Considerado por muchos como el compositor más sobresaliente de la primera mitad del siglo XVIII, lo cierto es que la extensión y la variedad de la obra de José de Nebra nos da una idea de lo versátil y prolífico de su genio musical.
Aragonés de Calatayud, nacido prácticamente con el siglo, Nebra lleva la música en los genes puesto que su padre y primer maestro, José Antonio Nebra Mezquita, fue organista de la catedral de Cuenca y sus dos hermanos, Francisco Javier e Ignacio, fueron igualmente responsables de la música de tecla de La Seo de Zaragoza.
El Nebra que nos ocupa, José, destacó también pronto como organista y obtuvo el puesto de titular de dicho instrumento en las Descalzas Reales de Madrid en 1717 y más tarde, en 1724, en la Capilla Real. Figura además como maestro de músicos de la talla de José Lidón y el mismísimo padre Antonio Soler.
José de Nebra llegó a destacar tanto por sus composiciones para la escena como por su obra religiosa, correspondiendo estás dos facetas aparentemente tan opuestas a dos etapas distintas de su vida.
Como músico para las tablas, Nebra figura como creador de óperas, zarzuelas, comedias de santos, comedias de magia, autos sacramentales, loas, sainetes y entremeses. A pesar de que a menudo se le ha presentado como baluarte de la música patria frente a la invasión de las formas italianas, sus obras para la escena combinan elementos de los dos mundos, que en palabras del profesor José Máximo Leza de la Univesidad de Salamanca:
“Así, será característico el uso de voces agudas femeninas para la interpretación de todo tipo de papeles cantados, la omnipresente presencia de personajes cómicos (graciosos) y el empleo continuado de coros, seguidillas o coplas. Pero junto a ello, Nebra compondrá magníficas arias da capo, precedidas de recitativos, y se aventurará con elaborados y originales conjuntos en forma da capo (tercetos o cuartetos) para rematar algunas de las jornadas (actos) de sus zarzuelas y óperas.”
La carrera de José de Nebra da un giro importante en 1751, cuando es nombrado vicemaestro de la Capilla Real y vicerrector del Colegio de Niños Cantores. El incendio del Alcázar en 1734, y la consecuente pérdida de partituras, hace necesario crear un repertorio nuevo religioso, labor a la que se dedica casi por completo Nebra (abandonando también casi por completo la composición para la escena), en colaboración con Francesco Corselli, maestro de capilla desde 1738.
De esta época nos ha llegado una obra rica y abundante en forma de salves, lamentaciones, misas, responsorios, himnos, cantadas y villancicos. Uno de los hitos de José de Nebra como compositor es el Requiem por la muerte de María Bárbara, fechado en 1758, y que ha formado parte de la tradición de la familia real hasta bien entrado el siglo XIX.
Resulta curioso como la historiografía musical del XIX y principios del XX presenta a José de Nebra como un defensor a ultranza de los sonidos más españoles, frente a las formas italianas, que son consideradas como decadentes. El propio Rafael Mitjana llega a afirmar (Historia de la música en España, 1920) que el cardenal Mendoza crea exclusivamente el puesto de vicemaestro de capilla para Nebra, “cuyas grandes cualidades apreciaba”, preocupado por la decadencia del repertorio de palacio, cuya verdadera causa era “la despreocupación del maestro de capilla Corselli, cuya única obsesión era la ópera italiana”.
Pero lo cierto es que José de Nebra es considerado por otras fuentes, dentro de la vanguardia de la nueva música, como un compositor abierto a los aires extranjeros y a los sones italianizantes. Prueba de ello es la mención que hace Juan Francisco Corominas de él en su obra Aposento Anti-Crítico (Salamanca, 1726), en la cual rebate la crítica del padre Feijoo a la utilización de violines en los templos, y cita a Nebra como ejemplo de la mejor música que se está componiendo en ese momento en España, utilizando los recursos instrumentales y estilísticos de origen italiano.