Dentro del actual movimiento de recuperación de la música antigua, que está trayendo a nuestros oídos sones anteriores al siglo XVIII con una fuerza y energía renovadas, cada vez encontramos propuestas artísticas y estéticas más interesantes y originales, cuyo objetivo es atraer al público del siglo XXI hacia una música que un día fue disfrutada por todos y que ahora parece relegada al coto de la más refinada erudición.
Hoy nos llega una de esas iniciativas maravillosas que contribuyen a llevar ese siglo XVII español con sus luces y sus sombras al espectador moderno.
Se trata de La crítica del amor, etiquetada por sus autores como “musical Barroco” o “fiesta cantada”.
Partiendo de la comedia de Calderón de la Barca La crítica del amor, Antonio Castillo Algarra ha ideado un espectáculo que combina magistralmente la puesta en escena de los textos con piezas musicales de la época interpretadas por músicos especialistas con instrumentos de entonces, como la viola da gamba, el arpa de dos órdenes o la guitarra barroca.
El estreno tuvo lugar en el Festival de Teatro Clásico de Olite en julio de 2015 y este agosto ha salido al mercado el disco con la música de la producción.
Como apunta Antonio Castillo, La crítica del amor (más conocida como No hay burlas con el amor) es anterior (de 1636) a los dramas musicalizados que compuso Calderón hacia mediados de siglo.
No obstante, él ha querido abordar la producción como una fiesta cantada, la solución española a la música escénica, mezclando el teatro clásico con el espíritu del músical de Broadway, además de con la zarzuela y el flamenco.
El siglo XVII acoge el nacimiento de la ópera si bien no toda la música escénica que se representaba en Europa se podía considerar como tal.
En la corte de Versalles, Lully y Moliere acometían todo tipo de géneros, comedia-ballet, ballet, comedia musical…, en la Inglaterra de la Restauración, Purcell componía números musicales para piezas de teatro dentro de un género que se denominó “semi-opera” o “English opera” (se dice que la única ópera como tal que compuso en su vida fue Dido y Eneas) y en España nunca llegó a cuajar el género operístico y nos quedamos en esas obras de teatro con números musicales intercalados que constituyen la zarzuela.
A pesar de que el término ópera no se utiliza en nuestro país hasta 1698, la primera ópera que se conoce es La selva sin amor con texto de Lope de Vega estrenada en 1627.
El género en estado puro no arraigó en la península, pero la música asociada a la escena sí que tuvo su apogeo en el Siglo de Oro.
Y aquí hablamos de “fiesta cantada”, que en palabras de la profesora María Asunción Flórez, “es la solución hispana a los experimentos que sobre el teatro musical cortesano se desarrollaron en Europa durante el siglo XVII”.
El proyecto La crítica del amor sumerge al espectador en una experiencia 360º del siglo XVIII español, con los ágiles textos, la música, la danza y un vestuario y puesta en escena cuidados y elaborados.
El CD recién publicado recoge los temas musicales de la obra que son interpretados con el mayor respeto y rigor, pero con un enfoque que los hace atractivos y modernos, susceptibles de ser apreciados por los oídos actuales ajenos a los sonidos del Barroco hispano.
Y es que al escuchar esta interpretación de aquellos tonos humanos, como se denominaban las canciones de la época (para diferenciarlas de los tonos divinos asociados al culto religioso), nos damos cuenta que no están tan lejos de nosotros y de nuestros gustos modernos como pensamos.
Prueba de ello es la fusión sin absorción de temas que cierra el disco, entre el clásico Marizápalos y el estándar de jazz My Funny Valentine de 1937.
La letra de la pieza es un poema del poeta metafísico John Donne.
La selección de temas musicales no puede ser más adecuada.
Está presente Juan Hidalgo, para algunos el equivalente español al Lully francés y al Purcell británico, con su conocido Ay, que me río de amor, y también el maestro de la guitarra barroca Gaspar Sanz.
Igualmente aparece el bellísimo Sé que me muero de la comedia ballet El burgués gentilhombre, firmada por Moliere y Jean-Baptiste Lully, que por cierto, está escrito originalmente en castellano en el libreto, se supone que para agradar a la española María Teresa de Austria, la esposa de Luis XIV.
Magníficos tonos anónimos o firmados completan y construyen este monumento grandioso a nuestra música, interpretados como quizá se hacía en la callejas de ese Madrid laberíntico y en los corrales de las posadas y ventas.
Para acometer esta empresa han sido reclutados una serie de músicos especializados en la música antigua, como por ejemplo Sara Águeda, experta en el arpa de dos órdenes.
La dirección musical ha sido encomendada a la soprano Mariví Blasco, cuya expertise en el campo de las melodías de otros siglos está suficientemente avalada, tanto por su carrera en solitario como por sus colaboraciones con el conjunto Accademia de Piacere. Ha contado en esta tarea con la colaboración de Ignacio Rodulfo Hazen y de Noemí Hilario-Garcinuño.
También suenan en el disco otros instrumentos arcaicos como las violas da gamba, guitarras barrocas, bajones, sacabuches, un virginal y flautas de pico.
Mención aparte merece el shakuhachi, una flauta larga japonesa que aquí es interpretada por uno de los mayores expertos occidentales en la materia, Rodrigo Rodríguez.
No es casual la presencia de este instrumento de bambú puesto que simboliza la visita del samurai Hasekura Tsunenaga a la corte de Felipe III, una de las primeras relaciones entre España y el país del sol naciente. Todo el XVII está contenido en el disco, en sus sones; se trata de una verdadera inmersión en una época del pasado, que, paradójicamente, suena muy actual y cercana.