El siglo XVII en España contempla como surge con fuerza en el país la música escénica, desarrollándose formas de teatro musical variadas del gusto tanto de los cortesanos como del pueblo llano.
En Italia en esa época Jacobo Peri y Claudio Monteverdi escribían las primeras óperas, en Francia, Lully y Moliere trabajan en comedias, ballets y todo tipo de espectáculos para satisfacer el gusto del Rey Sol, y en Inglaterra, habrá que esperar a la restauración de los Estuardo para que la música vuelva a los escenarios, tras haber sido prohibida por la histeria puritana de los republicanos.
Toda Europa celebra la fusión progresiva del teatro y la música.
No obstante, nuestro país tiene una tradición de uso de música en el teatro que se remonta a los dos siglos anteriores, si bien muy asociada al culto religioso como una continuación o evolución del drama litúrgico medieval.
Pequeñas piezas, generalmente en la forma de villancicos, cerraban las obras teatrales o eran intercaladas dentro de las mismas.
María Belén Molina Jiménez (Literatura y Música en el Siglo de Oro Español.
Interrelaciones en el Teatro Lírico, 2007) destaca los nombres de Juan del Encina, que ha llegado a ser denominado “padre de la escena castellana”, Lucas Fernández y más adelante Diego Sánchez de Badajoz como los precursores en el siglo XVI del teatro lírico del Siglo de Oro.
Para esta experta por tanto “la aparición de géneros músico-teatrales en España no es un hecho fortuito”.
Una posible explicación de la creciente importancia del género es el auge de los teatros comerciales a finales del siglo XVI y la consiguiente necesidad de disponer de un mayor volumen de obras nuevas.
Así, al tradicional teatro cortesano celebrado en los palacios se le suman las representaciones de pago en corrales de comedias para todos aquellos que se puedan permitir la entrada.
En un principio las obras son llevadas a la escena de espacios abiertos, como los patios interiores de las casas, y el público se reparte a lo largo y a lo ancho de los distintos elementos arquitectónicos.
El patio es ocupado por los mosqueteros, los artesanos y trabajadores en oficios mecánicos contemplan la obra desde las gradas y los intelectuales desde las ventanas del último piso o desvanes.
Por su parte, las mujeres se situaban en los corredores altos denominados cazuelas y, finalmente, la nobleza desde los aposentos, que eran unas dependencias protegidas por celosías o ventanas.
Madrid, como villa y corte, era el principal enclave de la vida teatral del país.
En el ámbito popular destacan los corrales de la Cruz y del Príncipe, mientras que la realeza celebraba sus representaciones en el Coliseo del Buen Retiro (que se acabó de construir en 1640) y en el Palacio de la Zarzuela, cuyo nombre hacía referencia a las abundantes zarzas que poblaban los bosques cercanos a la capital.
El espíritu Barroco tiende a aglutinar y aunar las distintas artes y por ello se considera que el teatro musical es la expresión más representativa de esta época.
El teatro cortesano es el primero en intercalar piezas musicales en las obras, a menudo preexistentes, que poco a poco van pasando a formar parte de las escenas y la trama.
Es decir que, lo que comienza siendo una ornamentación musical incorporada artificialmente, acaba por generar una demanda de partituras originales para los libretos.
La fusión de la dramaturgia con la música acaba adquiriendo una personalidad propia en la forma de la ópera y la zarzuela.
Ya no estamos hablando de obras con interludios musicales, sino de géneros de pleno derecho con entidad individual.
Los aires renovadores de la música que llegan de Italia a principios del siglo acaban influyendo en que en nuestros país se comience a escribir óperas, siendo la primera de ellas La selva sin amor, estrenada en el Alcázar de Madrid en 1627 y que incluía una partitura original de Filippo Piccinini y un libreto del mismísimo Lope de Vega.
La puesta en escena tuvo que ser innovadora para la época a juzgar por testimonios de admiración que han llegado hasta nosotros y que señalan maravillas como que se veía una recreación escénica del mar “con tal movimiento y propiedad que los que la miraban salían mareados”.
Louise K. Stein (Songs of Mortals, Dialogues of the Gods, 1993) defiende la existencia de un género distinto y previo a la ópera en España que denomina la semi ópera y cuyo máximo representante sería Calderón de la Barca.
A su juicio es un puente entre el teatro musical anterior y la ópera con la música plenamente integrada en la escena.
Ejemplo de ello serían La fiera, el rayo y la piedra, Fortunas de Andrómeda y Perseo, Fieras afemina amor y La estatua de Prometeo.
A pesar de todo la ópera como tal no llegó a cuajar en España, desviándose la evolución de la música escénica patria hacia un género autóctono, la zarzuela. Stein opina que los compositores españoles de comedias cantadas no tenían la intención de implantar la ópera italiana en nuestro país.
Además, las características propias de la escena musical española fuertemente ligada a la corte y los ambientes palaciegos suponían un obstáculo de primer orden de cara a la representación operística.
La ópera necesita de un tiempo más dilatado de preparación, tanto para que los intérpretes ensayen sus intervenciones como para los músicos hagan lo propio con la parte instrumental.
Y las necesidades de la corte exigen tiempos más cortos de puesta en escena, puesto que las representaciones suelen estar asociadas a actos con fechas concretas, como un nacimiento, una coronación o una boda.
Es por ello, siempre según Louise Stein, que en España se optase por semi óperas o zarzuelas que requerían de un menor periodo de montaje.
La zarzuela es sin duda el género estrella de la escena musical española que, arrancando en aquel lejano siglo XVII, cobra cada vez más popularidad hasta alcanzar sus horas más altas en el siglo XIX.
El secreto de su éxito es su flexibilidad y capacidad de adaptación, pero a cambio presenta una imprecisión teórica en su definición formal que la convierte en un paraguas de distintos subgéneros.
Stein aporta una definición de esa primera zarzuela del XVII destacando que constituye una obra más bien breve con números musicales y que suele constar de dos actos.
Los temas suelen ser mitológicos y la puesta en escena pastoril o rústica y los personajes sobrenaturales que aparecen, como héroes y dioses, se presentan de forma más burlesca y menos teatral que en otros géneros.
No nos fue dado ser una nación operística, pero al menos gozamos de nuestro género chico compuesto por obras de gran belleza y colorido.