La admiración por la obra del poeta Petrarca, cuyo Cancionero fue publicado en Venecia en 1501, llevó a los compositores italianos de la primera mitad del siglo XVI a desarrollar un género musical cuya armonía estuviese a la altura de la sutileza de dichos versos.
Y ese género fue el madrigal, una forma de canto polifónico cuya fama se extendió por Europa durante el resto del siglo para acabar perdiendo fuerza y desapareciendo en la época barroca.
El madrigal es pariente cercano, e incluso heredero, de otro tipo de canción típicamente italiana, la frottola, que comparte con él el constituir un abanico de géneros más que un formato estricto.
De hecho numerosas fuentes atribuyen el nacimiento del madrigal a la decadencia formal de la frottola, que a finales del primer cuatro del siglo había caído en el vicio de musicar la poesía más vulgar.
No parecía por tanto el vehículo adecuado para ensalzar en canto sublime a los grandes poetas del pasado.
Si nos ceñimos a la cronología, la última colección de frottole apareció en 1531 y la primera de madrigales italianos en 1533.
Subrayo lo de italianos porque a pesar de que es un género asociado tradicionalmente a la península itálica, este arte atrae por igual a los más destacados compositores flamencos del momento, como Willaert, Arcadelt y Verdelot.
El madrigal despega inmediatamente y se populariza gracias a los anteriores músicos foráneos y a los locales Constanzo Festa y Alfonso de la Viola, quizá los más sobresalientes de esta primera época.
Pido perdón por dejar hasta el cuarto párrafo la descripción del madrigal como forma musical, pero así son los blogs.
Se trata de una música profana, mundana y social compuesta, para ser cantada por entre tres y siete voces, en principio sin acompañamiento instrumental, cuyos ritmos y cadencias pretenden expresar las emociones que emanan de los textos. En ocasiones las voces que faltaban se sustituían con instrumentos, generalmente con el laúd.
Como he dicho antes, no existía una forma fija de madrigal y convivían bajo dicho paraguas varios subgéneros, como la balleti, un tipo de canción más movida y bailable, o la villanelle y la canzonette.
Por cierto, uno de los más destacados ejemplos de balleti fue compuesto en Inglaterra y no en Italia.
Se trata de «Now is the Month of Maying» de Thomas Morley, que casualmente pertenece al repertorio de Esemble 4/4, el coro de mi amiga Paloma Mantilla (pido perdón de nuevo por la anécdota personal, pero insisto en que esto es un blog, no la Enciclopedia Espasa).
El madrigal dio en Inglaterra grandes figuras como el citado Morley, Christopher Tye, Thomas Tallis o el renombrado William Byrd, pero ya traté esta escuela en otra ocasión.
A medida que avanza el siglo XVI el madrigal se complica musicando textos mucho más largos de autores como Dante, Ariosto o Tasso, y creándose secuencias de madrigales que abarcaban obras más amplias que los sonetos y canciones iniciales.
Destacan compositores como Palestrina y Andrea Gabrieli; el primero le da una dimensión menos mundana al género al introducirlo en la esfera religiosa con sus “madrigales espirituales”.
Sin embargo, hay autores que consideran que en esta fase el madrigal decae de alguna manera, pues los grandes nombres como Palestrina, ocupados de obras mayores, dejan en manos de músicos segundones la supervivencia del género, cuyo afán por la técnica contrapuntística espanta la genialidad de las composiciones.
Pero el madrigal aún conocerá una nueva etapa de esplendor de la mano de Luca Marenzio, Gesualdo de Venosa y, especialmente, del gran Monteverdi.
Ruptura, atrevimiento técnico y exaltación de lo sublime, podrían ser los rasgos de esta fase, que paradójicamente matará al madrigal, o mejor dicho, lo convertirá en el germen de algo mucho más grande y maravilloso: la ópera.
Pero esa es otra historia que merece un post aparte en esta página web.