La piratería musical no nació con el CD, sino con la partitura.

Hace cuatro siglos el negocio de la música dependía del número de libros de composiciones vendidos.

Entonces, cada nuevo volumen del compositor abulense Tomás Luis de Victoria (Ávila 1548-Madrid 1648) era celebrado como todo un acontecimiento.

Él mismo publicitaba su recopilación de obras fechada en el año 1600 como «lo nunca hecho antes».

Tenía razón.

Pero siempre había quien copiaba burdamente esas partituras, que este autor mimaba y daba a editar a los más selectos impresores de Italia y España.

Victoria se quejó al Papa y, tal era el reconocimiento del que gozaba el mayor maestro de la polifonía que, de forma inmediata, el pontífice promulgó una orden de excomunión para quien atentara contra los derechos del creador «y de sus herederos».

Ése era el alcance del impacto de la obra de Tomás Luis de Victoria en su época.

Los ecos de Victoria hoy

Entre otras cuestiones, los estudiosos abordarán, precisamente, la repercusión de la música de Victoria en nuestro tiempo: su influencia en los tradicionales coros de Inglaterra (Britten fue rendido admirador); en Alemania, en donde surgió en el siglo XX el Celianismo, que recuperaba la polifonía; en España, en las versiones realizadas por Manuel de Falla, para quien Victoria era cumbre insuperable; y, además, su influencia en la creación actual.

Su prioridad, componer

«La estatura de Victoria es muy fácil de medir: es el Cervantes de nuestra música».

Esta certeza proviene de Ana María Sabe Andreu, autora de Tomás Luis de Victoria, pasión por la música, editada por la Diputación de Ávila.

Pero lo cierto es que Victoria no alcanza, ni de lejos, la mínima popularidad en la población que el escritor: «En España la música no se valora lo suficiente, y menos si es antigua y sacra».

Además, en apariencia, y al contrario que Cervantes, Tomás Luis de Victoria era un sacerdote de vida gris.

Pero la biógrafa discrepa: «Fue valiente, discreto, constante, perfeccionista e inteligente en los negocios. No es decir poco de un hombre».

Victoria, en efecto, tras educarse espiritual y musicalmente en la Catedral de Ávila, decidió arriesgarse a emigrar a Roma para aprender de los mejores, como Giovanni da Palestrina.

Su prioridad fue siempre la composición y por ello escogió trabajos -como el de capellán de Felipe Neri o de la emperatriz María de Austria- que le permitían tiempo libre para un talento que siempre atribuyó, con modestia, a un don divino.

Y supo incrementar su patrimonio y el de su familia, de madre viuda y numerosos hermanos.

Estudioso, místico, sacerdote, cantante, organista y compositor, el gran Victoria fue, en realidad, seis personas en una y sin duda alguna el más ilustre compositor español del renacimiento.

No escucharle, es como no oír a Bach…

Escrito por Miguel Ángel Vergaz para Elmundo.es

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