No lo han tenido nunca en cuenta para nada; lo han ignorado de manera sistemática, no por desidia o desconocimiento de su prestigio internacional, sino porque, digámoslo claro, creen que no es de los suyos.

Como si hubiera dejado de ser español por el gravísimo agravio de haber firmado, pronto hará 25 años, un convenio con la Generalitat por el cual su Capella Reial, creada tres años antes, pasaba a denominarse Capella Reial de Catalunya.

No cuenta que haya puesto las Cantigas de Alfonso X el Sabio al alcance del público más sensible y exigente.

No cuenta su dedicación intensísima a la música española.

¿Cuántos de nosotros sabríamos gran cosa de ella?

¿Cuántos habríamos disfrutado con tanta emoción de Tomás Luís de Victoria, Cristóbal de Morales, Francisco Guerrero, Mateu Fletxa, Joan Cererols o el Misterio de Elche?

¿Cuántos, si no fuera por Jordi Savall?

El desprecio del ministerio por Savall es sobre todo persistencia en la ignorancia de los propios tesoros musicales.

El precio de haber escondido estas músicas al público hispánico debía de ser bueno para castigar la herejía: Savall, su rescatador y más destacado intérprete osó añadir el nombre de Catalunya al de Capella Reial.

Imperdonable.

Quizás desagrada todavía más su dedicación a la música sefardita.

En descargo, el Ministerio de Cultura aduce que el Premio Nacional le fue otorgado por un jurado independiente.

¡Claro! El problema es que el jurado, designado por el propio ministerio, fuera independiente.

Eso les pasa por no comprobar, como es norma, la buena sintonía entre los miembros del jurado y la autoridad que les nombra.

Jordi Savall pone de manifiesto una plena conciencia de la situación de la cultura en España, perseguida ahora por el PP, encima, con el 21% de IVA.

Por eso ha puesto en segundo plano las razones personales.

Si otros las destacamos, es para tratar, desde Barcelona, con un poco de justicia al gran embajador internacional de la música antigua española.

Escrito por XAVIER BRU DE SALA | ElPeriodico.com

Un comentario en «La herejía de Savall»

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