El teatro isabelino que nos ha llegado está repleto de bailes, y la música estaba en la mente y el corazón de la mayoría de los dramaturgos poetas del momento.
Water Sorell (Shakespeare and the Dance, 1957) arroja la cifra de que, de 237 obras de la época, 68 de ellas llaman a ballar en el mismo texto del libreto.
En consecuencia, también la danza es un elemento omnipresente en el universo escénico de William Shakespeare.
Alrededor de 500 fragmentos de sus creaciones dramáticas hacen referencia a temas musicales, trata el baile en 50 ocasiones -entre obras y poemas-, y menciona en torno a 12 danzas concretas.
Todos los actores ingleses de la época eran notables bailarines y espadachines.
Eran cosas que formaban parte de su profesión, y nadie podía concebir a uno que no destacase en ambas disciplinas.
Los dramaturgos a menudo incluían acotaciones que llamaban a los personajes de la obra a bailar, y daban por supuesto que cualquier intérprete lo podrías llevar a cabo sin problemas.
De hecho, hubo actores de renombre que destacaron como bailarines fuera de la escena, como es el caso de William Kemp, miembro fundador y primera figura de la compañía escénica Lord Chamberlain´s Men -dirigida por el propio Shakespeare-, que danzó ante la corte danesa, y luego hizo lo propio en Alemania e Italia.
Es, además, el protagonista de una curiosa anécdota: en 1600 recorrió bailando la distancia que separa Londres de Norwich.
La abundancia de formas musicales y de danza en el teatro isabelino tiene que ver con la intensidad con la que el público de la época vivía las obras.
Sorell habla de una reacción mental y cinética del auditorio hacia lo que ocurría en el escenario, a veces apasionada y violenta.
El espectador de la época se entregaba a la actuación, se identificaba completamente con los personajes y la acción, una acción que reposaba en gran medida en la palabra, mucho más que en la puesta en escena: “eran la palabra y la poesía las que pintaban las emociones de cada personaje y montaban los sucesos de la obra”.
No en vano los guías que enseñan en la actualidad la fiel réplica del teatro The Globe en Londres le explican al turista que las mejores localidades eran los palcos situados detrás del escenario, porque, si bien se veía peor el escenario, era desde donde mejor se escuchaban los diálogos.
De esta forma, los números de danza -solía haber uno entre los actos y a veces incluso dentro de la propia obra- servían para aliviar el estrés del público, para relajar la tensión acumulada a lo largo de la trama.
Los ingleses del siglo XVI estaban muy orgullosos de su tradición de danzas autóctonas heredadas de la Edad Media, pero ello no impedía que manifestasen una intensa atracción igualmente por los bailes de moda que llegaban del continente, especialmente, de Francia.
Entre lo uno y lo otro, el catálogo de danzas de la época era bastante extenso, y las obras de Shakespeare reflejan ampliamente casi todo ese repertorio.
Uno de los bailes más populares de aquella Inglaterra renacentista era la morris-dance, sin duda una de las más antiguas, cuyo origen, de acuerdo con lo expuesto por Louis C. Elson (Shakespeare in music, 1901), podría ser español, pues su nombre sería un derivado de la palabra “morisco”.
Se tiene noticias de esta danza desde el reinado de Enrique VII, el primer Tudor, aunque entonces estaba relacionada con una especie de pantomima en torno a los personajes de la leyenda de Robin Hood.
Shakespeare menciona la danza morris en Trabajos de amor perdidos (Acto IV, Escena 2) cuando Holofernes menciona el nombre de la morris más famosa en el siglo XVII, Trip and go, y también en Bien está lo que bien acaba, poniendo en boca del payaso:
As fit as a pancake for Shrove Tuesday, or a morris for a May-day
Este baile estaba asociado a las festividades de mayo que tanto gustaban en la Inglaterra isabelina.
Finalmente, también aparecen esta danza en el segundo acto de Enrique V, cuando el Delfín se refiere al valor con el que deben enfrentarse los franceses a los ingleses en batalla, es decir, con la misma seguridad como si estos estuviesen ocupados bailando:
And let us do it with no show of fear;
No, with no more than if we heard that England
Were busied with a Whitsun morris-dance
También en Trabajos de amor perdidos menciona el bardo dos danzas más: brawl y canary.
