Hace ya muchos años que Jordi Savall habita en el Olimpo de las figuras históricas y míticas de la Música, instalado en el éxito de público ante sus sucesivas propuestas, bien sean de Música Antigua propiamente, bien sean las más recientes de exploración de las posibilidades musicales de la interculturalidad.
Quizá por haber alcanzado esa condición de augur y de sumo sacerdote del historicismo musical español, Savall ha podido caer en algunas ocasiones en un cierto ensimismamiento, en un dar vueltas una y otra vez sobre lo ya dicho y sobre la forma de decirlo, de manera que a veces sugiera la sensación de monotonía y de falta de imaginación.
En el recital de anoche se pudo asistir ante el Savall que aún posee un evidente control técnico de las violas de gamba, especialmente con el basse de viole, sobre el que despliega todo un muestrario de recursos técnicos, algunos más efectistas que efectivos, todo hay que decirlo.
Pero el intérprete catalán se ha quedado anclado en un estilo ya superado en materia de concepción del sonido, de articulación y de intensidad en los ataques, lo que redunda en ocasiones en sonidos fijos, pobreza de colores y homogeneidad en las intensidades.
Ello fue más patente hasta el Pamezzo moderno II de Diego Ortiz, a partir del cual Savall entró más en el juego de los sonidos y en las variedades dinámicas.
Al programa diseñado, basado en los ritmos hispanos en ambas orillas del Atlántico, le sobró alguna obra que no encajaba, como los Musical Humors de Hume o las glosas de Correa de Arauxo.
Y, por otro lado, le sobró monotonía en la sucesión de folías y canarios, tan iguales y tan poco diferenciados, con improvisaciones (que en realidad no lo son) y variaciones muy parecidas entre sí y que son las mismas que Savall viene interpretando hace años.
El resto del grupo era de verdadero lujo, empezando por un incomparable Pedro Esteban capaz de extraer efectos y colores infinitos a panderos, tambores y castañuelas (matizadísimo el acompañamiento de castañuelas en el fandango).
Lawrence-King ofreció la mejor versión que conozco del fandango de Santiago de Murcia, llena de fantasía, de carga expresiva y de brillantez sonora.
Lislevand estuvo más en segundo plano, pero mostró su maestría en la claridad y agilidad de las piezas de Gaspar Sanz.
Escrito por ANDRÉS MORENO MENGÍBAR | DiarioDeSevilla.es