Personaje singular donde los haya, Tobias Hume ha pasado a la historia de la música renacentista inglesa como un freak y un outsider, cuya obra sin embargo ha sido finalmente apreciada con el paso de los siglos.
Di con una pieza suya en el CD “Shakespeare and English Music” (Naive, 1999) y la verdad es que lo poco que se contaba en el libreto sobre él sumado a la interpretación que hacía Jordi Savall de su composición “A Souldiers Resolution” atrajeron mi atención.
Militar, compositor, defensor de la viola, buscavidas y pobre de solemnidad, sería el resumen de su biografía.
Se supone que nació antes de 1570 y que estuvo de mercenario con el grado de capitán en el ejército del rey de Suecia, para posteriormente engrosar las filas del zar de Rusia en numerosas batallas.
Otra cosa no, pero en aquella época guerras no faltaban en Europa.
Resulta gracioso como este rudo y viril soldado considera su pasión por la música como “la única parte afeminada de mí”, tal y como lo expresa en uno de sus escritos: “as my Education hath beene, Armes, the onely effeminate part of me, hath beene Musicke”.
En otoño de 1629, al finalizar la guerra entre Suecia y Polonia, Hume vuelve a Inglaterra y se instala en la Cartuja de Londres (London Charterhouse), una institución de beneficencia que acogía a caballeros y militares venidos a menos.
Se entiende que en esa época ya había cumplido los sesenta años, dado que esa era la edad mínima de admisión. Allí falleció en 1645 en la más extrema pobreza.
La obra de Tobias Hume se concentra en dos libros, publicados respectivamente en 1605 (“Musicall Humor”) y 1607 (“Poeticall Musicke”), que de alguna forma chocan con el espíritu musical de la época.
La herejía más sobresaliente de la obra de Hume es la defensa que hace de la viola, que protagoniza las composiciones de prácticamente todo su primer libro, en un tiempo en que el laúd era el instrumento estrella, aunque su declive estaba cercano.
Esta actitud y su heterodoxia a la hora de componer, aparte de granjearle el rechazo de los musicólogos contemporáneos, le valió replicas airadas por parte de una “estrella” del laúd como John Dowland en 1612.
El capitán Hume era un reconocido bromista, algo que queda patente en su obra.
Como ejemplo de esto último, su pieza “An Invention for Two to Play upone one Viole” está compuesta para que dos músicos con un arco cada uno toquen en la misma viola, debiéndose sentar el más bajito de los dos en el regazo del otro. Por otro lado, la obra que citaba al principio de este texto, “A Souldiers Resolution”, lleva el aire marcial hasta tal punto que la viola evoca las trompetas y los tambores militares, estos últimos aporreando con el arco sobre el instrumento.
Sus intentos de dar a conocer su música y obtener el mecenazgo de los notables se sucedieron sin éxito a lo largo de su vida.
Dedicó su segunda obra, la de 1607, a la reina Ana de Dinamarca esposa de Jaime I de Inglaterra, en un tono casi suplicatorio.
También, una vez en Inglaterra, solicitó la dirección de misiones militares y también sin resultado positivo.
Dirigió una carta al monarca Carlos I Estuardo ofreciéndose a servir de enlace para las comunicaciones con el rey de Suecia, pidiendo para ello el mando de 120 hombres.
Pero era una persona demasiado estrafalaria como para confiar en ella.
En 1642 editó un panfleto, dirigido al Parlamento, en el que se autoproclamaba coronel y en el que proponía dirigir una misión militar para aplastar la rebelión católica irlandesa.
El texto destila patetismo y desesperación; ruega que no se le trate como a un idiota o como a un loco y explica que ha tenido que empeñar sus mejores galas para sobrevivir y que pasa tanta hambre que tiene que ir a buscar caracoles para poder alimentarse.
Por supuesto su petición cayó en oídos sordos y Hume murió pobre y medio loco en la Cartuja de Londres tres años más tarde.
La vida puede ser muy cruel con determinadas personas.
Me gustó mucho el artículo de una historia muy particular. Muy interesante la interpretación de la obra del pobre y desdichado Tobías Hume !
Gracias por el comentario, María Irene. La verdad es que no tuvo mucha suerte, no.