«No es maravilla que yo cante mejor que ningún otro trovador, puesto que tengo mi corazón más inclinado al amor y más dócil a sus leyes. Alma y cuerpo, ingenio y saber, todo yo lo pongo en juego, que el amor me atrae por completo y ninguna otra deidad presto homenaje.»
Con estos versos tan poco humildes se definía a sí mismo el trovador Bernart de Ventadorn en uno de sus poemas y curiosamente coincide con la opinión de él que ha tenido la posteridad.
Ventadorn, junto con Beltran de Born, marca la cumbre de la canción provenzal trovadoresca en la Francia del siglo XII.
Este movimiento cultural originado en Languedoc y Provenza –el mediodía francés-, y extendido por toda Europa, tenía como uno de sus motores principales el ensalzar el amor sublime, el amor cortés, situando a la mujer en un pedestal como objeto de adoración y devoción.
Esto no quita para que también tuviese una vertiente épica basada en poemas dedicados a narrar hechos de guerra como forma de adular a los príncipes y nobles de la época.
Han llegado hasta nosotros innumerables composiciones trovadorescas, mayormente escritas en provenzal (langue d´oc), cuyos autores fueron reyes, nobles, miembros de clero, y algunas mujeres de aquellos tiempos, como María de Francia, una de las fuentes francesas de la leyenda artúrica, o Clara de Anduse.
Por el contrario, el caso de Bernart de Ventadorn es el de un hombre que se hace a sí mismo, pues todas las fuentes consultadas coinciden en destacar su baja cuna.
Todo indica que nació en el castillo de Ventadorn (Limousin) entre 1130 y 1140 y que fue el hijo de uno de los servidores de menor categoría: el criado encargado de encender el horno en el que se cocía el pan.
Quiero apartarme del rigor wikipédico para abrazar el maravilloso relato de su vida que presenta Víctor Balaguer en su “Historia de los trovadores” (Madrid, 1878), una monumental obra a la que tengo la suerte de tener acceso directo.
Cuenta Balaguer como la gracia natural del joven Bernart le atrajo la atención y el favor del señor del castillo, el vizconde Ebles de Ventadorn, que le honró con su amistad y le proporcionó unos estudios que de otra forma nunca hubiese tenido dada su baja extracción social.
Pero como si de una novela se tratase, la pasión por una mujer se interpuso en la relación entre el señor y el vasallo, desviando la historia hacia un destino trágico, especialmente para ella.
El vizconde era un hombre viudo de avanzada edad que contrajo segundas nupcias con Inés de Montluzó, una bella joven de dieciocho años a la que el propio Ventadorn describe en sus versos como “más bella que rosa en capullo y más blanca que nieve de noche de Navidad”.
Y no se le ocurrió otra cosa al infeliz vizconde que destinar a Bernart al servicio personal de su nueva esposa en un acto de irresponsabilidad supina, dado que a pesar de los esfuerzos por evitarlo, el uno por la lealtad que impone el vasallaje y la otra por la fidelidad conyugal debida, no tardaron en enamorarse perdidamente.
A esta época corresponden las mejores composiciones de Bernart de Ventadorn, que dibujan la pasión desgarradora que sentía por Inés, como se puede comprobar en los siguientes ejemplos:
“Así como la rama se doblega al soplo del viento que la inclina hacia donde quiere, así yo obedezco a la que me cautiva, pronto siempre a hacer cuanto me mande”
“De buena fe, con pureza y con lealtad, yo amo a la más bella y a la más noble. Mi corazón se cansa a fuerza de suspirar, y a fuerza de llorar se escaldan mis ojos.
La amo demasiado, pues que es sólo para mi daño, pero ¿qué puedo contra la violencia del amor?”
La vizcondesa acabó sucumbiendo ante tal torrente amoroso, aceptándole como su caballero. Mientras tanto, la obra de Ventadorn iba siendo conocida y apreciada, pero comenzó a levantar no pocas murmuraciones.
Un día hallándose sentado a los pies de Inés, ésta le besa, lo que supone el máximo galardón para un trovador: “entonces no sé qué por mí pasó: no vi ni oí nada, y estando en el rigor del invierno, me creí transportado al mes de mayo”.
Pero tanta falta de discreción tuvo nefastas consecuencias.
El vizconde asistía a un banquete en un castillo vecino cuando durante el evento un juglar interpretó la canción de Bernart Selha del mon y el noble no tardó en comprender que hablaba de su mujer.
La ira del marido ultrajado sorprendentemente cayó en exclusiva sobre Inés, que fue encerrada primero en sus habitaciones y posteriormente en una torre del castillo habilitada como prisión, que tenía el sobrecogedor nombre de “Torre maldita”.
Allí acabaría sus días la infeliz joven por culpa del amor desbordado.
Entretanto, Bernart de Ventadorn consideró lo más prudente desaparecer de la región y convertirse en un trovador errante que va cantando por las cortes sus amores desdichados.
Viajó mucho y fue muy conocido por toda Francia, hasta convertirse en uno de los más famosos trovadores, pero el resto de sus aventuras daría para numerosas entradas en este blog, así que lo dejaré aquí.
Solamente quiero añadir que fue favorito (las malas lenguas dicen que amante) de la maravillosa Leonor de Aquitania -primero esposa del rey de Francia, casada en segundas nupcias con Enrique II de Inglaterra y madre de Ricardo Corazón de León-, durante la estancia de ésta en Poitiers.
Leonor fue impulsora del concepto de amor cortes, mecenas de trovadores y una de las figuras más carismáticas de su época.
Es apasionante todo el arte Trovadoresco !