Con el cambio de milenio, en Huelva han surgido iniciativas que están enriqueciendo el panorama cultural de la ciudad.
Una de ellas es el ciclo de Música Antigua y Arquitectura, música que anualmente promueven la Universidad y el Puerto onubenses bajo el beneplácito del Obispado.
Edición tras otra se ha ido perfilando una sensibilidad especial por música selecta, en torno a la que se congregan eruditos y aficionados.
Familiarizarse con un repertorio que huye de la potencia y el relumbre de las orquestas y coros populosos hace que en el oído se abran otras perspectivas.
La música que se enmarca en lo eclesiástico suscita una unión perfecta entre partitura, intérprete y público; parece resonar en nuestros adentros el arte del pasado más universal.
Nadie mejor que Bach para estas premisas estéticas.
Las jóvenes andaluzas Irene Gómez y María Silvera, recurriendo a la mitología griega en el epígrafe de su dúo, ofrecían las sonatas para viola da gamba y clave del alemán.
Versiones dignas de unas partituras que reflejaron las abundantes concomitancias de la sonata en trío, el concierto y la sinfonía a la barroca.
Tocaron con estilo solemne, contorneado por bonita expresividad no exenta de timidez.
Máximo rendimiento en la B.W.V. 1028, cuyo desenvuelto allegro desembocaría en un andante hermosísimo, de pulcros finales de frase y gustosas texturas que contrastaban a ambos instrumentos; supieron culminar su musicalidad en un último tiempo de calado dramático, precisamente después de una pronunciada pausa que anticipaba el episodio central en modo menor.
Aunque tuvo un discurso poderoso, la Sonata en sol menor fue un listón alto para la viola da gamba, que flaqueó en los agudos del vivace inicial; llamaba la atención un adagio demasiado literal.
Y durante la sonata B.W.V. 1027 hubo un plácido primer movimiento y en general una lectura académica tornada fatigosa en el Último.
Fueron un acierto sendas participaciones individuales que valían de interludio al monográfico Bach.
Aquí la música se despojaba de toda competitividad; no había sitio siquiera para el lucimiento: Irene nos regaló una obra en dos secciones de espíritu contemplativo semejante a la zarabanda con que extrajo lo mejor de la viola da gamba(graves imponentes proyectados sin fin y unas cuerdas compuestas muy bien timbradas) y María recreaba el ambiente salonístico con dos piezas: una sentimental de ostinato con efecto de vaivén y otra nostálgica de discretas variaciones.
Subjetivas e inconcretas las notas al programa: un repertorio como las sonatas para viola da gamba de Bach merece apuntes y cronología sin estar destinados a especialistas; pero con ese incentivo para que el oyente profundice e indague después del concierto.
Fuente huelvainformacion.es
Música y arquitectura gran union