Daniel Quirós Rosado | El concierto extraordinario de El Mesías, organizado por el Ciclo Ibermúsica el pasado día 12 de diciembre en el Auditorio Nacional de Madrid, hizo gala a su denominación: “extraordinario”.
Más allá de un análisis detallado del mismo es necesario comenzar alabando la labor historicista de la que hizo gala la agrupación neerlandesa Cappella Amsterdam y la Orquesta del Siglo XVIII, amparadas por el director Daniel Reuss.
Su entrada dejaba claro, desde la sinfonía inicial, que íbamos a contemplar un espectáculo con un cuidado por la interpretación del período y una economía de medios bien resuelta.
Es en este término donde la crítica se temía más punzante, puesto que llenar la Sala Sinfónica del templo madrileño con una agrupación de apenas 24 cantantes corales no era tarea fácil, teniendo en cuenta que en los últimos tiempos nos han acostumbrado a rellenar con decenas o centenares de coristas los denominados “Mesías participativos”.
Y así, este coro holandés no tuvo ninguna dificultad en proyectar su voz de manera admirable por todos los rincones de la magna estancia.
A cada momento que el concierto avanzaba, era más palpable uno de los elementos que el director holandés había decidido explotar al máximo a costa de, quizás, los más puristas.
Más allá de las palabras del texto escrito por Charles Jennens, estuvieron presentes los silencios.
No se trataba de respectar la partitura fidedignamente sino de utilizar unas licencias mínimas pero remarcables, lo que llevó a que cada silencio hiciese estremecer al Auditorio más que el anterior.
El Mesías, la gran obra de Händel, consta de tres partes que deben interpretarse de la manera más contrastante posible.
Hacer una lectura plana y uniforme es, prácticamente, un peccatum mortale que cualquier director debe luchar por superar.
En este caso Reuss pudo contar con unos medios más que notables para tan compleja empresa –desgraciadamente demasiado manida cada invierno-.
No fue una elección muy afortunada la inclusión de una mezzosoprano de carácter italiano para los recitativos y arias händelianos.
No hay duda de que la mezzo chileno-sueca Luciana Mancini, a quien conocemos por sus inspiradas interpretaciones latinas junto a L’Arpeggiata, posee una gran voz, pero la Sala Sinfónica del Auditorio pareció, aún con mucha expresividad, no adaptarse a su instrumento.
Algo parecido le sucedió al tenor Andrew Tortise, quien empezó tan frío como la temperatura madrileña, pero fue entrando en calor pasado el primer recitativo y tomando los mandos de la narración de forma notable con una dicción a remarcar.
Incluso, ejecutó un dignísimo dúo O death, where is thy sting? con la mencionada mezzo en el que ambos, por momentos, parecían reírse de la Muerte en una interpretación poco ortodoxa pero sorprendente.
El otro de los dúos, el que cerraba la primera parte, podría describirse como hipnótico.
La soprano Ruby Hughes y, de nuevo, la mezzo Mancini, supieron mimetizarse con la orquesta en lo que pudo ser uno de los momentos más impactantes del concierto, sólo interrumpido por el obligado coro His yoke is easy.
Los dos solistas soprano y barítono estuvieron a unos niveles altísimos, muy robustos en sus papeles recitados –gran dicción-, ágiles en los pasajes más luminosos del Nacimiento y la Resurrección y extremadamente dolientes en los momentos de La Pasión.
Hughes destacó con un aria muy sentido, sensible y contrastante en el comienzo de la tercera parte.
Admirable, sin duda, ese “primer fruto” (The first fruits of them that sleep).
Mención especial se merece el trepidante barítono James Newby con el aria Why do the Nations, tomando el testigo de la soprano y manteniendo el crescendo –activo, no dinámico- para finalizar en un coro que verdaderamente “rompió las ataduras y se desprendió de su yugo”.
La Orquesta del Siglo XVIII supo acompañar bravamente con ataques frenéticos en los pasajes más vivos (And he Shall purify) como con otros acompañamientos más gélidos en los momentos más amargos (And with His stripes we are healed).
El conjunto instrumental, claramente, irradiaba pasión por sus cuatro costados y supo afianzar una alianza más que gratificante con el coro, pese a la más que notoria austeridad de intérpretes.
Y así supo hacer vibrar, estremecerse, alegrarse y llorar al público asistente.
Un público, por cierto, también mermado, en lo que deja a las claras que Madrid aún tiene mucho camino que recorrer al no desbordar lo que se sabía como un concierto y una agrupación que nos tiene acostumbrados a impactar en sus grabaciones.
Volviendo al coro, Cappella Amsterdam no tuvo una actuación sencilla debido a los momentos vocales en los que Händel lleva el contrapunto a un nivel mayor que el mismísimo Bach.
Pero aun así, y pese a un Hallelujah! en versión “light” por los pocos componentes de la agrupación, sorprendieron con un as en la manga.
¿Es posible que se contuviesen en los coros anteriores potencialmente para explotar al final?
La sensación fue idéntica al escuchar, sorprendidos, un Worthy is the Lamb y un Amen que nada tenían que envidiar a los colosales coros que vemos en la actualidad, tanto por sonoridad, como por matices.
El arranque de fuerza que demostraron esos 24 valientes hizo prorrumpir al público en vítores y aplausos esperando un bis que, por motivos desconocidos, no se llegó a realizar.
Otro de los momentos inolvidables del concierto fue la breve sinfonía pastoral de la primera parte.
El director la trató con mucho tacto, con un análisis y estudio realmente exhaustivos, consiguiendo unos matices deliciosos y una calidad pari passu en el sonido de las cuerdas que recordó al Händel más insular en lo que fue, sin lugar a dudas, un guiño a su estreno irlandés.
Y aquí hay que detenerse un breve instante para analizar esa intención en la dirección tan sutil y profunda de Daniel Reuss.
El compositor germano, tan agradecido al pueblo irlandés durante su visita en el año 1742 a Dublín, decidió estrenar su obra mesiánica en el salón de conciertos de Fishamble Street en beneficio del Hospital de Mercer, la Enfermería de la Caridad y el Fondo para las deudas de los prisioneros.
Este es un dato poco conocido por los amantes del genio de Halle, pero al que nos llevó Cappella Amsterdam con una interpretación del todo heterodoxa y atinada en la búsqueda del contexto musical y cultural en el que se desenvolvió su primera interpretación dieciochesca.
Y por motivos así, por ese estudio detallado de la obra y esa intencionalidad historicista pero novedosa –términos que no siempre son cismáticos-, este Mesías de Händel programado por Ibermúsica fue una suerte de bendición que, sin duda, se debe agradecer en estos días donde se cuentan por decenas las interpretaciones de dicha obra en España, pero no siempre con tan buen tacto.
Con una economía de medios se puede lograr una interpretación de la que el propio Händel estaría orgulloso.
Escrito por Daniel Quirós Rosado