Resulta curioso como la memoria sepulta los recuerdos y las referencias culturales con el paso de los años, para un día, sin motivo aparente, hacerlos saltar desde su tumba neuronal como a los muertos vivientes tan de moda en la iconografía popular actual.
Sirva esta frase tan pedante para introducir el tema que traigo hoy aquí: la novela de Alejo Carpentier Concierto Barroco, que leí de joven y cuyo contenido está directamente relacionado con la música antigua que nos ocupa, aunque yo me había olvidado este libro por completo durante décadas.
De hecho, entre sus personajes se encuentran como figurantes Domenico Scarlatti, Antonio Vivaldi y el mismo Handel.
Alejo Carpentier es una de las grandes figuras de la literatura cubana del siglo XX, conocido sobre todo por títulos como Los pasos perdidos, El recurso del método y especialmente El siglo de las luces, quizá su novela más lograda y en cualquier caso la más conocida.
En 1974 publicó un largo relato -casi no llega a tener la dimensión de novela (aunque vete a saber dónde están lo límites)-, al que bautizó como Concierto Barroco.
Esta novelilla, tan disparatada como maravillosa, narra un viaje en el espacio y en el tiempo de un indiano del siglo XVIII desde su residencia mexicana de Coyoacán hasta el carnaval de Venecia.
El periplo se inicia en 1709 y de alguna forma acaba a principios del siglo XX con los mismos personajes y sin apariencia de que estos hayan envejecido en manera alguna.
Se trata de una experiencia literaria encuadrable dentro del género o tendencia denominada como Real Maravilloso, algo que intuye Carpentier en una visita que hace a Haití en 1943 y que asocia con la esencia de Latinoamérica.
El profesor Camilo Rubén Fernández Cozman de la Universidad San Marcos de Lima proponía en un ensayo sobre el escritor cubano una interesante relación entre el Barroco, que da título a la novela, y el continente americano: “Hay una íntima relación entre el barroco y lo real-maravilloso.
Carpentier considera que Latinoamérica es un continente barroco por su arquitectura, por la complejidad de su naturaleza y por aquella pulsión telúrica que se manifiesta de modo heterogéneo y que somete, en cierto modo, al ser humano en las tierras americanas.
El carácter indómito de la naturaleza en Latinoamérica debe ser traducido por un escritor, cuya descripción tiene que ser barroca.
En otras palabras, el referente (América Latina) barroco debiera articularse con la orquestación barroca”.
La relación de Alejo Carpentier con la música no es ni mucho menos anecdótica, ni es un motivo literario.
Descendiente de familia de músicos (abuela y madre pianistas y padre violonchelista), el escritor tenía una sólida formación musical y tocaba el piano.
Durante su estancia en París en los años veinte colabora con músicos locales en la producción de obras diversas.
Concierto Barroco es un homenaje a la música que gira en torno a la representación en el Teatro Sant´Angelo de Venecia en 1733 de la ópera Motezuma de Antonio Vivaldi, que en palabras del propio Carpentier “traía a la escena un tema americano dos años antes de que Rameau escribiera Las Indias galantes, de ambiente fantasiosamente incaico”.
En efecto, el libreto, escrito por Girolamo Giusti, narra la conquista de México basándose en lo que cuenta la obra Historia de la conquista de México, población y progresos de la América septentrional, conocida con el nombre de Nueva España de Antonio de Solís y Rivadeneyra de 1684.
Según el novelista fue una inspiración para otras obras posteriores sobre el tema de la conquista, como la del veneciano Baldassare Galuppi (1706-1785) y la del florentino Antonio Sacchini (1730-1786).
El protagonista de la obra, el indiano mexicano, llega con su criado Filomeno a España, pero el Madrid de la época le disgusta pues considera que es una ciudad fea y desagradable, con mala comida y escasa cultura.
Desde Barcelona navega hasta Venecia donde conocerá a personajes de la talla de Antonio Vivaldi, Domenico Scarlatti y Friedrich Handel.
El tratamiento que da Alejo Carpentier a estas figuras históricas de la música está plagado de humor.
