Domenico Zipoli y Antonio Vivaldi tienen un mismo punto de partida y desenlaces disímiles.
Desde luego, Vivaldi es el más conocido: sus Cuatro estaciones, sin ir más lejos, parecen tener el don de la ubicuidad (una votación entre oyentes de la emisora inglesa Classic FM la denominó “la música más popular del milenio”), en tanto que Zipoli sigue habitando un terreno para especialistas o amantes de las curiosidades.
Y sin embargo, la decisión de programar sus obras juntas es una oportunidad magnífica de entender el fenómeno del destino, que también condiciona a la música.
En 1703, Antonio Vivaldi se ordena sacerdote.
Antes de eso, ya era conocido por tener un dominio importante del violín y unas bases muy sólidas de composición.
Una de sus obras tempranas es sacra: Laetatus sum, que es la musicalización del Salmo 122.
Al poco tiempo entra a trabajar al Ospedale della Pietá, un orfanato de señoritas, a las que enseñó técnica instrumental y canto, y que terminaron convirtiéndose en las artistas que estrenaron muchas de sus obras.
Once años después, Vivaldi publicaba su colección de partituras conocida como La Stravaganza: doce conciertos para violín que demuestran un gran conocimiento del instrumento y una imaginación bullente.
Mientras todo esto sucedía en Venecia, otro músico llamado Domenico Zipoli buscaba también hacer de su vida una combinación entre la vocación religiosa y el amor a la música.
Pero Zipoli andaba entre Nápoles y Roma, así que es improbable que se hayan cruzado.
Eso sí, tal vez se enteraron de lo que hacía el otro, porque fue tan comentado el volumen de La Stravaganza como el oratorio Santa Caterina, que Zipoli estrenó en 1714, poco antes de ser nombrado organista de la Iglesia de Jesús en Roma.
Para 1716, Zipoli se ha hecho sacerdote jesuita y viaja a Sevilla, donde busca la oportunidad de unirse a las misiones evangelizadoras que zarpan cada cierto tiempo hacia América.
Es allí donde las historias de estos dos músicos se bifurcan: Vivaldi se queda en Venecia cosechando cada vez más éxitos y Zipoli llega al territorio que hoy es Córdoba, en Argentina, para iniciar un trabajo con los indígenas guaraníes que incluía la conversión a la fe cristiana, pero también la educación musical.
Aquella Suramérica debía de ser inhóspita y salvaje en comparación con la vida cultural rutilante de Italia.
Sin duda, Zipoli trabajó en esas condiciones muchas de sus partituras y es probable que a algunas se las haya tragado la selva.
Muchas de esas obras fueron encontradas, años después, en copias que llegaron hasta Bolivia y Perú, por lo que asumimos que fueron bastante interpretadas.
Pero el público de sus misas, de sus salmos, de su brillante Te Deum, no habría de ensalzarlo y darle su lugar en la historia de la música. No.
Era la muchedumbre indígena para la que está música podía sonar bella, pero ajena.
En 1725, Vivaldi publica en Ámsterdam el libro que contiene las partituras de esos cuatro conciertos mundialmente conocidos como Las cuatro estaciones.
Fue su gran aporte a la música universal, con elementos novedosos para la época como la imitación de cantos de pájaros e indicaciones en la partitura (“perros ladrando” o “borrachines durmiendo”) que la convierten, probablemente, en la primera obra descriptiva de la historia.
Pocos meses después, Zipoli fallecía en algún paraje húmedo de América y terminó siendo olvidado muy rápidamente.
Hasta el día de hoy, no se sabe dónde está enterrado.
Pero hay otras coincidencias que nos sirven como epílogo a esta historia.
Cada uno trabajaba con la fuerza que tenía a la mano: Zipoli con sus coros guaraníes, Vivaldi con su orquesta de niñas huérfanas.
Para esos equipos musicales idearon sendas óperas que, injustamente, no tuvieron resonancia.
De Domenico Zipoli sabemos que escribió una llamada San Ignacio de Loyola, cuyo objetivo era trasladar a su público, gracias a la música, al viejo continente donde el fundador de los jesuitas anduvo primero luchando y luego predicando.
Hoy sólo sobreviven tres fragmentos.
Antonio Vivaldi, por su parte, quiso recrear la exótica América para su público europeo y estrenó la ópera Montezuma en el Teatro Sant’Angelo de Venecia en 1733.
La trama se desarrolla en unas tierras mexicanas que el compositor jamás conoció, y la ópera salió de circulación muy pronto.
De hecho, duró perdida 270 años.
Hoy, es un anzuelo para la imaginación pensar de qué hubieran hablado, qué historias hubieran compartido estos dos sacerdotes músicos de haber llegado a encontrarse.
De alguna manera se van a encontrar en Cartagena de Indias, tres siglos después, cuando dos de sus obras sacras (el Gloria de Vivaldi y la Misa a San Ignacio de Zipoli) suenen, la una tras la otra, gracias a la inventiva de los curadores.
Escrito por el Periodista y escritor Juan Carlos Garay para el espectador.com
Biografía completa de Domenico Zipoli
Nació el 17 de octubre de 1688, en Prato, Italia, una pequeña ciudad, por entonces plaza fortificada con muralla y ciudadela levantadas en el siglo XIV.
