En esta temporada de la OCNE, que discurre bajo el lema Revoluciones, puede entrar sin duda con derecho propio, aunque no a partir del desarrollo político, social o histórico en el que se envuelve el concepto, la presencia verdaderamente revolucionaria del director inglés Neville Marriner (Lincoln, 1924), todavía en activo y, lo que es más sorprendente, al parecer en plena forma a sus 91 primaveras.
Lo viene demostrando año a año, a veces al frente de la Orquesta de Cadaqués, de la que es director honorario desde hace tiempo.
Este fin de semana (días 30, 31 y 1) lo podremos ver en acción al frente del conjunto estatal con un programa perfectamente diseñado para él.
En la primera parte la Sinfonía n° 44, Fúnebre, de Haydn, compositor que siempre ha sido un buen exponente de la batuta clara del músico británico.
Grabó gran parte de las 104 obras de la colección del austrohúngaro, siempre con transparencia, impulso rítmico y ágil verbo. La gracia y la ironía de estas sinfonías tenían en él un valedor extraordinario.
En realidad lo fue desde sus primeros tiempos de cualquier música del XVIII, especialidad de la que fue su orquesta, la St. Martin in the Fields, que creó en 1958.
Capacidad de concentración
Aún recordamos su primoroso Mozart y sus Conciertos de piano junto a Brendel.
Después de Haydn, la sesión sigue con el enjundioso y dramático Concierto para violonchelo de Elgar, una partitura que domina el excelente instrumentista noruego Truls Mork, con capacidad de concentración y de ese ensimismamiento lírico tan necesario para penetrar en los secretos de sus pentagramas.
Y de Elgar es asimismo la composición que ocupa la segunda parte de la sesión, las famosas Variaciones Enigma, escritas en memoria de una serie de personas, la mayoría amigas del autor, entre las que se incluía su esposa. La fantasía temática, la magnífica orquestación, la belleza de algunas ideas -ahí está, por ejemplo, la serena exposición de Nymrod- conceden a la partitura un empaque y al tiempo una delicadeza excepcionales.
En la línea de las no menos célebres Variaciones sobre un tema de Haydn de Brahms.
La gran y victoriana peroración que cierra la obra siempre ha sido expuesta magistralmente por Marriner, que sabe calibrar y matizar los crescendi.
El viejo maestro fue primero violinista, hijo de las clases de René Benedetti en el Conservatorio de París. Actuó como segundo violín en el Cuarteto Martin y fundó enseguida el Jacobean Ensemble al lado del histórico Thurston Dart, un especialista en música antigua.
Más tarde dio clases de su instrumento en el Royal College entre 1949 y 1959 y formó parte de las orquestas Philharmonia y Sinfónica de Londres.
Por entonces le picaba ya el gusanillo de la dirección de orquesta, cuya técnica aprendió de la mano de Pierre Monteux, a quien debe su estilo limpio y frontal de exponer la música y de quien heredó ese sentido, realmente una intuición, para dotar de transparencia a las texturas y de cubrir los aspectos agógicos de manera fluida y natural.
La acentuación de tal modo obtenida suele ser así tradicionalmente staccato, sobre tempi habitualmente ligeros.
Con los que consigue acentos a veces en exceso secos, ataques exactos y una objetividad conceptual innegable.
En su carrera se ha situado como titular en el podio de la Orquesta de Cámara de Los Ángeles, Northern Sinfonía Orchestra, Orquesta de Minnesota y la Orquesta de la NDR.
Será una interesante experiencia comprobar cómo, a su edad, Marriner continúa manteniendo esa disposición en el podio y su permanente y metronómica forma de batir, en pequeños diseños de su corta batuta.
Movimientos claros, precisos antes que elegantes; gestos sutiles e incisivos.
Es admirable que un maestro tan anciano se coloque todavía al frente de una formación orquestal y que desarrolle una labor activa, competente.
Tras largos lustros de batallas, tras su extensa carrera, este hombre no parece estar nunca cansado.
Nos ofrece en todo momento la mejor de sus sonrisas. La de un auténtico gentleman.
Fuente Elcultural.es