Resulta curioso cómo los instrumentos pueden llegar a ser víctimas del devenir de las tendencias sociales e históricas.
Ya comentamos en otro lugar el proceso que llevó a sustituir el laúd por la vihuela en la España renacentista, en parte por su asociación con lo morisco, en plena obsesión por la pureza de sangre de los castellanos viejos.
Un caso similar es el del clavecín, un instrumento asociado a la aristocracia, que tras la Revolución Francesa es abandonado por el fortepiano, que acabó siendo un instrumento representativo de la burguesía gala.
Sin embargo, el clavecín, clave o clavicémbalo, conoció una época dorada en el país vecino precisamente en la segunda mitad del siglo XVIII, cuando las sesiones musicales pasaron de la corte a las casas de particulares, ampliando cuantitativamente el público que tenía acceso a esta música.
La vida musical francesa sufrió un duro golpe con la muerte del rey Luis XIV en 1715, un verdadero defensor del poder de enriquecimiento cultural de esta forma artística, dado que su sucesor, Luis XV, resultó ser un débil mecenas que concebía la música como un mero divertimento o elemento ornamental.
En lo que respecta a la corte, la actividad de impulso y apoyo a este arte decayó notablemente.
Y en este caso la “iniciativa privada” salvó la situación, abriendo paso a una época dorada de la música francesa en general y de las piezas para clave en particular.
Dos importantes melómanos, Jean Roseph Le Riche de La Pouplinière, a la sazón ministro de Estado, y la famosa Madame de Pompadour, amante de Luis XV (siempre hay una mujer brillante detrás), empezaron a organizar conciertos privados en París, convirtiendo estas audiciones en una moda aristocrática que empezaron a seguir otras familias patricias de la ciudad.
Y de esta manera, contrataron a compositores de la talla de Rameau, Royer o Duphly.
En concreto, Rameau tuvo a su cargo durante más de veinte años la dirección de la orquesta del financiero La Pouplinière (cuya mujer era ardiente admiradora de Rameau, de su música, entiendo), y por su parte Joseph Nicolas Pancrace Royer estuvo catorce años como responsable de los “Concerts Spirituels”, hasta 1762.
Jean-Philippe Rameau es considerado como uno de los músicos franceses más importantes del clasicismo previo al siglo XIX, que comenzó a escribir óperas casi a los cincuenta años de edad, hasta un total de treinta y una.
Por desgracia, su obra lírica cayó en el olvido hasta que fue redescubierta a mediados del siglo XX.
Sin embargo, sus piezas para clavecín, muy influidas por la sonata italiana, sobrevivieron durante el siglo XIX gracias a que fueron interpretadas en piano.
Royer por su parte ha pasado a la historia como divulgador, dado que consiguió que muchas de las composiciones más importantes que no habían salido de los muros de la casa de La Pouplinière fuesen incorporadas al repertorio de los “Concerts Spirituels” alcanzando a un mayor volumen de público.
Jacques Duphly dicen que había practicado el clavecín para no estropearse las manos con el órgano.
Fue maestro de música en diversas grandes familias de París y era considerado en la época como uno de los mejores intérpretes vivos del instrumento.
Su muerte tiene cierto simbolismo asociado con el declive del clavecín dado que tuvo lugar el 15 de julio de 1789, al día siguiente de la toma de la Bastilla.
En el vídeo insertado a continuación se interpreta una zarabanda de Rameau.
Como siempre, muy interesantes publicaciones.