A Vivaldi por ejemplo le describe como un “Fraile Pelirrojo, de hábito cortado en la mejor tela, adelantando su larga nariz corva entre los rizos de un peinado natural que tenía, sin embargo, como un aire de peluca llovida —»como he nacido con esta cara no veo la necesidad de comprarme otra»— dijo, riendo”.
Tampoco le falta miga a la entrada en escena de Handel y Scarlatti: “apareció el ocurrente sajón, amigo del fraile, vestido con sus ropas de siempre, seguido del joven napolitano, discípulo de Gasparini, que, quitándose el antifaz por harto sudado, mostró el semblante astuto y fino”.
La escena cumbre de Concierto Barroco es la jam session que montan los tres compositores en el Ospedale della Pietá acompañados de setenta jóvenes.
Las pullas entre ellos y los diálogos cómicos son lo mejor del libro:
“Antonio Vivaldi arremetió en la sinfonía con fabuloso ímpetu, en juego concertante, mientras Doménico Scarlatti –pues era él– se largó a hacer vertiginosos escalas en el clavicémbalo, en tanto que Jorge Federico Handel se entregaba a deslumbrantes variaciones que atropellaban todas las normas del bajo continuo. -«¡Dale, sajón de carajo!» -gritaba Antonio. «¡Ahora vas a ver, fraile putañero!» –respondía el otro, entregado a su prodigiosa inventiva».”
A este concierto grosso se suma como percusionista el criado del indiano, Filomeno, que al final de la novela abandona a su amo para probar suerte en Nueva Orleans como músico de jazz:
“»¡El sajón nos está jodiendo a todos!» –gritó Antonio, exasperando el fortissimo. -«A mí ni se me oye» –gritó Doménico, arreciando sus acordes.
Pero, entre tanto, Filomeno había corrido a las cocinas, trayendo una batería de calderos de cobre, de todos tamaños, a los que empezó a golpear con cucharas, espumaderas, batidoras, rollos de amasar, tizones, palos de plumeros, con tales ocurrencias de ritmos, de síncopas, de acentos encontrados, que, por espacio de treinta y dos compases lo dejaron solo para que improvisara. -«¡Magnífico! ¡Magnífico! -gritaba Jorge Federico. «¡Magnífico! ¡Magnífico! -gritaba Doménico, dando entusiasmados codazos al teclado del clavicémbalo.” Alejo Carpentier no es el único que encuentra similitudes entre las técnicas empleadas en el jazz y las de las composiciones barrocas.
En otro orden de cosas, el indiano no está nada de acuerdo con la versión de la conquista de México que ofrece Vivaldi en su ópera y su crítica da pie al contenido político e ideológico de la novela:
«El Preste Antonio me ha dado mucho que pensar con su extravagante ópera mexicana.
Nieto soy de gente nacida en Colmenar de Oreja y Villamanrique del Tajo, hijo de extremeño bautizado en Medellín, como lo fue Hernán Cortés.
Y sin embargo hoy, esa tarde, hace un momento, me ocurrió algo muy raro: mientras más iba corriendo la música del Vivaldi y me dejaba llevar por las peripecias de la acción que la ilustraba, más era mi deseo de que triunfaran los mexicanos, en anhelo de un imposible desenlace, pues mejor que nadie podía saber yo, nacido allá, cómo ocurrieron las cosas.
Me sorprendí, a mí mismo, en la aviesa espera de que Montezuma venciera la arrogancia del español y de que su hija, tal la heroína bíblica, degollara al supuesto Ramiro.”
Y se imagina a sí mismo como una suerte de Don Quijote arremetiendo contra el retablo de maese Pedro:
“Y me dí cuenta, de pronto, que estaba en el bando de los americanos, blandiendo los mismos arcos y deseando la ruina de aquellos que me dieron sangre y apellido.
De haber sido el Quijote del Retablo de Maese Pedro, habría arremetido, a lanza y adarga, contra las gentes mías, de cota y morrión». (…) «Ante la América de artificio del mal poeta Giusti, dejé de sentirme espectador para volverme actor.”
El indiano se harta de Europa y se vuelve, ya en pleno siglo XX, a su patria mexicana, poniendo fin a esta novela tan curiosa como maravillosa.