El carmelita albense Manuel Diego ha ofrecido un análisis sobre la música inspirada en Santa Teresa dentro del IV Festival de Música Antigua de Alba de Tormes.
La conferencia está relacionada con la exposición de textos y partituras musicales en honor a Santa Teresa, situada en el coro de la iglesia de las Madres Isabeles.
Según Manuel Diego, «esta exposición musical teresiana podría ser la primera en el mundo».
La conferencia tiene como objetivo analizar la presencia de Santa Teresa en la música…
Según el Padre Manuel Diego, “Santa Teresa sabía mal cantar pero sabía apreciar la música”.
Por este motivo, la conferencia tiene como objetivo “analizar la presencia de Santa Teresa en la música como inspiración y no como propia música”.
En primer lugar ha centrado su análisis en las misas litúrgicas, muy reguladas hasta el Concilio Vaticano II.
Desde 1614 la composición teresiana aparece en la celebración pero solo en la oración colecta.
No es hasta 1622 cuando, gracias a la canonización de Santa Teresa, se permiten incluir textos propios en celebraciones litúrgicas y aparece la llamada música litúrgica teresiana con poco éxito.
A finales del siglo XIX y principios del XX, con la restauración del canto gregoriano tiene su auge la música teresiana.
El carmelita José Domingo de Santa Teresa se encarga de armonizar y trasladar al pentagrama la música tradicional, concretamente en 1945 compone una nueva versión del famoso himno “Regis Superni nuntia”, de 1789 compuesto por el Papa Urbano VIII.
Actualmente, afirma Manuel Diego que hay contaminación litúrgica por la libertad y la no regulación de himnos y cantos en la celebración.
“No todos saben lo que cantan cuando Santa Teresa sale de clausura pero lo importante es la relación en nuestra vida”, asegura el Padre Manuel Diego.
Santa Teresa ha servido de inspiración para música popular como son los oratorios del siglo XVIII en Italia.
Para las peregrinaciones se crean himnos específicos, gozos cantados y plegarias y además se recurre a la propia poesía teresiana como letra para la música.
“La música teresiana es un movimiento vivo e imparable”
Manuel Diego ha querido agradecer a la Música de Alba de Tormes su dedicación con respecto a Santa Teresa y a sus obras, destacando la producción propia albense.
Además muchos coros teresianos han estrenado en un entorno como Alba de Tormes sus himnos en honor a la santa.
“La música teresiana es un movimiento vivo e imparable que continuará en el futuro, es importante que la palabra de Santa Teresa sea susceptible de ser cantada y no solo de ser leída».
SANTA TERESA
Vino al mundo el 28 de marzo de 1515 en Ávila, España; tenía una personalidad impactante.
Mujer de empuje, audaz, soñadora, apóstol incansable, mística y doctora de la Iglesia, primera a la que se le confirió tan alto honor, escritora, poeta…, ha logrado que su vida y obra, que mantiene su frescura original, prosiga en lo alto de este podium de santidad.
Se enamoró de Cristo precozmente, y quiso derramar su sangre por Él siendo mártir a la edad de 6 años; huyó para ello con su hermano Rodrigo, pero los encontraron.
La vida eremítica formó parte de sus juegos infantiles.
Después, pasó un tiempo entre devaneos, atrapada por el contenido de libros de caballería y el cortejo de un familiar.
Su madre murió dejándola en la difícil edad de los 13 años.
Internada por su padre a los 16 en el colegio de Gracia, regido por las madres agustinas, echaba de menos a su primo, que era el galán que la pretendía.
Aunque se hallaba en contacto con la vida religiosa, el mundo seguía disputándosela a Cristo; ser monja no estaba en sus planes.
Hasta que en 1535, después de ver partir a Rodrigo, casarse a una de sus hermanas, e ingresar una amiga en el monasterio de la Encarnación, hablando con ésta descubrió su vocación, y entró en el convento a pesar de la oposición paterna. Una grave enfermedad la devolvió a los brazos de su padre en 1537.
Luchó contra la muerte y venció, atribuyéndolo a san José, aunque le quedaron secuelas.
En 1539 volvió a la Encarnación. La vida en el convento era, como hoy se diría, demasiado light.
