Pablo Rodríguez Canfranc |
Isidoro de Sevilla es sin duda una de las figuras más interesantes de la España de la Alta Edad Media previa a la invasión musulmana.
Arzobispo de la capital hispalense desde 599 hasta 636, su influencia como pensador entre los eruditos medievales posteriores es ampliamente reconocida, pero fue además junto con su hermano un decidido impulsor de la conversión de la casa real visigoda del culto arriano al catolicismo.
Su importancia dentro del seno de la Iglesia llevó a su canonización como San Isidoro de Sevilla.
A pesar de lo extenso de su obra, Isidoro no está considerado como un escritor original, dado que, como gran parte de los intelectuales eclesiásticos de esos primeros siglos del medievo, su mayor valor es el haber preservado y sistematizado elementos del saber clásico grecorromano.
Sobre él se ha llegado a afirmar que si bien su filosofía no contiene puntos de vista originales, su legado es el compendio más razonado, más comprensivo y más completo de la filosofía posible en la época, es decir, que sus escritos nos dan una idea de los límites del conocimiento en su tiempo.
Entre sus numerosos libros destaca Historia de regibus Gothorum, Vandalorum et Suevorum o sea la historia de los pueblos godos, vándalos y suevos que invadieron la península durante el siglo V acabando con la hegemonía romana.
Se trata de una obra propagandística que persigue afianzar la asimilación de la presencia visigoda en aquella España en potencia de entonces.
También se cuenta entre sus trabajos más conocidos las Etimologías, en donde resume todo el conocimiento de su tiempo, exponiéndolo ordenado por materias.
Uno de los campos en los que Isidoro aporta conocimientos interesantes es en el de la teoría musical.
La importancia que para él tiene la música en la formación del espíritu es decisiva y también como soporte de otras materias, como afirma en sus Etimologías: “Sin la música, ninguna disciplina puede ser perfecta, puesto que nada existe sin ella”.
Gracias a su libro De ecclesiasticis officiis ha llegado hasta nosotros la forma de los cantos litúrgicos visigodos, alguno de los cuales fue compuesto por el propio arzobispo.
El IV Concilio de Toledo, presidido en 633 por Isidoro, unificó el canto y la oración en Hispania y Galia:
“..Conservemos pues, en toda España y Galia un mismo modo de orar y de cantar, idénticas solemnidades en las misas, una forma en los oficios vespertinos y matutinos; ni en adelante sea diversa la costumbre eclesiástica en nosotros que conservamos una misma fe y vivimos en un reino; pues decretaron los antiguos cánones, que todas las provincias observen iguales costumbres en el cántico y ministerios..”
La obra de San Isidoro pretende explicar la música, sus elementos e instrumentos. Parte de las teorías de Pitágoras que le llegan a través de Boecio y de Casiodoro.
De esta forma, concibe la música como un componente del Quadrivium.
La Mathematica es la ciencia de las cantidades en abstracto y contiene cuatro ramas: Aritmética, Música Geometría y Astronomía.
La música es la ciencia que trata de los números que esconden los sonidos.
Al Quadrivium le dedica Isidoro el Libro III de sus Etimologías y trata la música del capítulo XIV al XXIII.
Isidoro divide la música en armónica, rítmica y métrica.
La armónica es la que distingue unos sonidos de otros (agudos-graves); la rítmica es la que trata de la fusión del sonido y la palabra, y la métrica estudia las diferentes formas de verso.
También habla de música armónica, orgánica y rítmica, siendo la primera en la que el sonido procede de la voz; la orgánica cuando procede de un instrumento de viento, y finalmente, la rítmica, como su propio nombre indica, la que procede de la percusión.
Existe una obra, Institutionum Disciplinae, que Ramón Menéndez Pidal atribuye sin dudarlo a Isidoro, a pesar de que otros expertos cuestionan la autoría, y en la que se expone el sistema educativo de esa sociedad hispanogoda en la que vivió nuestro arzobispo.
En ella se destaca la importancia de la música entre las disciplinas que debe aprender un joven noble de la época:
“Debe retener también el arte de la jurisprudencia, abarcar la filosofía, la medicina, la música, la geometría, la astrología, y de tal forma se halle adornado de estas disciplinas todas que no pueda de ningún modo parecer desconocedor de las artes más nobles.”
De acuerdo con Menéndez Pidal, el mancebo de alta sociedad recibía enseñanzas de corte clásico, gramática y música, combinadas con otras de origen godo, de acuerdo con su interpretación de los contenidos del Institutionum, que dice literalmente “en el ejercicio de la voz debe cantar al son de la cítara gravemente, con suavidad, y no cantares amatorios o torpes, sino preferir los cantos de los antepasados (carmina maiorum), por los cuales se sientan los oyentes estimulados a la gloria”.
Ramón Menéndez Pidal defiende que San Isidoro recomendaba educar a la juventud visigoda en los carmina maiorum o los cantos épicos que entonaban sus antepasados godos antes de las batallas, algo que a su juicio, era completamente ajeno a la costumbre romana.
La finalidad de estas canciones era que los oyentes se sintieran incitados a la gloria.
Y cita un testimonio del historiador griego Prisco que relató la reacción del público en un banquete del huno Atila en el que dos cantores comenzaron a recitar un poema épico: “Los convidados tenían los ojos fijos en los cantores: unos se deleitaban en la poesía; otros, recordando las guerras, sentían enardecerse su ánimo; otros, cuyo cuerpo enflaquecido por la vejez les condenaba a la inacción, no podían contener las lágrimas”.
Las ideas sobre la música de San Isidoro son apreciadas y citadas profusamente a lo largo de la Edad Media por autores como Aureliano de Réomé, Hucbaldo, Engelberto, Aegidius Zamorensis, Jerónimo de Moravia, Odington o Marchettus de Padua.