En la encrucijada entre la tradición musical española del siglo XVII y las nuevas formas que llegaban de Italia y Francia con los primeros Borbones, se encuentra la obra de Antonio de Literes.
Calificada a menudo como “de transición”, sigue la estela de cambio que inició Sebastián Durón.
Este último, como maestro de la Capilla Real entre 1701 y 1706 (año de su destierro por haber apoyado la causa de los Habsburgo durante la Guerra de Sucesión), introdujo novedades, como resaltar las partes instrumentales, además de acabar con antiguas tradiciones y de abrir las puertas de esta institución al arte dramático.
El padre Benito Feijoo, el principal crítico musical de la época, define con severidad el impulso renovador de Sebastián Durón en su discurso La música en los templos (1726):
“Las cantadas que se oyen ahora en las iglesias son en la forma las mismas que resuenan en las tablas.
Todas se componen de minuetes, recitados, arietas, alegros, y a lo último se pone aquello que llaman grave, pero de eso muy poco, para que no fastidie… Esta es la música de estos tiempos, la música con que nos han regalado los italianos por manos de su aficionado el maestro Durón que fue el que introdujo en España los violines y las modas extranjeras.”
Más claro no puede expresar el benedictino su rechazo por las formas importadas y su añoranza por los sones patrios de Morales, Guerrero y Victoria, si bien, como aclara Rafael Mitjana (Historia de la música en España, 1920), no fue Sebastián Durón quien introdujo el violín en la Capilla Real, aunque sí es verdad que aumentó su número.
Paradójicamente, Feijoo dedica elogios al Literes, a pesar de ser el continuador en la empresa de renovación de la música española, de quien dice que es el único compositor “que ha sabido juntar toda la majestad, y dulzura de la Música antigua con el bullicio de la moderna”.
Y esta simbiosis entre tradición y modernidad crea “aun en las letras de amores, y galanterías cómicas… un género de nobleza, que sólo se entiende con la parte superior de la alma: y de tal modo despierta la ternura, que deja dormida la lascivia”.
Mallorquín, nacido en 1673, Antonio de Literes llegó a Madrid en 1686 para ingresar en el Real Colegio de Niños Cantorcicos.
Siete años después pasó a la Real Capilla, con el cargo de violón principal, donde ocupó el resto de su carrera.
Compuso música vocal para la Real Capilla desde la década de 1690 y, tras el incendio del Real Alcázar en 1734 y la desaparición de los archivos musicales de la corte, se le encomendó, junto a José de Nebra, la tarea de reconstruir aquello que se había podido salvar y componer más música necesaria para el culto.
Aparte de su creación en el campo religioso, destaca Literes por sus cantatas y, especialmente, por su música para la escena, muy de moda en la corte incluso antes de la llegada de los Borbones.
Parece ser que tanto en el Salón Dorado del Alcázar -que ocupaba el espacio donde ahora está el palacio Real de Madrid-, como en los otros de que disponía la monarquía en la periferia de la capital, se llevaban a cabo representaciones de teatro musical procedentes de Italia y Francia.
Felipe V era un gran aficionado al teatro musical y se trajo consigo a Madrid a comediantes italianos, que se instalaron en la villa de forma permanente en una casa de la calle de Alcalá propiedad del marqués de Villamagna.
El problema es que los años de la Guerra de Sucesión trajeron consigo escasez y hambrunas, además de implicar constantes ausencias por viajes o batallas del monarca y de la nobleza cortesana, reduciendo de forma significativa la celebración de espectáculos en el Palacio del Buen Retiro.
Como una forma de mantener el nivel de vida de los músicos de la Capilla Real, cuya actividad se había visto sensiblemente disminuida, de manera temporal la corona permitió que pudiesen trabajar en las casas de la alta nobleza.
En consecuencia, uno de los grandes mecenas del teatro musical de la época fue José María Téllez-Girón y Benavides, el duque de Osuna, que creó un teatro propio en el palacio de Monteleón de la capital y una capilla de músicos en la que trabajaron los mejores nombres del momento, como Literes, Nebra y Pradell.
A diferencia de algunos de sus compañeros de profesión, Antonio de Literes no fue un compositor muy prolífico.
El profesor Andrea Bombi (Antonio Literes.
Semblanzas de compositores españoles) da cuenta de que apenas se pueden atribuir a su pluma una decena de obras teatrales, otra docena de cantatas y unas cincuenta obras sacras en latín y en castellano.
Bien poco es.
Curiosamente, a pesar de que no se conserva ninguna de sus creaciones para violón, un documento de la Real Capilla le atribuye una “habilidad tan conocida en la composición y violón que no hace poco quien lo compite”.
Esta faceta de su vida profesional es calificada por Bombi como “una cara oculta del astro Literes”, dado que probablemente nunca conozcamos su trabajo en este campo.
De sus creaciones para la escena, destacar que en 1700 estrena la zarzuela mitológica Júpiter y Dánae y que, sustituyendo al exiliado Sebastián Durón, compuso dos títulos para celebrar el nacimiento en 1707 de Luis I de Borbón, primogénito de Felipe V.
Se trata de la extensa Acis y Galatea (1708) y de Con música y por amor (1709), escrita a dos manos con Juan de Navas.
Mención aparte merece Los elementos, que calificada como una “ópera armónica al estilo italiano”, constituye un ejemplo de su trabajo realizado para la nobleza de la época, pues está dedicada a la duquesa de Medina las Torres y Sanlúcar y formó parte de los festejos de su cumpleaños. Inspirada en la Metamorfosis de Ovidio, narra la armonización final del caos y la oscuridad tras la contienda de los cuatro elementos (tierra, aire, fuego y agua).
Los elementos fueron objeto de una puesta en escena en la Fundación Juan March en abril de 2018 bajo la dirección de Aarón Zapico.
Antonio de Literes, renovador de las formas antiguas y precursor de la nueva música que surgiría en España en el siglo XVIII, no puede ser mejor definido que como lo hace el profesor Andrea Bombi:
“La sagaz combinación y alternancia de elementos tradicionales y modernos, hispanos y pan-europeos convierten la escucha de Literes en un encuentro con la riqueza, la flexibilidad, las sorpresas de una música `de transición´.”