Tanta apertura y comodidades, entradas y salidas, no eran precisamente lo más adecuado para una consagrada. Y en la Cuaresma del año 1544, el de la muerte de su padre, ante la imagen de un Cristo llagado, con ardientes lágrimas suplicó su ayuda; le horrorizaba ofenderle.
Era su amor vehemente, sin fisuras, alimentado a través de una oración continua: «La oración no consiste en pensar mucho, sino en amar mucho».
Comenzó a experimentar la vida de perfección como ascenso de su alma a Dios, y a la par recibía la gracia de verse envuelta en místicas visiones que incendiaban su corazón, aunque hubo grandes periodos templados por una intensa aridez.
Susurros de su pasión impregnaban sus jornadas de oración: «Vivo sin vivir en mí, y tan alta vida espero, que muero porque no muero…».
Demandaba fervientemente la cruz cotidiana: «Cruz, descanso sabroso de mi vida, Vos seáis la bienvenida […]. En la cruz está la vida, y el consuelo, y ella sola es el camino para el cielo…».
Hacia 1562 vivió la experiencia mística de la transverberación: «Veía un ángel cabe mí hacia el lado izquierdo, en forma corporal, lo que no suelo ver sino por maravilla […]. No era grande, sino pequeño, hermoso mucho, el rostro tan encendido que parecía de los ángeles muy subidos que parecen todos se abrasan. Deben ser los que llaman querubines […].
Veíale en las manos un dardo de oro largo, y al fin del hierro me parecía tener un poco de fuego. Este me parecía meter por el corazón algunas veces y que me llegaba a las entrañas. Al sacarle, me parecía las llevaba consigo, y me dejaba toda abrasada en amor grande de Dios».
En otra de las visiones le fue dado a contemplar el infierno. Fue tan terrible que determinó el rigor de su entrega y emprendió la reforma carmelitana así como su primera fundación.
Tenía 40 años, y Dios iba marcándole el camino que debía seguir. San Juan de la Cruz se unió a su empeño. La reforma no fue fácil. Las pruebas de toda índole, insidias del diablo, contrariedades, problemas internos, dudas y vacilaciones de su propio confesor, así como el trato hostil dispensado por la Iglesia, entre otros, le infligieron grandes sufrimientos. A pesar de su frágil salud, tenía un potente temperamento y no se dejaba amilanar; menos aún, cuando se trataba de Cristo.
Así que, acudió a los altos estamentos, se codeó con reyes y nobleza, fue donde hizo falta, y se entregó en cuerpo y alma a tutelar y enriquecer espiritualmente las fundaciones con las que regó España. Todas nacieron a impulso del mismo Dios que las inspiraba.
Era una excepcional formadora.
Tenía alma misionera; lloró amargamente pensando en las necesidades apostólicas que había en tierras americanas, donde hubiera querido ir.
Plasmó sus experiencias místicas en obras maestras, imprescindibles para alumbrar el itinerario espiritual como «El camino de la perfección», «Pensamientos sobre el amor de Dios» y «El castillo interior», que no vio publicadas en vida.
La Inquisición estuvo tras ella; incluso quemó uno de sus textos por sugerencia de su confesor.
Fortaleza y claridad, capacidad organizativa y sabiduría para ejercer el gobierno, confianza y entereza en las contrariedades, humildad, sencillez, sagacidad, sentido del humor, una fe y caridad heroicas son rasgos que también la definen.
Devotísima de San José decía: «solo pido por amor de Dios que lo pruebe quien no creyere y verá por experiencia cuan gran bien es recomendarse a ese glorioso Patriarca y tenerle devoción». Aunó magistralmente contemplación y acción. Recibió dones diversos: éxtasis, milagros, discernimiento…
Murió en Alba de Tormes el 4 de octubre de 1582. Pablo V la beatificó el 24 de abril de 1614. Gregorio XV la canonizó el 12 de marzo de 1622.
Pablo VI la declaró doctora de la Iglesia el 27 de septiembre de 1970.
Pa’ que no te Andes Greta.
Jaja!!!! Ay nomás pal gasto
Maravillosa música, extraordinaria interprete.