Varios proyectos de formación musicosocial tratan de paliar el abandono de la educación musical en la escuela pública.

Un montón de niñas y niños que aún no han cumplido los 12 años se juntan dos horas cada tarde en el barrio de Tamaraceite, en Las Palmas de Gran Canaria, para aprender a tocar un instrumento musical y formar parte de una orquesta muy especial, la que compone la iniciativa Barrios Orquestados.

«El proyecto pretende crear orquestas de cuerda frotada, con violines, violas, violonchelos y contrabajos, en todos los barrios periféricos de la capital de cada isla del archipiélago canario que tengan necesidades especiales en lo social y cultural, y donde la cultura llega aletargada o, simplemente, no llega por diferentes motivos», explica aDiagonal Ariel Betancor, coordinador de Barrios Orquestados.

La idea original surgió en 2005 cuando el director José Brito se propuso hacer llegar la cultura a través de la música «a todos los sectores de la sociedad, especialmente a aquellos que se encuentran menos atendidos».

En 2011 esa idea inicial se concretó en un proyecto piloto en Tamaraceite.

En el curso actual, Barrios Orquestados imparte sus clases en cinco barrios, cuatro de Gran Canaria y uno de Tenerife.

Y con nuevas actividades, señala Betancor: «En el último año hemos añadido el programa Barrios Encantados, que consiste en crear un coro de voces blancas con los niños que se quedan en lista de espera para acceder al proyecto.

De momento, lo estamos llevando a la práctica en los barrios del Risco de San Nicolás y La Cuesta-Finca España».

El objetivo que busca Barrios Orquestados es incidir mediante el aprendizaje musical en la dura realidad del día a día de quienes menos tienen.

«Este tipo de propuestas tienen un medio claramente artístico, pero sería un gran error por parte de los responsables no vislumbrar el enorme y rico trabajo social que engendran.

Muchos niños y jóvenes se ven abocados a una situación personal no deseable, producto de una carencia de motivaciones alejadas de los quehaceres mundanos de las esquinas de los barrios.

Se convierten en esclavos de la droga –especialmente– o de la desidia –en el mejor de los casos–, que los llevan a situaciones de sinsentido y falta de aspiraciones, convertidas en bucles de carácter vicioso, dentro de sus familias y en el entorno», señala Betancor.

Su actividad se realiza por las tardes, en cuatro sesiones de dos horas a la semana.

Cada último sábado de mes realizan un encuentro para hacer puestas a punto con alumnos de otros centros que también participan en el proyecto, y para «ensayar las futuras escenificaciones del trabajo elaborado que se reflejarán en un concierto público como colofón de la actividad».

Para Betancor, lo más relevante del proyecto es que «se puede respirar un trabajo humano sumamente interesante y gratificante, como proyecto social que es.

Y artísticamente los alumnos y las alumnas han conseguido grandes logros que han podido mostrar en los conciertos que ya se han celebrado».

Dando la nota

Esta experiencia canaria no es la única que trata de acercar la enseñanza musical en forma de orquesta a niñas y niños que no lo tienen fácil por la falta de recursos.

Desde febrero de 2011, el área social del Auditorio Miguel Delibes de Valladolid y la Orquesta Sinfónica de Castilla y León están desarrollando el proyecto piloto In Crescendo.

Inspirado en el Sistema de Orquestas y Coros Infantiles y Juveniles de Venezuela e implantado en un colegio público del barrio de Las Delicias, este proyecto socioeducativo ha formado una orquesta infantil compuesta por 35 niñas y niños de entre cinco y nueve años y varios profesores del centro.

Y en Madrid, en el barrio de Lavapiés, está echando a andar Da La Nota, un programa musicosocial que pretende demostrar la eficacia de la música como instrumento para «solucionar problemas sociales como la integración de personas migrantes» y resaltar «el beneficio que produce en la ruptura de las brechas que genera la desigualdad», resume Beatriz Pedro-Viejo, impulsora del proyecto junto a Aldara Velasco y Fernando Leria.

