Leer una canción de gesta supone una infidelidad hacia un género que está pensado para ser cantado.
Esta idea, adelantada por el filólogo Martín de Riquer, la retomó el profesor Antoni Rosell (Canción de gesta y música.
Hipótesis para una interpretación práctica: cantar épica románica hoy, 1991) en su intento de esclarecer cómo se cantaban los cantares de gesta.
Porque aunque sabemos que eran piezas para ser musicadas, su música nunca llegó hasta nosotros.
El cantar de gesta tiene su origen en la Alta Edad Media y es una forma de narrativa heroica que relata los hechos y las hazañas de grandes figuras, que en teoría vivieron en el pasado, más o menos reciente, de cuando fueron escritas.
El teórico musical del siglo XIII Johannes de Grocheo define el género con estas palabras:
«Llamamos canción de gesta la que cuenta las hazañas de los héroes y las acciones de los antiguos padres, como la vida y el martirio de los santos y las adversidades que los hombres de antaño han padecido por la fe y por la verdad, por ejemplo la vida de San Esteban, el primer mártir, y la historia del rey Carlos.»
El Carlos al que alude Grocheo no es otro que Carlomagno, que junto con sus caballeros, es uno de los temas favoritos de la canción de gesta europea.
La Chanson de Roland es un paradigma del género y narra una incursión a la península ibérica llevada a cabo por el rey francés en el año 778.
El poema data del siglo XI, momento en el cual sitúa Ramón Menéndez Pidal el origen de los cantares en Francia:
“La aparición de las chansons de geste obedece a la realidad del siglo XI, cuando los monjes de Cluny lanzaron a los nobles franceses a guerrear a los sarracenos de España y del Oriente.” (La épica medieval española. Desde sus orígenes hasta su disolución en el Romancero)
Otras de las grandes temáticas de los cantares es la denominada materia de Cornualles, que gira en torno a la figura de Tristán, y la materia de Bretaña, cuyo protagonista es el rey Arturo.
En España la poesía épica tiene su origen en Castilla, pues, como indica Menéndez Pidal, castellanos son todos sus héroes primitivos: el conde Fernán González, los infantes de Lara, el conde Garci-Fernández, el infante García y el Cid.
Al difundirse este género al resto de la península, va incluyendo a otras figuras no castellanas, como el último rey visigodo don Rodrigo o el leonés Bernardo del Carpio. Asimismo, también son asimiladas las historias que traen de Francia los juglares sobre Carlomagno y sus doce pares.
Todos estos poemas fueron escritos en sus primeras versiones en los siglos X, XI y XII, y posteriormente fueron renovados y refundidos en el siglo XV.
Las canciones de gesta españolas son más breves que las de otros países europeos, que podían llegar hasta los 20 000 versos. Por ejemplo, el Cantar del Mío Cid solamente contiene 4 000.
Aunque disponemos de numerosos textos de cantares de gesta medievales, la música que los acompañaba y daba forma sigue siendo un misterio para nosotros.
No tenemos ninguna guía o explicación al respecto.
En la actualidad se supone que estos poemas tenían una estructura musical adaptada a la métrica de los versos y que el canto era acompañado de algún instrumento, como por ejemplo, el arpa, el laúd o la viola, que aparece mucho en la iconografía de la época.
El cantar de gesta en España desemboca en los romances, que no son otra cosa que trozos sueltos de los cantares sin retoques, y, en otras ocasiones, trozos restaurados de los mismos.
También el romance lleva asociada la música, como se aprecia en la propia definición del género que ofrece Ramón Menéndez Pidal (Flor nueva de romances viejos):
“Los romances son poemas épico-líricos que se cantan al son de un instrumento, sea en danzas corales, sea en reuniones tenidas para recreo simplemente o para el trabajo en común”.
Y, sin embargo, tampoco contamos con estudios exhaustivos sobre la música de los romances, que puedan arrojar algo de luz sobre las formas musicales de los cantares.
El profesor Rosell, antes citado, realiza un análisis de las formas musicales de la épica contemporánea de otras culturas para intentar reconstruir -o cuando menos, imaginar cómo sonaba- la música de los cantares de gesta medievales.
Para ello, analiza formas épicas profusamente documentadas de naciones como Japón, Rusia, Egipto, Gabón, Nepal, Serbia, Bali, India o Rumania. Una vez que puede establecer un patrón común de todas ellas, puede aventurar una posible hipótesis relativa a la poesía heroica de la Edad Media europea.
Pues bien, la propuesta de Antoni Rosell es que los cantares de gesta eran interpretados con un canto salmódico. Se trata de canto con células melódicas de entonación y de conclusión que se adaptan a textos de métrica variable, como son los del cantar de gesta.
La salmodia tiene su origen en la Iglesia oriental y es una técnica específica de canto para los salmos. La salmodia gregoriana es el fondo musical más antiguo de la liturgia cristiana.
De acuerdo con el autor, la capacidad que aporta esta técnica para la adaptación métrica de la melodía en el texto proporciona un sistema coherente para cantar un texto poético de métrica libre o variable.
La técnica de canto salmódico tiene la ventaja de que, una vez que ha sido asumido por el intérprete -en este caso el juglar-, la elaboración del verso épico es instantánea.
Esto implica memorizar los modos, las inflexiones, las cadencias y el sistema distribucional melódico, en función de la acentuación y de la prosodia del texto.
De esta forma, concluye Rosell, es un sistema que puede ser combinado con diferentes materiales, adaptándose a las variaciones propias de la materia épica interpretada.
Y, además, le da la libertad al juglar para elegir el modo de expresión más apropiado en función del tema, el público o la situación en la que interpreta, planteando el poema épico en una dimensión dramática.