Cada 1 de enero, deambulamos de la cama al comedor en pos de un ritual persistente: ver el concierto de Año Nuevo desde el Musikverein de Viena.

Reconozcamos una pizca de ironía en eso de mirar tanto frac parapetados tras nuestro pijama, pero el caso es que allí hay un centenar de señores haciendo música de baile para que la gente no baile.

Todo lo más, para que den unas palmaditas con la Marcha Radetzky.

La conclusión es que no se ven muchos cambios de un año a otro.

Son siempre las mismas caras y músicas similares aludiendo a reiterados paisajes comunes.

Lo único que varía es el caballero que agita la batuta sobre el podio.

Cada año es uno distinto (esta vez el honor es de Gustavo Dudamel).

Pero claro, siempre uno.

Nunca una.

¿Será que no hay directoras de orquesta?

Para empezar habría que aclarar para qué sirve un director de orquesta.

Si nos tomáramos el trabajo de aprender a tocar un instrumento musical por la vía tradicional, pasando buena parte de nuestra infancia y adolescencia en conservatorios, caeríamos (tarde) en la cuenta de que nos han tomado el pelo: eso que aparece en la partitura no es la música.

Es más bien una foto borrosa de ella.

El fuego que la habita está en otra parte, y al contrario de lo que nos ocurre al mirar un cuadro impresionista, que va ganando definición con cada paso atrás, una partitura se va haciendo más confusa a medida que nos alejamos en el tiempo.

Esos papeles que colocan sobre sus atriles los músicos de la Filarmónica de Viena incluyen un cartel invisible que dice «Ponga aquí su personalidad», donde el músico y su manera de entender la realidad reinterpretan el mundo.

Pero cuando son muchos los músicos, es necesario alguien para concertar estas voluntades expresivas, un narrador que decida qué relato se impone, qué se transmite en primer término y con qué sonoridades concretas se traslada al oyente.

El director (o directora) de orquesta buscará un equilibrio entre las distintas secciones, fijará el estilo musical del conjunto, y ejercerá de faro de Alejandría para evitar los naufragios rítmicos que acontecen en cada concierto.

Al ser el único que conoce no una, sino todas las partes de la obra, el director musical adquiere una vista de pájaro que los demás no intuyen.

De entre ellos, solo los mejores son capaces de hacer de este manual de lo imposible algo bello y significativo a todos los niveles.

Mientras que la incorporación de la mujer al mundo de la interpretación musical ha sido paulatina, la velocidad a la que se ha integrado a la dirección orquestal se asimila más a un ritmo de tortuga.

Apenas un 10% de quienes andan al frente de las orquestas son mujeres, y únicamente una o dos de ellas se asoman habitualmente a los balcones rutilantes de las mejores orquestas.

¿Por qué se va tan despacio?

El aprendizaje de la dirección de orquesta se ha entendido durante años como una disciplina maestro/discípulo, donde poca cabida podía tener la mujer.

Mientras que la base musical (el intérprete) se ha ido transformando, la cúspide (el director) variaba con ritmos casi geológicos.

Con todo, también cambian las cifras en relación al tipo de institución de la que se hable: hay alrededor de un 30% de mujeres instrumentistas en la Orquesta Nacional de España, porcentaje que triplica largamente al de la Filarmónica de Viena, que apenas llega al ocho.

La primera titular

Pero vayamos hacia atrás para coger perspectiva.

En 1965, la historia grande de la música hablará de Bob Dylan sonando en la radio a todas horas con Like a Rolling Stone, de los Doors fundándose entre borracheras y de cómo cuatro locos probaban suerte a las afueras de Londres bajo el nombre de Pink Floyd.

Pero en alguna biografía mínima debería figurar cómo Marin Alsop, de nueve años, observó fascinada un concierto en Nueva York dirigido por Leonard Bernstein, y de cómo decidió en aquel momento que ese era el lugar al que indefectiblemente pertenecía.

Dos décadas y media más tarde había fundado dos orquestas, acompañaba a Bernstein en sus giras internacionales y aparecía poco después en todas las portadas por ser la primera mujer nombrada titular de una orquesta de primera línea del circuito, la Baltimore Symphony Orchestra.

No es ni mucho menos un hecho aislado:

Susanna Mälkki, Emmanuelle Haïm o Simone Young llevan más de 20 años consiguiendo desterrar la cara de asombro de algunos espectadores ante su presencia en los auditorios.

Tal vez la última perla de este mar cada vez más felizmente revuelto sea la lituana Mirga Gra~inyt´-Tyla.

En 2015 y con 29 años dirigió por primera vez a la City of Birmingham Symphony Orchestra, una de las agrupaciones más reputadas del ámbito europeo.

Hoy es su titular y ha generado una corriente de entusiasmo a su alrededor que recuerda por momentos a la fascinación que algunos directores ejercían a mediados del siglo pasado.

Manos y gestos que hablan

España, por una vez tratándose de cultura, no llega a este tren con retraso.

La de Virginia Martínez (1979) no ha sido probablemente una carrera mediática ni su ascenso meteórico, pero es una de las batutas más sólidas y trascendentes dentro del panorama nacional.

Y lo es desde cualquier prisma desde el que se quiera analizar.

Directora titular de la Orquesta Sinfónica de la Región de Murcia, de formación vienesa y larguísima trayectoria, ha elegido dónde y cuándo quiere estar, rechazando todas aquellas quimeras que no fueran las propias.

«Tenía muy claro el tipo de vida que quería priorizar. Hoy me dedico a lo que me gusta, con una orquesta maravillosa y un volumen de viajes que yo dosifico.

Mis músicos se dejan el alma en cada ensayo y con mis manos o mis gestos digo todo aquello que necesito decir.

Después de cuatro años la ilusión, que es un elemento deseable pero no exigible para un músico, nos sigue embargando sin asomo de estancamiento artístico».

Tampoco parece preocupada por la ausencia de mujeres en los arranques musicales de cada año por televisión: «Soy consciente del historial de injusticia sobre la mujer, pero no ha sido mi caso -continúa Virginia-.

Era la única chica en clase de dirección y eso no supuso obstáculo alguno en mi carrera más allá de la anécdota de algún comentario.

Pero tampoco confundamos el ritmo de la Filarmónica de Viena, que es pura tradición, con el del la paulatina incorporación de la mujer al mundo de la dirección.

La tendencia es clara y la realidad musical se irá imponiendo.

Démosle un poco más de tiempo… Vamos llegando».

Escrito por MARIO MUÑOZ para MujerHoy.com

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