El pasado viernes 31 de octubre en La Folía, hablamos sobre el Officium defunctorum de Tomás Luis de Victoria.
Al tratar el tema de la música religiosa siempre se me plantea la misma duda: ¿cómo hablar sobre la música sacra? ¿Qué hacer para que el discurso no se quede simplemente en una mención de las partes del rito cristiano? Y lo que es más importante, ¿cómo transmitir a la gente la idea de que para mí, existe un goce estético en la música religiosa que no tiene que ver nada con la religión? A mí no me acerca más a una posible idea de Dios, pero eso no quiere decir que no pueda disfrutar con ella. Encontré la solución a mi problema en un texto de Andrés Trapiello, en el que habla de esta obra de Victoria.
«¿Qué nos dice hoy esta música, a qué parte de nosotros le habla, con qué lágrimas nuestras se hermana? ‘Hermana muerte’, diríamos, ‘espera ahí, que ahora vengo a estar contigo.’ Cada hombre tiene su muerte. No una muerte lejana, última. No una muerte póstuma que a menudo llega sin anunciarse, sin ser notada, y sorprende a todos por parecer intempestiva y enfadosa. No. Si no mas bien una muerte solo suya, solo nuestra, a la que ha sido presentado, a la que hemos sido presentados a veces muy tempranamente. Y el hombre ha de convivir con ella en paz, y hablar y estimarla en lo que es, tanto como ha de estimar su vida. Porque esa vida suya no sería la mitad de lo que es sin esa muerte.»
Junto con el texto, escuchamos completo el Oficio de difuntos a cargo del conjunto Musica Ficta.
Hubo también una pequeña sorpresa al final del programa: una improvisación al órgano sobre un tema popular salmantino a cargo del organista Guy Bovet.