La primera parece ser que era de origen francés -derivada de bransle- y que inicialmente pudo ser una danza de espadas, aunque en esa época se bailaba en círculo con las manos cogidas. La denominada canary era probablemente el canarios tan popular en el siglo XVI español, pues Edward W. Naylor (Shakespeare and Music, 1896) la describe como muy viva con un tempo 6/8.
Naylor señala dos obras más en las que Shakespeare menciona los canarios.
La primera, Las alegres comadres de Windsor, en un diálogo entre el posadero y Mistress Ford en el que esta se burla del caballero rufián Falstaff, que la corteja, afirmando que le hará bailar. La otra es de nuevo en Bien está lo que bien acaba, donde se alude a lo movido de esta danza:
. … I have seen a medicine
That’s able to breathe life into a stone,
Quicken a rock, and make you dance canary
With spritely fire and motion.
Seguidamente, Edward Naylor menciona dos pasajes, uno de Mucho ruido y pocas nueces y el otro de Noche de reyes, que contienen un buen número de bailes entre los dos.
Veamos el primero:
Beatrice: The fault will be in the music, cousin, if you be not woo’d in good time: if the prince be too important [importunate], tell him, there is measure in everything, and so dance out the answer. For hear me, Hero; wooing, wedding, and repenting, is as a Scotch jig, a measure, and a cinque-pace: the first suit is hot and hasty, like a Scotch jig, and full as fantastical; the wedding, mannerly modest, as a measure, full of state and ancientry; and then comes repentance, and with his bad legs falls into the cinque-pace faster and faster till he sink into his grave.
Aparecen aquí las siguientes danzas measure, Scotch jig y cinque-pace.
En el siguiente, Sir Toby hace alusión a la galliard (gallarda) y el coranto (courante). También cita el cinque-pace, llamándola sink-a-pace, y la gallarda.
Sir Toby: Wherefore are these things hid?… why dost thou not go to church in a galliard, and come home in a coranto? My very walk should be a jig: … sink-a-pace.
What dost thou mean? is it a world to hide virtues in? I did think, by the excellent constitution of thy leg, it was formed under the star of a galliard.
El cinque-pace era el nombre original de la gallarda, porque parece ser que era un baile que constaba de cinco pasos.
La gallarda o galliard fue una danza muy popular en el Renacimiento, tanto en Inglaterra, como en Francia, España, Alemania e Italia.
También tuvo su versión como música instrumental para interpretar a la tecla, y de hecho el libro de virginal de la reina Isabel contiene varias de estas piezas de diversos compositores.
Por su parte, la denominada jigg o jig (giga) deviene de una melodía para violín medieval que data de los siglos XII y XIII, y su forma más antigua es la giga escocesa, que un gran número de bailarines la ejecutaban en círculo.
En el segundo acto de Hamlet, el príncipe la menciona:
It shall to the barber’s, with your beard.—Pr’ythee (to the 1st Player), say on: he’s for a jig, … or he sleeps.
La danza conocida como measure era probablemente sobria y comedida, a juzgar por las palabras de Beatrice (mannerly modest, as a measure).
En otras muchas obras se hace alusión a este baile dentro de juegos de palabras relacionados con el comedimiento o con el término medida, como, por ejemplo, en Trabajos de amor perdidos, cuando el rey de Navarra ordena:
Say to her, we have measur’d many miles,
To tread a measure with her on this grass.
El coranto era una danza campesina italiana.
Aunque tenía una tradición en Inglaterra, donde en la antigüedad se conocía como current traverse, se la acabó conociendo por sus nombres en francés e italiano.
También era un baile campestre el hay o hey, que se menciona solo una vez en Trabajos de amor perdidos, que también se ejecutaba en círculos. Finalmente, en alguno de los pasajes shakesperianos se habla de dump, un baile lento y triste.
La anterior no pretende ser una lista exhaustiva de danzas en las obras de William Shakespeare; no hay duda que en tan gran acervo existen muchísimas más alusiones al baile, tanto directas como veladas o a través de juegos de palabras. No obstante, constituyen un buen reflejo de su importancia dentro del teatro isabelino.