El pasado 30 de octubre conocimos la decisión de Jordi Savall de renunciar al Premio Nacional de Música de este año.
¿Soberbia? ¿Excentricidad? ¿Realismo?
En una carta dirigida al Ministro de Cultura, el músico catalán explica los motivos que le han llevado a tomar esta decisión.
Confieso que, antes de leer dicha carta, no imaginaba en absoluto lo que poco a poco iba a descubrir en esas líneas.
En realidad, lo que percibo es el grito de un hombre que no cede a la presión del poder, un hombre para quien el corazón humano no se reduce a economía, a números.
El propio Dostoievsky reconocía que, ciertamente, el hombre no podría vivir sin pan, pero tampoco podría vivir sin la belleza.
Pero, ¿qué tipo de belleza? ¿La belleza o la Belleza? Jordi Savall la escribe con B mayúscula.
Nombra a la Belleza, concreta, con nombre propio, con una personalidad. La Belleza como aquello que entra hasta lo más profundo del hombre y lo salva.
Lo salva de la decadencia del tiempo, del devenir de la vida, que vaga si no sabe cuál es su destino y que, ante la imposibilidad de encontrar lo que, en el fondo, todos buscamos, se contenta con otras bellezas, las cuales, ciertamente lo son, pero no tanto como para llenar esa necesidad que sentimos y que se ve consolada ante “las músicas sublimes de Cristóbal de Morales, Francisco Guerrero o Tomás Luis de Victoria.”
Esa Belleza necesita las manos de los artistas.
En el caso de la música –nos aclara Savall– no puede ser de otra manera: “la música viva sólo existe cuando un cantante la canta o un músico la toca, los músicos son los verdaderos museos vivientes del arte musical.”
Para ello, es fundamental que la educación siga acompañando a los miembros de una sociedad para ayudarles a ser verdaderamente personas.
No es una simple instrucción: es caminar con quien va por delante –los maestros– para buscar y encontrar juntos esa Belleza, mejor, para aprender a dejarse tocar por esa Belleza y sorprenderse.
No podemos renunciar a ello: “sin educación no hay arte y sin memoria no hay justicia.”
Realmente no es exagerado lo que dice Dostoievsky y que Savall reafirma.
Sólo ante la Belleza podemos ver el horizonte infinito del corazón humano.
Y no sólo abre su horizonte, mostrando al hombre la magnitud de su deseo y, por consiguiente, su valor infinito, sino que, a la vez, lo sacia.
La música es sólo una muestra de ese Rostro que responde por completo a esa necesidad infinita que cada hombre lleva dentro de sí.
Gracias, maestro Savall.
Paulino Carrascosa | Religionenlibertad.com