El oratorio “Der Tag des Gerichts” (“El Día del Juicio”) fue la obra escogida para cerrar el Festival Montreal Barroco, que, durante los pasados cuatros días, desarrolló su décima versión.

Esta producción de Telemann (1681 – 1767), uno de los compositores más prolíficos de la historia, constituye “un poema cantado en cuatro contemplaciones”, una misa breve, para cuatro voces y coro, descollante por su dramatismo y espiritualidad, que logra que el oyente llegue a internarse durante pasajes enteros en una suerte de trance beatífico.

En esta ocasión, esta obra sublime fue interpretada por el Ensemble Caprice, con un coro de altísimas calidades.

El director, Matthias Maute, se lució; lo mismo que los músicos ejecutantes, entre los cuales se encontraba, a cargo de uno de los violonchelos, Susie Napper, la quijotesca enamorada de la música antigua que, de la nada, ha logrado sacar adelante el Festival Barroco, que llega ahora a la feliz cumbre del primer decenio de promoción de la magnífica música de uno de los períodos más importantes del arte y de la humanística.

Y la excelencia de los músicos combinó a la perfección con el ambiente sacro y magnánimo de la patrimonial capilla de Notre-Dame-de-Bon Secours, uno de los tesoros arquitecturales de ese Montreal colonial que rima tan bien con el festival del que nos ocupamos.

Después del apoteósico concierto, un príncipe galante ataviado a la usanza medieval atravesó el templo en su caballo imaginario y recogió a la corajuda Susie Napper, quien emprendió con él la huida hacia el reino insondable de la elación.

Así, con la victoria del amor sobre la incertidumbre de las profecías apocalípticas, fue sellado el festival. Imposible un final más poético.

Y, para rematar, a la salida de la capilla, gentiles voluntarios (de entre los muy numerosos que han logrado reclutar las eficientísimas Susie Napper y Jacqueline Ascah) ofrecieron a los asistentes, todavía extáticos por el efecto monumental del oratorio, ¡delicias de chocolate!

Horas antes, en el adyacente Mercado Bonsecours, los seguidores del festival habían podido disfrutar de un recital del belga Tom Beghin, al fortepiano (antecesor del piano actual), interpretando a la manera original algunas de las más tatareadas sonatas de Beethoven, y también el concierto “Seis visiones del Apocalipsis”, a cargo del magistral conjunto Flûte Alors!, el único quinteto canadiense especializado exclusivamente en los diversos tipos de flautas dulces.

El evento más esperado del festival fue, sin embargo, la representación del ballet ecuestre “El carrusel del rey”, que se llevó a cabo el sábado pasado en la Place des Vestiges, frente a la Place Jacques-Cartier.

Con caballos estupendamente adiestrados y revestidos a la manera de los tiempos de los primeros reinados de los Borbón, el público ovacionó la reciedumbre de los jinetes, también regiamente vestidos, y de los integrantes de la tropa de danza “Les Jardins Chorégraphiques”, que lograron encarnar el espíritu palaciego de los días festivos de la corte de Luis XIII, para cuyo compromiso de nupcias, en 1612, fue estrenado esta singular obra.

Y, además de la acertada y elegante actuación de bailarines y caballeros, también fue sumamente aplaudida la orquesta de veinte músicos que tocó con brillantez la música que el inmortal Lully creara especialmente para las mencionadas festividades reales.

De los músicos, habría que destacar a los trompetistas, especialmente a los eminentes Jean-François Madeuf y Graham Nicholson, que demostraron una vez más su inigualable capacidad para alcanzar las más bellas sonoridades con sus trompetas naturales “sin pistones”, instrumento que, desde hace casi un siglo, dejó de ser ejecutado casi por completo.

Ellos dejaron muy en alto el nombre de aquellos que, a pesar de las tendencias, han consagrado sus vidas a rescatar y proteger el legado de compositores que crearon para instrumentos hoy en desuso obras de altísimo valor.

Así lo demostraron no solamente en esta representación soberbia del ballet ecuestre de Lully, sino también en el formidable concierto “Las trompetas del Apocalipsis”, que fue la actividad mayor del día viernes.

Es importante comentar también que este año el festival ha continuado impulsando su nueva sección “Montreal Medieval”, consagrada a la exaltación de la música de aquel importante período histórico.

Y gran sorpresa fue para nosotros descubrir, en el concierto “Ordo Virtutum”, la obra musical de Hildegarde von Bongen (1098 – 1179), la célebre monja alemana que sobresalió por sus escritos, sus dibujos, sus tratados de medicina, sus poemas y sus producciones musicales, que hacen de ella una creadora muy superior a la mayoría de los sabios de su tiempo.

Pero el concierto cumbre de esta serie de “Montreal Medieval” fue el de “Amor y guerra”, a través del cual el Festival Montreal Barroco evidencia de nuevo su interés por salvaguardar el acervo musical antiguo del mundo hispánico.

El festival fue abierto con música del Barroco Latinoamericano, y ahora, en este concierto de “Amor y guerra”, el exquisito Ensemble Alkemia presentó al público un ramillete de lo mejor del “Cancionero de Palacio”, con lo más selecto de la producción de diversos compositores españoles de los siglos XV y XVI.

En esta ocasión, el exaltado especial fue Juan del Encina (1468 – 1529), uno de los más cimeros representantes de la Escuela Polifónica Castellana. Dato curioso es que, para la realización de este concierto, el festival logró encontrar una sala perfectamente “medieval” ¡en pleno Hotel Intercontinental!

En resumen, el Festival de Música Montreal Barroco cada año se produce con mejor programación, mejor despliegue y mejores artistas.

Montreal disfruta a la vez del prestigio de ser fuente de producción cultural de alta categoría y de ser receptora de los goces que su propio invento y su propia labor le prodigan.

Como ciudad y como comunidad, con este festival de excelencia, los habitantes de Montreal hemos tenido un gran regalo del placer más noble y refinado que se nos pueda proporcionar.

Escrito por Sergio Esteban Vélez

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