Hay nombres que se quedan en un segundo plano dentro de la historia de la música española, y que, sin embargo, han contribuido en gran medida a innovar y dar esplendor a las formas de su época. Es este el caso del barcelonés Pere Rabassa, cuya vida profesional estuvo fuertemente unida a las capillas de las catedrales de Valencia y de Sevilla en el siglo XVIII.
Como indica Rosa Isusi Fagoaga [Pere Rabassa: un innovador en la música religiosa española del siglo XVIII (Estado de la cuestión), 1995] Rabassa contribuyó a introducir la influencia italiana en la música religiosa, después de que había ido permeando en la música escénica a lo largo del siglo XVII. La adaptación al gusto español se produce por vía de la zarzuela en la forma de Recitado y Área, por el estilo recitativo y el aria operística. Y esas innovaciones son introducidas también en la música sacra por este compositor, tanto a través de su faceta creativa en su obra, como desde la perspectiva puramente teórica, a través del tratado de composición que escribió.
Aunque su composición no solo introduce elementos importados de Italia, y comparte los formatos característicos de la música religiosa de principios del siglo XVIII, como son las obras policorales con muchas voces -hasta doce en ocasiones-, así como la presencia de numerosos y variados instrumentos, como violines, clarines, violón y órgano.
Con todo, parece ser que no ha llegado hasta nosotros información suficiente sobre su obra como para juzgarla en la importancia que merece. Y, aun así, Rabassa es elogiado por grandes musicólogos como Rafael Mitjana, que destaca que “era aficionado a escribir en un estilo pomposo para un gran número de voces” y subraya su gran habilidad contrapuntística, o Higinio Anglés, que alaba su técnica primorosa de escribir música para numerosas voces y le considera, junto con José Pradas, “gloria de la escuela valenciana del siglo XVIII”.
Pere Rabassa respiró los aires italianos desde su juventud. Nacido en Barcelona en 1683, inició su formación musical como infantillo de la capilla de la catedral, para pasar a convertirse en cantor y arpista bajo la dirección del maestro Francisco Valls. En 1705, en plena Guerra de Sucesión, el archiduque Carlos de Austria instala su corte en la ciudad y trae con ella su propia capilla musical, dirigida por el napolitano Giuseppe Porsile. La frecuente colaboración entre la capilla catedralicia y la ducal sin duda supuso una poderosa influencia de las formas innovadoras italianas en Valls y Rabassa.
La presencia en la Ciudad Condal del archiduque -ya coronado como Carlos III- atrajo a grandes figuras de la música italiana del momento, como Antonio Caldara, y fueron representadas óperas en la Lonja de autores como Francesco Gasparini, Carlo Pollarini o Carlo Agostino Badia. Precisamente, una de las primeras composiciones de las que se tiene noticia de Pere Rabassa es el tono Elissa, gran Reyna, interpretada en 1710 en el Palau de Barcelona ante Elisabeth Cristina Wolfenbüttel, consorte de Carlos.
La carrera de Rabassa comienza a despegar en 1714, cuando es nombrado maestro de capilla de la catedral de Vic, cargo que abandona al año siguiente cuando pasa a dirigir la capilla de la catedral de Valencia -puesto de mucho mayor prestigio-, donde ejercerá hasta 1724. Durante este periodo es reconocida su labor renovadora de las formas musicales religiosas de la ciudad, especialmente por los villancicos que compone entonces.
En agosto de 1724 tomó posesión del cargo de maestro de capilla de la catedral de Sevilla, a donde le lleva la fama que ya atesora como gran músico y el éxito que cosecha su obra en todo el orbe eclesiástico, como, por ejemplo, un Miserere suyo que se había cantado ese año en el templo hispalense, y que fue muy celebrado por los maestros de coro. Este será su destino hasta su jubilación, que tuvo lugar en 1757, diez años antes de su muerte.
Pere Rabassa compuso 156 obras, 111 de ellas escritas en latín, que en su mayoría están localizadas en la catedral de Valencia, en la de Sevilla, y en el Archivo del Colegio del Corpus Christi de Valencia. Entre los diversos tipos de piezas, destacan misas, motetes, salmos, letanías, Magnificat, Salve Regina y misereres. Por otro lado, han llegado hasta nosotros hasta 33 villancicos suyos en lengua romance.
Aparte de lo anterior, es el autor de cuatro oratorios que fueron interpretados en la iglesia de San Felipe Neri de Valencia, a saber: La gloria de los santos (1715), La caída del hombre y su reparación (1718), Oratorio sacro a San Juan Bautista (1720), y Diferencia entre la Buena y Mala Muerte, representada en la del mendigo Lázaro y en la del rico Avariento (1721).
En otro orden de cosas, Rabassa es el autor de un tratado teórico, que tituló Guía para los principiantes que dessean Perfeycionarse en la Compossicion de la Mussica. La obra está estructurada en tres partes, una primera dedicada a la técnica del contrapunto, una segunda que versa sobre las tablas de graduación de las voces, y finalmente, la última sobre las apuntaciones de los doce tonos de antaño y de los ocho de después, y sobre la forma de unir la voz con violines y otros instrumentos.
La composición religiosa de Pere Rabassa bebe de las formas italianas a través del teatro, que había sido el primero en asumirlas. Es por ello, como subraya Rosa Isusi, que en ocasiones sus creaciones presentan un influjo directo de la escena, algo que suscita las críticas de los sectores más conservadores del momento: “Esta influencia del estilo teatral en la música religiosa, a través de la incorporación de su temática literaria, presencia de diferentes voces (personajes) que dialogan y una instrumentación rica con presencia de violines, fue pronto atacada por los defensores de la antigua gravedad de la música del templo”.
Estamos ante una de las grandes figuras del Barroco tardío español, cuya obra no ha comenzado a estudiarse ni interpretarse con detenimiento.