El imperialismo también tiene sus cosas buenas.

La llegada de Carlos I a España en 1516 supone un impulso a la integración del país en el universo de las artes europeo.

Por una parte, la capilla musical del futuro emperador incluye a figuras franco-flamencas como Nicolás Gombert y Thomas Crecquillon, cuyo arte ejerció una influencia decisiva en estrellas patrias como el organista Antonio Cabezón o los vihuelistas Enríquez de Valderrábano, Diego Pisador, Miguel de Fuenllana y Esteban Daza, que glosaron sus obras.

Por otro lado, la proyección europeísta del imperio abrió más aún las puertas para que músicos españoles trabajasen en el extranjero.

Éste es el caso del toledano Diego Ortiz que fue maestro de capilla de la corte del virrey de Nápoles.

Unas fuentes definen escuetamente a Ortiz como compositor, otras le destacan como organista, otras le definen como polifonista, y finalmente, algunas le tachan de violero, es decir, intérprete y compositor para viola de gamba o vihuela de arco.

Esta aparente confusión lo que pone en relieve es que estamos ante una de las grandes figuras de la música española del siglo XVI, cuya versatilidad como autor y ejecutor de piezas de distintos campos y para distintos instrumentos constituye el aval de su grandeza.

El hecho de que prácticamente toda su obra fuera editada en Italia nos hace creer que vivió la mayor parte de su vida fuera de España.

Como suele ser común en los personajes de la época poco se sabe de su vida, aparte de haber trabajado en el virreinato de Nápoles a las órdenes del tercer duque de Alba.

En 1553 publica en la ciudad del Vesubio su “Tratado de glosas sobre cláusulas y otros géneros de puntos en la música de violones nuevamente puestos en luz”, obra que el musicólogo Rafael Mitjana en su libro “Historia de la música en España” tilda de “rarísima” (no explica por qué).

Entre otras personalidades, el tratado lleva a modo de prólogo una autorización del papa Julio III, que entre alabanzas y parabienes garantiza los derechos de autor de Ortiz sobre su trabajo (hay temas que parecen de actualidad pero que llevan siglos en el candelero).

Un verdadero manual de música de la época, el escrito de Ortiz se divide en dos libros:

  • En el primero enseña el arte de glosar un pequeño diseño melódico cadencial, que él llama “cláusula”.
  • En el segundo trata de la forma en que se ha de tañer el violón para acompañar el címbalo (entendemos que se refiere al clavecímbalo o cualquiera de sus variantes dentro de los instrumentos de tecla).

En varias fuentes consultadas se atribuye Diego Ortiz la creación de la variación, es decir, el arte de variar instrumentalmente melodías simples, que constituye la piedra angular de la música sinfónica posterior.

Mitjana en cambio considera que este mérito le puede ser disputado a Ortiz por el veneciano Sylvestro di Ganassi dal Fontego.

Quién sabe…

Curiosamente, Samuel Rubio, catedrático de Musicología y Canto Gregoriano del Real Conservatorio de Madrid, considera que los valores artísticos del Tratado de Ortiz son mínimos, argumentando que el valor de la obra es meramente pedagógico, que no es más que un manual de ejercicios de interpretación y aprendizaje musical basado en piezas de la época.

En cualquier caso, y aunque en su siglo fue poco conocido en España, considero que es una de las grandes figuras de la historia de la música de nuestro país.

Personalmente solamente conozco la obra de Diego Ortiz dedicada a la cuerda y quiero compartir aquí “Quinta pars” que me gusta especialmente.

2 comentarios en «Diego Ortiz y la España cosmopolita del XVI»

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