¡Feliz viernes! Otra semana laboral que termina y hoy lo vamos a hacer por la puerta grande.
¿Echas en falta algo en la semana de hoy?
Si has prestado atención verás que no te he traído a ningún compositor español en esta semana, ¿cierto?
Eso es lo que voy a hacer ahora mismo.
Quien nos visita es un viejo acompañante nuestro cuya música nos encanta y nos emociona.
Es uno de los grandes nombres de nuestra música y de la música en Europa en su tiempo y, ¿por qué no?, posteriormente.
No es la primera vez que viene aquí Francisco Guerrero (1528-1599), compositor español nacido en Sevilla.
Es el eslabón de la cadena que une el de Cristóbal de Morales (su maestro) con Tomás Luis de Victoria y solo un peldaño por debajo de este.
Se formó en primer lugar con su hermano, Pedro Guerrero, y cantó como alto en el coro de la catedral de Sevilla.
Tras ello, y aún siendo muy joven, fue nombrado maestro de capilla de la de Jaén.
Allí no lo pasó bien porque no cumplió debidamente con su obligación así que volvió a Sevilla, donde se estableció definitivamente, alcanzando el puesto de maestro de capilla en 1574.
Era tenido en tan alta estima y se consideraba tanto su valía que el emperador Carlos V y el rey Felipe II le concedieron la gracia de poder viajar a diversos lugares, algo que le apasionaba.
En especial, realizó uno a Tierra Santa, del que nos ha dejado una amplia descripción.
Fue un compositor prolífico.
Guerrero fue un personaje admirado y querido en su época, hasta su muerte ocurrida en 1599. Tanto es así que varios de sus contemporáneos escritores como Góngora o Lope de Vega le citan en sus obras.
El elogio más célebre es el que le dedicó Vicente Espinel en una de sus Diversas Rimas (Madrid, 1591):
Fue Francisco Guerrero, en cuya suma
de artificio y gallardo contrapunto
con los despojos de la eterna pluma,
el general supuesto todo junto,
no se sabe que en cuanto tiempo suma
ningún otro llegase al mismo punto,
que si en la ciencia es más que todo diestro,
es tan gran cantor como maestro
Escribió dieciocho misas y alrededor de ciento cincuenta obras litúrgicas de diverso género.
Es también destacable su producción de música secular.
Guerrero nos ofrece hoy su motete O crux benedicta, compuesto a cuatro voces para la fiesta de la santa cruz.
El texto habla de que la cruz es más brillantes que todos los astros del cielo y Guerrero responde a esto con una música también luminosa y serena.
Fue impresa en Sevilla en 1555.
Inician la obra el altus y el cantus cantando en «bicinium» (es decir, cantando los dos solos) a los que luego se les une el tenor y el bajo.
La composición está llena del encanto y de ese tratamiento magistral que Guerrero solía imprimir a sus obras.
Con un contrapunto muy controlado y sabio y una armonía que no deja lugar a muchas sorpresas pero que destaca por la serenidad, la obra es una auténtica joya.
La partitura de la pieza puedes descargarla aquí.
La interpretación es del conjunto Musica Ficta dirigido por Raúl Mallavibarrena.