William Byrd ha sido calificado por algunos como “el padre de la música inglesa” y lo cierto es que es una de las figuras más brillantes de la música británica de finales del Renacimiento.
Su obra es rica y variada e incluye desde música para tecla, como la incluida en su libro My Ladye Nevells Booke (1591), hasta piezas vocales inglesas, siendo sus recopilaciones más conocidas Songs of sundrie natures (1589) y Psalmes, sonnets, and songs of sadness and pietie (1588).
Mención aparte merece su música religiosa, entre la que se puede encontrar varias misas y numerosos motetes en latín, que reflejan cómo logró combinar la composición para la Iglesia anglicana con su adhesión a la causa católica, considerada en la época como una deslealtad a la corona, desde que Enrique VIII rompe con Roma y se autoproclama cabeza de la Iglesia de Inglaterra.
Byrd compone tres misas entre 1592 y 1595, aunque su obra más conocida son los dos ciclos de motetes que componen Gradualia, publicados en 1605 y 1607, y dedicados a dos personalidades de la nobleza católica del momento, Henry Howard, Earl de Northampton y Sir John Petre.
También ganó el músico renombre como creador de música para el culto reformista, como son los motetes incluidos en Cantiones, quae ab argumento sacrae vocantur de 1575, que presentan un elevado tono doctrinal anglicano.
Y aparentemente, también ocurre lo mismo con los dos volúmenes de Cantiones sacrae de 1589 y 1591.
Pero solo aparentemente.
Algunos estudiosos de su obra han querido ver un cambio de tendencia en estos conjuntos de motetes de finales de los 80.
Se aprecia la insistencia en temas relacionados con la persecución de los elegidos, como el cautiverio en Egipto y Babilonia, y el deseo de la liberación final.
Una posible lectura de esto sería que William Byrd está utilizando estos pasajes bíblicos para expresar -de forma más o menos encubierta- su lamento por la persecución a la que se veían sometidos los católicos en la Inglaterra de su época, utilizando para ello pasajes del Antiguo Testamento.
Dentro del segundo libro de Cantiones sacrae hay un motete titulado Infelix ego que, además de ser el más largo que compuso, es, en palabras de David Trendell (Savonarola, Byrd, and Infelix ego, 2004), “musicalmente es uno de los más ingeniosos y originales”.
Y además de ello, se trata de una pieza con una historia curiosa detrás: el texto es una meditación escrita sobre el salmo 50 escrita por Girolamo Savonarola, un fraile que odiaba la música por considerarla pecaminosa.
Savonarola fue un fraile dominico que en 1490 se estableció en el convento de San Marcos de Florencia invitado por Lorenzo de Medici.
Sus sermones en el Duomo criticando con furia la corrupción de la Iglesia y la decadencia de la corte papal pronto le granjearon una gran popularidad entre los florentinos, y su influencia fue creciendo, especialmente gracias a su profecía sobre la Nueva Jerusalén.
Consideraba que Roma estaba llevando a Italia al desastre y que solamente si los florentinos abrazaban la simplicidad del culto de la Iglesia primitiva, llegaría una época de poder y riqueza para la ciudad, que se convertiría en la Nueva Jerusalén.
Este religioso defendía un modo de vida ascética dedicada a la oración y condenaba la extravagancia de los ceremoniales religiosos.
Y no le gustaba la música, en especial, el canto polifónico, pues era un invento lascivo del diablo que a su juicio distraía al oyente del rezo.
Trendell reproduce en su artículo el fragmento de uno de sus sermones, de marzo de 1496, muy explícito al respecto:
“El Señor no quiere música elaborada en las fiestas de guardar; en vez de eso dice: `llevaos vuestros bellos canti figurati´.
Estos signori tiene capillas de cantores que parecen estar en permanente escándalo, porque hay un cantante con un vozarrón que parece un ternero y los otros chillán a su alrededor como perros, y uno no puede entender una palabra de lo que cantan.
Dejad de lado estos canti figurati y cantad el canto llano que manda la Iglesia.
Queréis tocad órganos también; vais a la iglesia a escuchar órganos.
Dios dice: `yo no escucho vuestros órganos´.¨
Como era de esperar, el papa Alejandro VI excomulgó a Savonarola en 1497 por el mensaje subversivo que estaba difundiendo.
Esto no impidió al dominico seguir atacando a la curia romana, de forma que la Santa Sede tomó medidas contra toda la ciudad de Florencia.
El final de Girolamo Savonarola llegó cuando una turba enfurecida asaltó su convento y él fue encarcelado y torturado hasta hacerle renegar de su profecía.
En mayo de 1498 fue colgado y quemado en el patíbulo.
Durante su cautiverio, Savonarola escribió la meditación Infelix ego, sobre el salmo 50 y dejó otra inacabada, Tristitia obsedit me.
En la primera, que es la que nos ocupa, el autor utiliza la fórmula del salmo, Miserere mei Deus (misericordia, Dios mío), para expresar su desdicha e indefensión, y confía en el perdón del Señor.
Esta obra, redactada poco antes de morir, se extendió por toda Europa; de hecho solamente dos años después de su ejecución ya existían quince ediciones solamente en Italia.
Su popularidad se debe tanto a la elevada calidad literaria del texto como a que la figura de Savonarola se convirtió en fuente de inspiración para los reformistas protestantes del siglo XVI.
Y a pesar de su desprecio por la música, su obra Infelix ego fue convertida en motete por los grandes compositores de su tiempo.
El primero fue Josquin des Prez que compuso Miserere mei Deus sobre el texto del salmo 50, manteniendo una estructura muy similar a la que guarda la obra de Savonarola.
Y después fue Adrian Willaert quien, por encargo del duque de Ferrara Hércules II que fue gran admirador del dominico, puso música a Infelix ego.
Siguen a esta las versiones de Cipriano de Rore y de Nicola Vicentino.
A pesar de que el papa Pablo IV prohibió expresamente la obra de Savonarola, el duque de Baviera Alberto V, conocedor de la obra de Rore, le encargó a su protegido el gran compositor flamenco Orlando di Lasso una versión del Infelix ego.
Y este hecho nos lleva directamente hasta William Byrd.
Lord Lumley era un noble católico y protector de Byrd, al que este último dedicó al edición de sus Cantiones sacrae de 1591.
Lumley había estado implicado en las conjuras católicas contra la reina Isabel I de principios de la década de 1570 y había sufrido penas de prisión en la Torre de Londres.
El noble mantenía una magnífica biblioteca en su residencia de Nonsuch Palace en la que probablemente William Byrd conoció la versión musicada de Infelix ego de Lasso.
Y esta, en cualquier caso, contenía cuatro versiones del texto de Savonarola.
No resulta descabellado pensar que Byrd compuso su versión de Infelix ego con la mente puesta en el sufrimiento de su patrón en la cárcel, equiparándolo con el que sufrió el monje dominico que dio pie al texto.
Esta pieza del compositor inglés es considerada como una obra maestra.
Extendiéndose en más de doce minutos, es unos de los motetes más largos de toda su obra.
Como en otros temas incluidos en sus Cantiones, Byrd recupera un género musical de antes de la reforma, la antífona votiva -basada en un versículo, una respuesta y una plegaria-, que había surgido en Inglaterra a mediados del siglo XIV, con textos dedicados a la devoción mariana.