Cristóbal de Morales (Sevilla, 1500 – Málaga o, según otros, Marchena, 1553) es el principal representante de la escuela polifonista andaluza y uno de los tres grandes, junto a Tomás Luis de Victoria y Francisco Guerrero, de la composición polifónica española del Renacimiento.
Su música es vocal y sacra, con sólo un par de excepciones.
Es, sin duda, el mejor compositor español de toda la primera mitad del siglo XVI y su fama, que se extendió inmediatamente por Europa, pervivió durante los siglos siguientes.
Morales se formó como niño cantor del coro de la Catedral de Sevilla, junto al poeta y maestro de capilla Pedro Fernández de Castilleja y al insigne Francisco de Peñalosa, importador de la técnica flamenca.
Su segundo puesto profesional, en 1526, fue el de maestro de capilla de la catedral de Ávila.
En 1529 pasó a la de Plasencia, donde desempeñó el cargo hasta 1532, mereciendo el reconocimiento del Cabildo por el esfuerzo dedicado a las tareas de enseñanza.
No hay duda de que Morales era un cantante notable y cuando en 1535 viajó a Roma, el propio Paulo III se ocupó de hacerlo entrar en el coro papal, en el que permaneció hasta 1545; ésta es al menos su propia versión.
En la capilla papal Morales disfrutó del contacto con algunos de los más notables compositores del momento, miembros también del coro, como Costanzo Festa, Jacques Arcadelt o Nicolas Gombert junto al cual publicó muchas de sus obras en ediciones conjuntas.
En 1545, después de intentar sin éxito conseguir otro puesto en Italia, volvió a España, al quedar vacante el de maestro del coro de la catedral de Toledo.
Allí sustituyó al dimisionario Andrés de Torrentes, un compositor extraordinario aunque escasamente conocido.
La vida profesional de Morales en España se volvió difícil, a pesar del universal reconocimiento que ya entonces merecía su obra.
Hallazgos recientes han confirmado que en los dos años que permaneció en Toledo, Morales continuó componiendo obras magníficas, aunque olvidadas, a la vez que se convertía en maestro de otro de los grandes de la época, Francisco Guerrero, entonces aún adolescente.
Los últimos años los pasó Morales primero en Marchena, al servicio del Duque de Arcos, y finalmente en Málaga, donde protagonizó una relación conflictiva con el cabildo de la catedral, de la que era maestro de capilla.
La obra de Morales ha sido el objeto secular de una polémica estéril, que se prolonga hasta nuestros días, sobre su carácter español o foráneo.
En 1549 Juan Bermudo caracterizó su música como extranjera, y desde entonces nunca ha faltado quien resaltara la influencia de músicos como Josquin Des Prés y Johannes Ockeghem, introducida en España por Francisco de Peñalosa, maestro de Capilla de Fernando el Católico.
Felipe Pedrell y su amigo Francisco Asenjo Barbieri resucitaron a fines del siglo XIX, época de nacionalismo musical, la cruzada para rescatar la imagen “española” del maestro.
Ciertamente no faltan pruebas de continuidad con la tradición y el espíritu de la música ibérica, como el que algunas de sus misas se basaran en melodías tradicionales españolas o su utilización de la armonía.
Otros han usado argumentos menos tangibles, como un supuesto misticismo típicamente hispano, paralelo al de una Santa Teresa, que caracterizaría una obra cargada de “espiritualidad”.
Lo cierto es que Morales se consagró como sacerdote en sus años de Toledo, y que toda su obra es de tema sacro.
Desde luego Morales no es sólo el heredero de una tradición o el precursor de otros, sino un músico genial dotado de un estilo propio con rasgos bien definidos, por ejemplo, su inventiva en materia de ritmo.
Cristóbal de Morales se ocupó antes que nadie, desde sus años en Roma, de la publicación de su obra, que alcanzó enorme difusión y popularidad. Sus partituras se convirtieron en la base para innumerables adaptaciones instrumentales, sobre todo para vihuela, teclado o arpa, que estuvieron entre las más populares para amenizar reuniones privadas.
Algunas aparecen en repertorios como el de 1547 de Enríquez de Valderrábano, o el de 1557 de Luis Venegas de Henestrosa.
No se discute la influencia de Morales sobre la obra polifónica de los compositores cronológicamente siguientes.
Se ha destacado la que tuvo sobre Palestrina, que actúa de puente con el muy posterior Tomás Luis de Victoria.
Palestrina, por ejemplo, basó una de sus misas en el motete O sacrum convivium.
El propio Guerrero resaltó con orgullo su deuda hacia Morales, del que declara que había aprendido lo suficiente como “… para poder emprender cualquier magisterio”.
La obra musical reconocida y publicada de Morales, a falta aún de mucho esfuerzo de recopilación, se clasifica en:
22 misas a 4, 5 y 6 voces.
81 motetes.
18 magníficats.
11 himnos.
Cinco juegos de «lamentaciones».
Algunas canciones y otras piezas profanas.
Fuente: Wikipedia
Más información sobre Morales
agregaría al genial artículo; Morales fue el músico más interpretado en el Nuevo Mundo (sus dos libro de missas se exportaron a toda américa Latina) y el mismo se encargo -como lo hacían todas los compositores- que alrededor de un cuarto de sus impresos circularan hacía la «Nueva España». En lo personal, lo considero «el» autor, que logro imbricar el estilo y lenguaje neerlandés con la música Española creando un lenguaje personalísimo (recontra místico) y que sería punto de partida para toda la tradición de música Española que vendría después.
Cristóbal de Morales, maestro de maestros…
Los Tres Grandes, antes de que se reunieran para solucionar las guerras mundiales.
Es verdad: uno de los grandes
Creo que en pleno 2015 seguir manteniendo la supuesta superioridad indeleble del triunvirato Morales | Guerrero | Victoria supone incurrir en un error historiográficamente recurrente, pero que a estas alturas debería estar superado.
Otros autores como Alonso Lobo o Sebastián de Vivanco, considerados casi como «residuales», como son Francisco Peñalosa, Alonso de Tejada, Bernardino de Ribera, Juan Esquivel y otros muchos deben comenzar a ser puestos en el lugar que por derecho propio merecen.