Motivado por la vocación sacerdotal, viajó a Sevilla, España ingresó a la Compañía de Jesús, a mediados de 1716.
El 5 abril de 1717, partió una expedición organizada por los Jesuítas, rumbo al Río de la Plata.
Zipoli, junto al historiador Pedro Lozano, los misioneros Nussdorfer, Asperger y Lizardi y los arquitectos Primoli y Bianchi, realizaron la travesía de tres meses para trabajar en las ya célebres Reducciones Jesuíticas del Paraguay.
En julio llegó a Buenos Aires y en agosto se estableció en el Convento de los Jesuitas de Córdoba donde continuó sus estudios teológicos, y compuso música que luego se enviaba por medio de emisarios, a los 30 pueblos que formaban parte de las Reducciones.
La preocupación al respecto de cual sería la actividad de Zipoli, en plena selva y sin los instrumentos adecuados, se percibe en la carta del P. Alonso Barzana fechada el 3 de setiembre de 1594, en la que al referirse a los indígenas anota : «Mucha gente de Córdoba es dada a cantar y bailar. Y después de haber trabajado todo el día, bailan y cantan en coros la mayor parte de la noche».
Muy pronto Zipoli, se hizo de fama, como lo refieren numerosos documentos: «Nadie fue más ilustre, ni llevó cosas a cabo, que Domenico Zipoli, otrora músico romano, a cuya armonía perfecta nada más dulce ni más trabajado podía anteponerse…
Más mientras componía diferentes composiciones para el templo, que desde la misma ciudad principal de la América Meridional, Lima, le eran pedidas, enviándose a través de grandes distancias con mensajeros especiales» (Faenza, 1793).
El historiador P. Lozano, quien alcanzó a oir las composiciones sudamericanas de Zipoli, escribió: «Dio gran solemnidad a las fiestas religiosas mediante la música, con no pequeño placer así de los españoles como de los neófitos…
Enorme era la multitud de gentes que iba a nuestra iglesia, con el deseo de oírle tocar hermosamente».
En los breves ocho años y cinco meses de actividad en las Reducciones Jesuíticas, Zipoli compuso una enorme cantidad de música, que hasta hace poco tiempo era desconocida, ya que la mayor parte de su obra fue destruida, luego de la expulsión de los Jesuitas en 1767.
Recién en 1959 el musicólogo norteamericano Robert Stevenson halló, en Sucre, Bolivia copias de su Misa en Fa (copiada en Potosí en 1784 por pedido del Virrey de Lima) y sobre todo en el año 1972, el descubrimiento de más de 10.000 manuscritos en la Reducción de Chiquitos, Bolivia por parte del arquitecto suizo Hans Roth; hallazgo considerado como el de mayor trascendencia para la musicología de Hispanoamérica, en las últimas décadas.
Entre estos manuscritos se encuentran numerosas Misas, Motetes, Himnos y piezas para órgano.
En el otoño de 1725 Zipoli enfermó de tuberculosis, por lo que fue trasladado a la Estancia Santa Catalina, lugar de reposo de los padres jesuitas, a 50 kilómetros de Córdoba, donde falleció el 2 de enero de 1726 a la edad de 38 años.
Recibió la orden sacerdotal y fue sepultado en el cementerio de Santa Catalina.
Entre los numerosos manuscritos hallados en Bolivia, a la par de las más de 23 obras completas ya documentadas y estudiadas por musicólogos de diferentes países, se encuentran copias de las mencionadas sonatas, escritas y publicadas en Europa.
La copiosa producción sudamericana de Zipoli esta siendo estudiada desde 1986 por Carlos Seoane de Bolivia, Frank Kennedy de EUA, Luis Szarán de Paraguay, Burckhard Jungcurt de Alemania, Bernardo Ilari, W. Axel Roldan, Leonardo Waisman, Carmen García Muñoz de Argentina, Piotr Nawrot de Polonia y otros.
El catalogo de manuscritos, la mayoría ya transcriptos y editados en versiones modernas, incluye veintitrés obras de Zipoli, entre éstas: La Misa de los Santos Apóstoles, La Misa a San Ignacio, Letania, Tamtum Ergo, Ocho números de las Sonate D’Intavolatura (5 del primer volumen y 3 del segundo), Himno Te Deum Laudamus, Himno Jesu Corona, Laudate Pueri, Laudate Dominum, Beatus vir, Confitebor tibi, Domine ad adjuvandum, Ave Maris Stella, Pieza para órgano «Retirada del Emperador de los dominios de S.S.».
La mayoría de las piezas sacras estan escritas a tres voces (soprano, contralto y tenor, este último en unísono con la parte del bajo contínuo), Dos violines, órgano con el contínuo, a veces elaborado.
Muy interesante ,gracias
Actualmente en Córdoba hay un colegio que lleva su nombre y tiene orientación musical. Su coro es conocido y hay un puente que lleva su nombre. Pero pocos saben quién fue.
Muy interesante, gracias, cop
Zipoli? nada que envidiar a Vivaldi, solo en fama. Un claro ejemplo: https://www.youtube.com/watch?v=tMTMAoRceJY
En la Argentina, el Maestro Mario Videla, organista, clavecinista y gran conocedor y estudioso de la música antigua, publicó casi toda la obra para órgano y para clave de Domenico Zipoli, hace ya muchos años.
Y como podria conseguir esas publicaciones del Maestro Mario Videla?