compositor ‘viejo’, ya trillado, pasado de moda.
Los últimos años de su vida son dificilísimos porque se esfuerza enormemente en conseguir nuevos encargos.
Tras su muerte, se le olvida rápido.
Piense, por ejemplo, que diez años después el copista veneciano Iseppo Baldan copiará para la corte de Dresde mucha música de Vivaldi cambiándole el nombre vendiéndola como obras de Baldassarre Galuppi: Vivaldi no era ya comercial en aquella época.
A esta situación, añadamos la desaparición del archivo personal de Vivaldi, miles de manuscritos de su corpus.
Y así tenemos el olvido completo.
P.- ¿Qué ha sentido al ‘reconstruir’ al detalle las circunstancias en que murió y el trato que recibió su legado: vergüenza, indignación, impotencia, satisfacción por haber sido capaz de reconstruir su azaroso itinerario y señalar con nombres y apellidos los responsables de tanta infamia?
R.- He sentido exactamente todo eso que dice: vergüenza, indignación, impotencia y, finalmente, satisfacción.
Hacía tantos años que quería contar esta historia…
Y cada vez que me encontraba contándola en conferencias o conversaciones, afloraban en mi todos esos sentimientos.
Cómo fue posible que sus manuscritos acabaran cargándose en un carro de estiércol.
Cómo fue posible olvidarlos en un desván y después usarlos sólo con ánimo de lucro.
Era necesario por mi parte contar esta historia vergonzosa y reivindicar el mérito a los héroes todavía desconocidos, gracias a los cuales podemos conocer hoy a Vivaldi.
P.- También aprovecha El caso Vivaldi para saldar cuentas, aparte de con la Iglesia, con Ezra Pound. ¿Se la tenía guardada?
R.- Cuando escribí el libro no tenían ninguna intención de criticar ni a la iglesia ni a Pound. Pero la realidad de los hechos y su concatenación es absolutamente reveladora contra los dos. La verdad que en esta historia los curas y los fascistas salen muy mal parados.
Y la responsabilidad no es del narrador, conste, sino de ellos mismos: fueron los salesianos quienes amontonaron los manuscritos de Vivaldi sobre el barro, fueron ellos quienes los olvidaron y luego los utilizaron para lucrarse, faltando al deber de custodiarlo que les había encargado el donante de esos fondos.
Y Pound, como sus amigos fascistas, que utilizaron a Vivaldi con fines propagandísticos, es, sí, un verdadero amante de la música, pero también un prepotente que pisoteó el trabajo de Gentili y Torri por simple vanidad personal.
P.- ¿Sospecha que todavía queda música de Vivaldi por descubrir? ¿Dónde podría estar?
R.- Comparo habitualmente a Vivaldi con un volcán todavía en plena actividad. Otros volcanes, como Bach o Händel, están casi apagados y nuevos hallazgos serían rarísimos.
Pero el olvido secular de Vivaldi ha tenido, a pesar de tantos desastres, una ventaja: que hoy la musicología vivaldiana es una rama joven ante la que todavía se abren nuevos horizontes a descubrir.
Y no pasa un año sin que aparezcan nuevos manuscritos en cualquier parte del mundo.
¿Dónde? En los lugares más impensables: la ópera Moctezuma se encontraba en Kiev, el concierto para flauta Il gran Mogol ha emergido en Edimburgo, yo mismo he descubierto hace poco tiempo una nueva composición vivaldiana entre los anónimos de Dresde.
La búsqueda del tesoro continúa y promete siempre nuevas sorpresas.
P.- ¿Por qué conecta tan bien hoy las partituras del Prete Rosso con el público contemporáneo?
R.- Vivaldi gusta porque tiene una extraordinaria carga rítmica y una vena melódica que fascina de inmediato.
Parece un compositor ‘fácil’ porque entra rápido en la percepción de todo, sin necesidad de de disponer de un bagaje crítico.
Pero esto es también un riesgo: Vivaldi no es ni fácil ni ligero: posee un profundidad y una intensidad que va más allá de una escucha superficial.
En esto es muy similar a Mozart: todas sus pieza gustan desde el principio pero detrás de la aparente simplicidad hay un universo complejo y refinado que merece un serio trabajo de profundización.
P.- ¿Cree que la eclosión de la música vivaldiana implica el riesgo de desvirtuarla a base de versiones superfluas y efectistas?
R.- El gran riesgo de nuestros días es precisamente ese: Vivaldi se ha convertido en un compositor de moda, casi una figura pop.
Y esta difusión y percepción ha hecho que grupos barrocos lo desnaturalicen y a lo interpreten superficialmente.
Yo no tengo problema con escuchar a Vivaldi transformado en una canción de rock, o incluso deformado como melodía de espera telefónica.
Pero lo que me horroriza de veras son algunas interpretaciones presuntamente ‘filológicas’, hechas por grupos célebres con sus instrumentos de época: un diluvio de efectos especiales, golpes violentos de arco, dinámicas llevadas al exceso, búsqueda del impacto a cualquier precio.
Eso no es Vivaldi sino circo. Hay que recordar que las expresiones vivaldianas de Estro, Stravaganza, Invenzione no son hechas para nosotros los intérpretes sino para sí mismo, el compositor: el estro y la extravagancia las ha incorporado ya en la música, no hay necesidad de añadir nuestras invenciones kitsch. Hoy, yo defiendo una aproximación a Vivaldi más respetuosa, más profunda y más clásica.
P.- ¿Cómo empezó usted a enamorarse de la música de Vivaldi y cuál es su pieza predilecta?
R.- Me enamoré cuando era uno niño de 11 años, escuchando el tercer movimiento del Estate, el ‘Tempo impetuoso d’estate.
Yo venía de una infancia plena de Beethoven.
Mi padre era un gran apasionado del genio de Bonn y en mi casa sonaba constantemente su música.
Cuando escuché a Vivaldi, fue una revelación.
Me vi literalmente electrificado. Y todavía hoy, despúes de tantos años, siento el mismo gozo cada que lo interpreto.
No tengo una pieza predilecta: demasiado difícil elegir entre tanta maravilla.
Pero a quien me pregunta qué debe escuchar, por dónde empezar, le contesto siempre: por la música sacra.
Federico Maria Sardelli (Livorno, 1963) es director de orquesta, flautista, caricaturista y escritor satírico, además de unos de los mayores expertos mundiales en Vivaldi.
Es miembro del comité científico del Istituto Antonio Vivaldi, responsable del Catálogo Vivaldiano, y autor de La música per flauto di Antonio Vivaldi (2002).
El caso Vivaldi, galardonada con el Premio Cossimo 2015, es su primera obra traducida al castellano.
Se puede leer el comienzo de esta obra desde este enlace.
Excelente artículo, gracias por compartirlo! !!!!
Es muy satisfactorio conocer a sabios que nos proporcionan tan buenos conocimientos sobre el muchas veces poco ponderado Vivaldi, que tanto ‘piacere’ proporciona. Muchas gracias por el artículo.