Los músicos antiguos, los que eran profesionales de la música (que eran la gran mayoría), aprovechaban cualquier ocasión para componer música.
Sobre todo si era algún acontecimiento religioso con lo que ponían en marcha su arte para componer más allá de la misa o de la obra estrictamente litúrgica.
La obra de hoy está dentro de ese caso.
Es del maestro Adrian Willaert (c1490-1562), nacido en Brujas o Roulaers (en Holanda).
Hizo casi toda su carrera en Italia y era uno de los maestros más reconocidos y afamados de su época.
Estudió con Jean Mouton en París.
Se marchó luego a Roma y allí, para su sorpresa, pudo comprobar que en la capilla papal ya se cantaba alguna obra suya.
Fue nombrado maestro de capilla de San Marcos en Venecia y allí pudo resucitar la música que estaba bajo mínimos.
Aunque compuso mucha música religiosa, es especialmente conocido por sus madrigales convirtiéndose en este género en el maestro francoflamenco más reconocido.
En las distintas fuentes se le conoce como Adriano Cantore.
A pesar de que era maestro de capilla en Venecia, durante dos ocasiones tuvo ocasión de visitar su Flandes natal.
En una de ellas, ocurrida en 1542, dejó para la posteridad un motete titulado Laus tibi, sacra rubens (algo así como «Alabada sea la sagrada roja sangre».
Existe en Brujas una capilla llamada de la Sagrada Sangre.
En ella se venera la reliquia con la Sangre de Cristo recogida por José de Arimatea.
Sobre un motete de Stephanus Comes, el maestro Willaert compuso un motete a cinco voces en el que, de forma elegíaca, se narra un poco la historia de la Sangre de Cristo, desde su crucifixión hasta su llegada a Brujas.
Escrito por Pepe Gallardo
Willaert, a fondo
Compositor flamenco. Durante los años que permaneció en París estudiando Derecho, quedó influido por la música francesa, lo que quedó luego reflejado en algunas de sus canciones con textos franceses y, sobre todo, por detalles estilísticos.
Abandonó los estudios de leyes e inició su formación musical con Mouton. Hacia 1515 entró al servicio del cardenal Ippolito I d’Este en Ferrara, con quien viajó a Hungría dos años después.
En 1519 regresó a Ferrara y, tras la muerte del cardenal en 1520, se hizo cantante de la capilla ducal de su hermano, Alfonso I d’Este.
A finales de 1527 abandonó a la familia d’Este para hacerse cargo del puesto de Maestro de Capilla de la catedral de San Marcos de Venecia, donde permaneció hasta su muerte treinta y cinco años después.
Su gran actividad durante estos años le llevó a destacar como maestro.
Destacaron entre sus alumnos el teórico Zarlino y los compositores, Monteverdi, Rore y Gabrieli. Como compositor era requerido por los más importantes impresores de la época, que rivalizaban para difundir sus obras, tanto profanas como espirituales.
En su producción abarcó todos los géneros de la época y se encuentran influencias holandesas, francesas e italianas.
En sus motetes se encuentran dos tendencias contrarias: en unas composiciones dominan los cantus firmus, a menudo acompañados de arcaicas construcciones en canon, y en otras introduce procedimientos franceses.
Un lugar importante en su obra está ocupado por su Salmi spezzati a ocho voces (1550).
En la mayoría de sus nueve misas, se basó en modelos de la misa parodia y, en tres ocasiones, escogió obras de su maestro Mouton.
En cuanto a su música profana, las canciones parten de las estructuras del canon y utiliza las formas más libres y modernas.
Fue uno de los creadores del madrigal y la última de sus colecciones de este género, Musica nova (1559), la compuso limitándose generalmente a textos de Petrarca.
Texto extraído de mcnbiografias.com