Después de trabajar durante varios años en iniciativas similares en América Latina, especialmente en Colombia, los tres, músicos de formación, decidieron dar un enfoque local a lo que habían aprendido y aplicarlo en su entorno más cercano.

Así, llevaron a cabo un estudio para conocer dónde podría resultar más efectiva su intervención y decidieron asentarse en Lavapiés.

Una vez elegida la zona, peinaron los colegios e institutos públicos y realizaron lo que denominan «conciertos pedagógicos» para dar a conocer su propuesta y valorar la respuesta que podría lograr, tanto en los centros como en el alumnado.

Ésta ha sido «buenísima» por todas las partes, valora Velasco, ya que demuestra que «los centros se están abriendo a otras actividades que no son meramente educación formal».

Así, el Colegio Público Santa María les ha cedido el espacio en el que en octubre han empezado a impartir formación a 40 niñas y niños de entre 8 y 14 años, por las tardes de lunes a jueves.

«Nuestra capacidad de acción es limitada», añade Velasco.

Para arrancar, Da La Nota ha realizado una campaña de donaciones, con la que ha obtenido el 75% de los instrumentos de cuerda con los que trabaja, y otra de micromecenazgo, ya que de momento no disponen de financiación externa para el proyecto.

La formación, gratuita e inclusiva, que imparten en este programa que quieren desarrollar hasta diciembre –cuando planean celebrar un gran concierto–, se centra en la educación instrumental, vocal, corporal y de percusión en sesiones de hora y media cada tarde.

«La primera semana empezamos con una canción colombiana, El Pescador.

Les ha gustado mucho a los chicos por su historia, acerca de un pescador que no tiene recursos, sólo sus manos, y también por su ritmo atractivo», indica Pedro-Viejo mientras Velasco explica que su apuesta por una educación integral que incluye canto, danza y percusión obedece a que «favorece la cohesión del grupo y hace que el resultado musical de la enseñanza sea más completo».

Su intención es ambiciosa, apunta a una transformación individual mediante un instrumento colectivo.

Lo que quiere Da La Nota, explica Pedro-Viejo, es «hacer ciudadanos conscientes del entorno en el que viven, que sepan vivir en sociedad a través de la música, que es una herramienta que al ser utilizada de manera grupal, los chicos se acostumbran a apoyarse unos a otros, a valorarse, a escucharse siempre.

Todas estas prácticas les van a servir directamente a la hora de convivir, de trabajar en equipo, de sacar un proyecto adelante.

Les damos herramientas, a través de diferentes aspectos de la música, para que puedan afrontar su día a día de la mejor manera posible».

Leria señala también el aspecto sanador que puede tener la música sobre chicas y chicos que, con 10 u 11 años, apenas ven a sus padres por el horario de trabajo de éstos.

«Hemos visto a niños con problemas que en ese momento los olvidan y se evaden.

La recompensa que les da haber empleado tiempo en crear una melodía y conseguir terminarla, por ejemplo, es una sensación de felicidad que les ayuda a calmarse».

Según su experiencia, trabajar con música desde niños aporta un desarrollo de la constancia, de lapaciencia y la comprensión del trabajo en grupo.

«Tradicionalmente, la música se ha enseñado desde una perspectiva individualista y eso ha impedido que nos diéramos cuenta de la importancia de cada pieza del castillo que es una orquesta».

Su trabajo apenas lleva un mes pero ya identifican qué es lo más satisfactorio de lo que están haciendo: la respuesta de sus pequeños alumnos.

Para Pedro-Viejo, lo mejor es «cómo se ríen, cómo comentan las cosas que van mejorando.

Una alumna nos dice que se quiere llevar el violín a casa para seguir aprendiendo, otro comentó que era más feliz desde que ha empezado».

Estas iniciativas vienen a paliar, con sus limitaciones y carencias, la ausencia de educación musical en los actuales planes formativos de la escuela pública.

