“Lo normal en la historia de la música no es el recuerdo, sino el olvido”, afirma el protagonista de la obra Los archivos de Alvise Contarini de José María Herrera.
La tesis que sostiene este sabio veneciano es que las grandes compositoras del Barroco no son menos recordadas por la posteridad que sus colegas masculinos.
No se trata de una cuestión de género, defiende, y aporta el ejemplo de Francesco Cavalli, uno de los más grandes creadores de ópera de su tiempo, cuya música ya había dejado de tocarse dos décadas después de su muerte, mientras que sus partituras tardaron tres siglos en ser reeditadas.
Y estamos hablando del terreno de los expertos y de los melómanos, pues si nos acercamos a los conocimientos de los que hace gala el gran público, descubrimos con sorpresa que, para el ciudadano de a pie, toda la grandeza de la música barroca queda oculta por una espesa niebla de la que solamente asoman unos pocos nombres, como los de Bach, Vivaldi, Haendel, y, como mucho, Monteverdi.
Por supuesto que no son conocidas Barbara Strozzi o Francesca Caccini, pero tampoco lo son Tarquinio Merula, Antonio Cesti o Benedetto Marcello.
No es poca la riqueza que encontramos cuando escrutamos con interés la música que sonaba en los tiempos pasados.
Aparecen entonces ante nosotros figuras como la de la veneciana Antonia Bembo, discípula de Cavalli al igual que la Strozzi, que compuso en París para el mismísimo Rey Sol.
Se trata de un personaje algo enigmático -o por lo menos de esta forma definido en 1937 por la musicóloga Yvonne Rokseth-, cuya vida solamente ha podido ser recuperada en los últimos tiempos, especialmente gracias al trabajo de investigación de Claire Anne Fontijn (Desperate Measures: The Life and Music of Antonia Padoani Bembo, 2006).
Nacida en 1640, su apellido original era Padoani, el de su padre, el médico Giacomo Padoani, siendo Bembo el de casada.
Sobre su formación, sabemos por una carta de su progenitor dirigida a Carlos II Gonzaga-Nevers, duque de Mantua, -quien estaba interesado en contratar los servicios del galeno- que estudió latín y literatura, y música con Francesco Cavalli (“mi hija continúa progresando en los estudios con el señor Cavalli”).
Antonia contrajo matrimonio con Lorenzo Bembo, hijo único de una de las familias nobles de Venecia, en 1659.
Pero la relación no fue nada bien y, paradójicamente, este fracaso fue el detonador que encendió la llama de su carrera profesional.
A pesar de que los Bembo descendían del patriciado medieval de la ciudad, a mediados del siglo XVII la familia se encontraba económicamente muy de capa caída, y su patrimonio se había dispersado con el paso del tiempo.
Lorenzo y Antonia vivieron su primer año de casados en la casa paterna del doctor Padoani.
Él, por su elevada ascendencia, fue investido Avogador in Rialto, un cargo relacionado con el derecho público, pero la pareja no contaba con la solvencia necesaria para mantener su estatus social y para criar a su descendencia, dos hijas y un varón: Diana, Andrea y Giacomo.
La situación se agravó cuando Lorenzo partió hacia Creta a combatir en la Guerra de Candia (1645-1669), dejando a su familia con escasos recursos para subsistir.
En 1672 Antonia solicita el divorcio acusando a su marido de brutalidad física, infidelidad, robo de sus pertenencias y negligencia en la manutención de su familia.
Lorenzo Bembo negó todos los cargos y la solicitud fue desestimada.
Sin embargo, ella determinó huir para siempre de él, y planeó su partida de la ciudad de los canales, hecho que tuvo lugar en el invierno de 1676.
Es muy posible que en la escapada fuese asistida por un viejo amigo suyo y de su familia, el guitarrista Francesco Corbetta, un músico de fama internacional que había trabajado en distintos países europeos.
Su destino fue Francia y se estableció en París sobreviviendo a base de impartir lecciones de música.
Fue en esta época en la que empieza a componer y a darse a conocer ante la familia de Luis XIV.
En la dedicatoria al monarca incluida en su primer manuscrito recopilatorio de canciones, titulado Produzioni armoniche (con fecha de 1697-1701 en la Bibliothèque Nationale de París), Antonia Bembo explica de primera mano su vida en estos años:
Señor
La fama inmortal del glorioso nombre de Vuestra Majestad, inculcado en mi corazón desde la infancia, me llevó a dejar mi país, familia y amigos, para venir a postrarme ante tan grande monarca.
