La popularidad de la aristocrática vihuela a lo largo del siglo XVI, que en España fue el instrumento equivalente al laúd del resto de Europa, entra en declive en el siglo siguiente. Ya en el mundo Barroco cede su protagonismo a la guitarra, que entonces adquirió el sobrenombre de “española” y que ahora denominamos “barroca”.

Se trataba de un cordófono mucho más accesible y fácil de tocar que la vieja vihuela y su interpretación comienza a extenderse por todos los estamentos sociales. Con el tiempo la vihuela se asimila y confunde con la guitarra, hasta el punto que el doctor Juan Carlos Amat al final de su tratado Guitarra Española y Vándola (Barcelona, 1586) homologa, por así decirlo, la vihuela con la guitarra. En el siglo XVIII ya será difícil distinguir una de otra.

La guitarra que se tocaba a principios del siglo XVII era ya muy parecida a la actual, aunque todavía tenía solamente cinco cuerdas dobles afinadas por pares al unísono. Se convierte la técnica de este instrumento en una seña de identidad nacional española que en el extranjero se apresuran a imitar.

A modo de ejemplos, Giovanni Ambrosio Colonna publica en 1620 en Milán su obra Intavolatura di chitarra alla spagnola y Luis de Briceño hizo lo propio en París en 1626 con su método para tocar la guitarra á la façon espagnole.

En España también surgen grandes tratadistas entre los que sobresale sobre todos los demás el aragonés Gaspar Sanz seguido de lejos de Lucas Ruiz de Ribayaz. Ambos cimentan la técnica de la guitarra barroca a través de sus obras. Es lamentable el problema de la falta de una imprenta musical española en el siglo XVII que estuviese a la altura de la alta calidad de los estudios teóricos de la época.

Para hacernos una idea de la penuria a la que se enfrentaban los músicos, baste saber que Gaspar Sanz tuvo que grabar él mismo las planchas de cobre que iban a servir para la impresión de su obra. Por otro lado, Ruiz de Ribayaz declaraba en el prólogo de la suya que había intentado “que lo que se llega a ejecutar fuese como se escribe comúnmente”, pero que “no se ha podido ajustar a las imprentas”. Una pena, pero por lo menos los dos libros salieron aun con baja calidad de impresión.

Sanz publica en 1674 su Instrucción de música sobre la guitarra española, cuyo título completo es Instrucción de música sobre la guitarra española y método de sus primeros rudimentos, hasta tañerla con destreza. Con dos laberintos ingeniosos, variedad de Sones y Danças de Rasgueado y Punteado, al estilo Español, Italiano, Francés e Inglés. Con un breve Tratado para acompañar con perfección sobre la parte, muy esencial para la Guitarra, Arpa y Órgano, resumido en doze reglas y ejemplos los más principales de contrapunto y composición.

El autor recogió las enseñanzas de los más avanzados tratados de la época, como los españoles de Amat y Doizi, así como de los italianos de Granata, Corbett, Benevoli, Ciano y Lelio Colista. Se inspiró además en las técnicas de otros instrumentos, como las de la escuela italiana de violín, justificándolo porque su método, nos dice, “conducirá mucho para tañer las sonadas cromáticas de violines que vienen de Italia, que por no haber quien dé alguna luz a los instrumentistas de España (aunque son muy diestros) les causa novedad y dificultad grande cuando ven un papel de la música italiana con tantos sostenidos y bemoles”.  Vamos, que dice abiertamente que los músicos patrios tenían serios problemas con la escala cromática.

Aparte de la técnica avanzada que expone Gaspar Sanz en su libro, adquiere éste un valor añadido como fuente de información sobre los géneros musicales populares en la época, especialmente en el capítulo de la danza. Para hacernos una idea de la riqueza y variedad del conjunto, mencionar que entre otras aparecen las siguientes figuras: gallardas, danza de las hachas, folías, paradetas, matachín, zarabandas, jácaras, canarios, marionas, villanos, españoletas, marizápalos, pavanas, rugero, pasacalles, tarantela, alemandas, gigas, corrientes, chaconas, la miñona de Cataluña, la minina de Portugal, caballería de Nápoles con dos clarines, trompetas de la reina de Suecia, el clarín de los mosqueteros del rey de Francia, preludios, fantasías y fugas.

Tres años después de la publicación de la Instrucción de Sanz aparece la obra del burgalés Lucas Ruiz de Ribayaz bajo el título Luz y Norte musical para caminar por las cifras de la Guitarra Española, y Arpa, tañer y cantar á compás por canto de órgano; y breve explicación del Arte, con preceptos fáciles, indubitables, y explicados con claras reglas por teoría y práctica.

El experto Rafael Mitjana califica el libro de Ruiz de Ribayaz como muy inferior al de Sanz: “A pesar de su pretensión de ser una especie de estrella polar para guiar por el buen camino a los aficionados a la guitarra, la obra de Ruiz de Ribayaz es muy inferior a la que pretende imitar pues, sin ir más lejos, su sistema de tablatura es bastante defectuoso”. Es cierta la influencia de un libro sobre el otro, pero quizá resulta excesivo ese desprecio de la obra del burgalés que por su parte realiza aportaciones interesantes en el campo de la técnica del rasgueado.

Otro tratado sobre la guitarra de la época digno de mención es Poema harmónico compuesto de varias cifras por el temple de la guitarra española de Francisco Guerau de 1674, que ofrece también numerosos ejemplos de piezas musicales, cantos y danzas populares.

El libro antes mencionado de Luis de Briceño publicado en París también tuvo mucho éxito en España, conociéndose aquí como Método muy facilissimo para aprender a tañer la guitarra a lo español. Briceño expone cómo había recopilado en su obra “cosas curiosas de romances y seguidillas y juntamente unas sesenta liciones diferentes, un método para templar, otro para conocer los acordes todos por un orden agradable y facilissima”. Los expertos destacan la calidad del sistema de tablatura que propone esta obra.

Una última referencia sobre la difusión de la guitarra en la España barroca es Arte de la guitarra de Joseph Guerrero, un breve tratado cuyo manuscrito se conserva en la Biblioteca Nacional de Madrid.

Se trata de un siglo que consolida hasta nuestros días la importancia de la guitarra como instrumento característico de la cultura española.

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