Uno de los momentos más comerciales de la historia de la música es sin duda el florecimiento de la ópera veneciana en el siglo XVII. El espectáculo musical sale de las cortes y los palacios para abrirse a toda la sociedad -a toda la que pudiese pagar la entrada-, convirtiéndose por primera vez en una industria, un negocio que requiere constantemente de títulos nuevos y que da trabajo a multitud de profesionales, desde músicos y libretistas a cantantes y figurantes, desde empresarios a tramoyistas.
La ópera italiana prácticamente nace con el siglo y en 1637 abre al público el primer teatro especializado en la ciudad de los canales, el de San Cassiano. En 1678 ya serían cinco y para finales del siglo XVIII el número ascendía a catorce. La producción de nuevas obras era constante pues los estrenos se sucedían con rapidez y rara vez había repeticiones y muy pocas reposiciones.
En este escenario nos encontramos con Antonio Vivaldi, uno de los músicos más conocidos por la posteridad, en una de sus facetas más olvidadas, la de compositor de óperas. Efectivamente, aunque el creador de Las cuatro estaciones es reconocido especialmente por su música instrumental, sobre todo por sus conciertos, llegó a escribir casi cincuenta óperas y participó activamente en toda la actividad empresarial relacionada con este espectáculo.
Ha sido destacada la vocación comercial de la creación de Vivaldi pues componía mucho por encargo para visitantes en Venecia y para editores extranjeros, que le pagaban por sus piezas, sumándose de esta manera a la corriente exportadora de cultura de la ciudad. En la historia de la música una orientación hacia la venta, a escribir partituras que se ajusten al gusto del público, no ha ido en detrimento de la calidad, sino más bien al contrario. El musicólogo Álvaro Marías comparaba en un viejo texto la producción musical veneciana de la época con la industria del cine en el siglo XX, un deseo de satisfacer a la audiencia que resulta fructífero y revitalizador para el propio arte.
Sin duda la medida de la importancia de Antonio Vivaldi en el panorama operístico veneciano nos la da el panfleto crítico Il teatro alla moda publicado por Benedetto Marcello en 1720. Se trata de una crítica en forma de sátira al mundo de la ópera de la época que no deja títere con cabeza y que el autor fue actualizando en sucesivas ediciones.
De origen aristocrático, Marcello fue un hombre polivalente: compositor de óperas, poeta, letrado y funcionario público del estado de Venecia. Su carrera musical incluye también sonatas y conciertos, así como cantatas y oratorios. A través de sus propias piezas vocales podemos entender que no era amigo de las extravagancias que caracterizaban la forma de cantar de muchos intérpretes del momento, algo que dejará por escrito en su crítica.
Su experiencia como empresario le permite conocer de primera mano y en profundidad todo el mundillo que rodeaba los escenarios y articular un ataque contra todas las figuras que lo integran, desde los compositores, cantantes y directores, hasta el último tramoyista. Para Marcello la ópera del siglo XVIII había sacrificado su espíritu trágico original para convertirse en mero espectáculo y exhibición de medios materiales.
Il teatro alla moda recomienda con ironía a los libretistas que no sepan nada de los autores griegos y latinos, ni de la métrica del verso italiano, pero que se reconozcan expertos en matemáticas, derecho, química o medicina, y que afirmen que lo elevado de su genio les ha impedido convertirse en poetas o conocer los géneros de la mitología y la historia. Para compensar dicha carencia introducirán en los textos de las óperas términos procedentes de las disciplinas anteriores que no tienen nada que ver con los principios de la poesía. Deben escribir el libreto verso a verso, sin un plan general, porque total el público es incapaz de seguir una trama bien estructurada. Como podemos ver la crítica es feroz.
Con los compositores no es más benevolente. Para poner en evidencia lo que a su juicio era falta de conocimientos de los músicos, les recomienda con sorna que no hace falta que sepan las reglas de composición, basta con que dominen unos cuantos principios generales sobre su práctica. Les pide que no lean el libreto entero y que vayan componiendo versos a verso, así como que no hagan dos arias iguales, para poder meter en la ópera todos los motivos melódicos que se les pasaron por la cabeza el año anterior.
Por su parte, a los cantantes masculinos les dice que no deben saber leer ni escribir, ni pronunciar las vocales y las consonantes correctamente; es mejor que mezclen palabras, letras y sílabas, introduciendo características de “buen gusto” del teatro moderno, como appoggiaturas y cadenzas. Añade que el virtuoso del momento debe adquirir el hábito de excusarse siempre con términos como que hoy no está bien de voz, que nunca ha cantado antes de esta manera, que está enfermo, con dolor de muelas, de estómago, etc. Igualmente, siempre debe quejarse de los papeles no están hechos para él y que las arias que le toca interpretar no están a la altura de su talento.
Esto es sólo un ejemplo de todo el vitriólico contenido que encierra el muy divertido, hay que reconocerlo, libro de Benedetto Marcello. El subtítulo de la obra anunciaba con desparpajo “método seguro y fácil para componer y realizar bien la ópera italiana en música al uso moderno”, como si fuese un manual para aprender idiomas en poco tiempo de los que se editan hoy en día. Pero volvamos a Vivaldi.
Hablábamos al principio de la relevancia de Il prete rosso dentro de la floreciente ópera italiana de principios del siglo XVIII y el libro de Marcello es una prueba de ello. Si bien supone una crítica en general de la música escénica de la época, por sus particularidades y excesos (a juicio del autor), encubre alusiones directas a Antonio Vivaldi y nada menos que en la portada.
Justo debajo de un grabado pintoresco que muestra a tres curiosos personajes en una barca, aparece la siguiente inscripción de créditos:
Stampato ne BORGHI di BELISANIA per ALDIVIVA LICANTE, all´ Infegna dell´ ORSO in PEATA. Si vende neila STRADA del CORALLO alla PORTA del PALAZZO d´ORLANDO.
Pues bien, los nombres son anagramas de conocidas figuras de la ópera del momento. ALDIVIVA es ni más ni menos que A. Vivaldi, mientras que LICANTE hace alusión a Canteli, una cantante del Teatro San Moisè. BORGHI di BELISANIA son Borghi y Belisani, dos cantantes masculinos del Teatro San Angelo. ORSO se refiere a Orsatto, empresario del Teatro San Moisè, y finalmente, PEATA es Modotto, el empresario del Teatro San Angelo.
El grabado de la portada también representa a Vivaldi, en concreto la figura de la izquierda, un cura alado que toca el violín. Se supone que lleva el timón del Teatro de San Angelo (de ahí las alas) hacia el éxito.
Sin duda la parodia de Benedetto Marcello pone en evidencia la importancia de Antonio Vivaldi dentro del círculo operístico de Venecia, a pesar de que su nombre ha pasado a la historia asociado a otros géneros musicales.
Es irónico, no sólo el documento de Marcello, sino el hecho de que hoy continúen las mismas quejas. Los operómanos son un gremio raro, que en lugar de disfrutar sufren la ópera, añorando paraísos perdidos e imaginarios… más bien parecen un grupo de plañideras llenas de añoranza que una cofradía dedicada al goce de las maravillas actuales.
Benedetto Marcello, ya tuve noticia de èl y sinceramente no me agrada, prefiero escuchar il piacere o Estate antes que su musiquita barata de millonario envidioso…supongo que seria apodado mas bien ‘maledetto’, jajaja.