Llegué a esta real corte hace muchos años donde, por mi destino, se hizo saber a Vuestra Majestad que yo tenía algo de talento para el canto y Vos mostrasteis el deseo de escucharme; al saber que había sido abandonada por la persona que me sacó de Venecia, Vuestra Majestad fue tan amable como para recompensarme con una pensión, con la que pude vivir en la comunidad de Notre Dame de Bonne Nouvelle, hasta que surgiese la ocasión de trasladarme a un lugar más adecuado.
Ahora, en este refugio sagrado, obtenido a través de la magnificiencia de Vuestra Majestad, he realizado algunas composiciones musicales; vengo a depositarlas a vuestros reales pies como un máximo tributo reverencial de mi inmensa deuda.
Os ruego humildemente que las aceptéis con vuestra acostumbrada real gentileza y ante Vos hago mi más profunda reverencia.
La más humilde y obediente sierva de Vuestra Majestad.
Antonia Bembo, noble veneciana.
La propia Antonia nos informa en este texto de que la noticia de su arte llegó a oídos del Rey Sol, y que tras escucharla interpretar decidió dotarla de una pensión, un desahogo económico que sin duda le permitió centrar sus esfuerzos en la composición.
Produzioni armoniche es una recopilación de cuarenta y una piezas, tres de las cuales fueron escritas específicamente para el enlace del nieto del monarca, el duque de Borgoña.
La mayoría de sus creaciones están construidas para el registro de soprano -el suyo propio- y para bajo continuo.
Aparte de las composiciones contenidas en este manuscrito, en la Bibliothèque Nationale de París figuran Te Deum y Divertimento, fechados en 1704, Te Deum y Exaudiat te, Dominus de 1708 y Les septs Seaumes, de David del año 1710.
Mención aparte merece su incursión en el género de la ópera con L´Ercole amante en 1707.
Precisamente, fue con esta obra con la que debutó ante la corte francesa su maestro, Francesco Cavalli, en 1662, con nefastas consecuencias.
Fue con ocasión del enlace de Luis XIV, momento en que el cardenal Mazarino quería aprovechar para estrechar las relaciones franco italianas.
Con este fin, qué mejor que traer a París la ópera, el nuevo género que triunfaba en Italia, pero que no estaba nada extendido en Francia.
El libreto de L´Ercole amante fue obra de Francesco Buti y se contó con la música de Francesco Cavalli, el mejor compositor operístico del momento.
Tenía que ser una producción fastuosa, en un escenario inmenso en el que toda serie de máquinas y artificios, contribuyesen a dotar al espectáculo de grandeza.
Por su parte, Jean-Baptiste Lully, músico de su alteza, compondría unos ballets que actuasen a modo de interludios de la acción principal.
La representación completa llegaba a durar unas doce horas.
El resultado fue desastroso para Cavalli.
Para empezar, el público no entendía el libreto en italiano y la ópera no consiguió cautivar su atención.
Dicen las malas lenguas que Lully se las apañó para que sus ballets tuviesen un mayor protagonismo que la trama de la ópera.
Por si fuera poco, el ruido de las inmensas máquinas que funcionaban tras el escenario apagaba en gran medida el sonido de la música.
Antonia Bembo retomó el libreto de Buti y remusicó L´Ercole amante más de cuarenta años después de este episodio, dedicándoselo igualmente a Luis XIV.
Sin embargo, parece ser que la veneciana tuvo más suerte en el momento en que llegó a Francia que su maestro, pues escribió en una época caracterizada por un renacido interés por las formas musicales italianas y por los músicos de dicha península.
También defiende Claire Anne Fontijn que la ópera de Bembo refleja una notable influencia de la música francesa, en concreto, de “la última década del trabajo de Lully”, así como de “los modelos operísticos franceses de Jacquet de La Guerre, Campra, y Marais”.
Todo ello contribuyó a que Ercole corriese una mejor suerte que el de Cavalli.
Antonia Padoani Bembo murió en 1720.
Aparte de la calidad artística de su obra, es admirable cómo consiguió establecerse profesionalmente y triunfar en un país distinto del suyo, haciendo gala de una determinación y de una claridad de objetivos personales impresionantes.
Merece la pena recuperarla y redescubrirla.