Leria opina que es inviable separar la educación de la persona del aprendizaje y desarrollo artísticos: «Hay quien piensa que la música es sólo ocio, pero ayuda muchísimo al autocontrol, a analizar las emociones.

Es una gran guía para estructurar tu cabeza.

Con la música aprendes matemática, inteligencia espacial, aplicas las tres dimensiones por la estructura armónica que aprendes».

Velasco sitúa exactamente su posición y eleva una petición a quien corresponda: «Somos como una gotita de agua, sólo podemos atender a 40 niños, pero desde el sistema educativo debería hacerse algo para no sacar la música del currículo escolar».

Milagros en el aula

Pero la música está prácticamente desterrada de esa trayectoria escolar.

Con la aprobación de la Ley Orgánica para la Mejora de la Calidad Educativa (Lomce), dejó de ser una asignatura obligatoria porque «hay asignaturas que distraen».

El entonces ministro de Educación, José Ignacio Wert, empleó este argumento en 2013 para justificar la conversión de la música en materia optativa en esta nueva normativa, la sexta en vigor desde 1970, que cede a las comunidades autónomas la decisión de impartirla o no y de qué manera.

«En la Comunidad de Madrid prácticamente no existe y a nadie le importa lo más mínimo.

Muchos colegios han optado por los idiomas.

La fiebre por el inglés es lamentable, una epidemia.

Podríamos empezar inculcando el amor al lenguaje», lamenta Ana Molina Hita, músico y maestra en el Colegio Público Pío XII de Madrid.

Ella ha luchado tenazmente para paliar ese menosprecio, que achaca a la «falta de cultura de quienes deciden qué contenidos se trabajan en la escuela.

No saben qué es la pedagogía pero sí el economicismo.

Basan sus reformas educativas en los contenidos de siempre (lengua, matemáticas, informe PISA) y en la evaluación, en cómo medir si los niños aprenden esos contenidos.

De cómo los van a aprender sólo dicen que Dios dirá».

En el curso 2012/13 formó con trece alumnas el grupo de pop electrónico coral Milagros, aprovechando ratos libres en el colegio y con el apoyo de la directora del centro.

Después siguió batallando para ampliar el marco de lo que debe tener cabida dentro de las aulas.

«Nos agarramos a la autonomía de los centros para pedirle a la Consejería una modificación de horarios.

A través de un pantano burocrático conseguimos media hora semanal más de educación artística. Migajas.

La inspectora lo aprobó, pero recordándonos que esa media hora semanal que le ‘quitábamos a las matemáticas’ era muy importante», recuerda.

Para esta docente, la supresión de música como asignatura supone cegar una vía para que el alumnado aprenda otras materias y, también, aumentar su tedio: «Eliminando la educación artística no sólo no les damos la oportunidad de expresarse utilizando otros lenguajes, sino que, además, les aburrimos».

Esta situación de abandono de las materias creativas en los programas educativos de los centros públicos repercute de forma distinta en quienes están aprendiendo, según sea su clase social.

«Los más afectados son quienes se encuentran en desventaja social, como siempre.

Para el PP, la música es para quien pueda pagarla», señala esta profesora, que apunta un objetivo de fondo clave para entender el arrinconamiento de las disciplinas creativas en la enseñanza pública: «Acabar con la educación artística en la escuela, triplicar el precio de las escuelas municipales de música o prohibir a los menores entrar en las salas de conciertos tienen el mismo objetivo político.

La música crea pensamiento y el análisis consustancial a lo artístico no interesa.

Interesa mantener la estructura social y una forma muy perversa de hacerlo es desvirtuando el proceso educativo y prohibiendo a los menores el acceso a la cultura».

Aunque no tenga que ver con la música antigua, nos ha parecido emocionante ver a este grupo de alumnos que han tenido el valor de ponerse delante de un montón de gente a demostrar lo que han aprendido… juzguen ustedes….

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