Hay artistas a los que su época les reconoce la valía de su obra y otros cuyo trabajo queda oculto para las generaciones siguientes, hasta que en un futuro más o menos lejano es redescubierto y valorado en lo que se merece.
William Boyce es un claro ejemplo del segundo tipo.
Aunque recientemente ha sido etiquetado como uno de los grandes músicos ingleses del siglo XVIII, en la segunda mitad del XIX solamente era recordado como compositor de himnos religiosos y como autor de la recopilación de música sacra británica Cathedral Music.
No es hasta el siglo XX en que nuestro hombre comienza a despertar la atención de la musicología.
Primero comienzan a aflorar arreglos basados en movimientos de sus sonatas a trío y posteriormente aparecen publicados diversos artículos sobre su figura en Musical Times, firmados por F.G. Edwards y H.C. Colles, respectivamente.
En 1928 el director de orquesta Constant Lambert realizó una edición completa de sus ocho sinfonías y, finalmente, en 1964, Max Goberman graba estas obras en Nueva York y edita una versión académica de ellas.
Lo cierto es que Boyce, nacido en 1711, tuvo un gran protagonismo en el panorama musical de su época.
Se inició como corista en la catedral de San Pablo y posteriormente fue aprendiz de organista con Maurice Greene, que ostentaba el puesto en el templo.
De esta forma, se convirtió en compositor de la Capilla Real en 1736 y para 1758 ya era el organista oficial de la misma.
Asimismo, ejerció de organista en distintas parroquias londinenses entre 1734 y 1768.
No es menos importante su reputación como maestro, tanto como profesor de clavicordio, como de teoría musical y composición.
Su faceta de compositor alumbra piezas de lo más variado: desde himnos religiosos a odas, tanto sacras como cortesanas; desde sinfonías y oberturas hasta trío sonatas, piezas para órgano y música escénica.
Y sin embargo, hasta bien entrado el siglo XX, William Boyce solamente será recordado por su magna obra Cathedral Music que recoge el trabajo de otros músicos ingleses.
En concreto, es la desgracia la que desvía su carrera de la interpretación activa a labores más académicas.
La mayor desgracia que puede sufrir alguien que se dedica a la música es la sordera y Boyce sufrió durante su vida problemas de audición hasta que su hipoacusia se volvió tan severa que tuvo que abandonar su puesto como organista.
Entonces decide retomar la tarea que su maestro Maurice Greene había dejado incompleta al morir: reunir una colección de música sacra inglesa de calidad -tanto himnos nuevos como viejos- que pudiese cubrir dos servicios religiosos diarios durante un año.
Él mismo compositor de himnos, había estudiado a fondo la técnica de los clásicos de la Iglesia de Roma, como Palestrina, Orlando di Lasso, Alessandro Stradella o Carissimi, así como la de los músicos que crearon para el culto anglicano, como William Byrd, Thomas Tallis, Orlando Gibbons o el mismo Purcell, entre muchos otros.
Tanto Boyce como su maestro Greene componían himnos a la antigua usanza, es decir, escritos en un “estilo contrapuntístico erudito”, como apunta Ester Lavinia Lebedinski (Roman Vocal Music in England, 1660–1710, 2014).
Cathedral Music es la primera colección de himnos y música para el servicio que presenta las partituras completas.
En la época se aprecia una necesidad entre los músicos de las iglesias británicas de disponer de un acervo musical debidamente documentado y es John Alcock, organista de la catedral de Lichfield, el primero que lanza la propuesta en 1752 de publicar una colección de piezas al efecto.
Sin embargo, será Maurice Greene el que se pone efectivamente manos a la obra y comienza a elaborar la colección, financiando la empresa con los fondo recibidos de una herencia.
A la muerte de Greene, ocurrida en 1755, Boyce asume la tarea de acabar la obra de su maestro, recibiendo en herencia toda su biblioteca.
Sin embargo, William Boyce no disponía de los recursos monetarios para llevar a cabo la empresa y lanza una oferta de suscripción de la misma.
El pago por suscriptor es de seis guineas, a pagar en cuatro plazos.
Tras cuatro años de trabajos, anuncia a los suscriptores que ya ha acabado el primer volumen.
El libro, que está dedicado al monarca Jorge II, es apoyado por tan solo 127 suscriptores, para decepción de Boyce, confirmando, como indica Ian Bartlett (William Boyce: A Tercentenary Sourcebook and Compendium, 2011), “la indiferencia general hacia la música de iglesia que prevalecía en la época”.
El segundo volumen de Cathedral Music aparece en 1768 y aunque el número de suscriptores no ha crecido de forma sustancial, encabeza la lista de los mismos su majestad Jorge III, el sucesor en el trono de aquel al que fue dedicada la obra.
La tercera parte aparece en 1773 cerrando el trabajo.
Boyce había dedicado diecisiete años a finalizar esta magnífica obra.
En el prefacio de este último tomo el autor reconoce que al empezar el trabajo no había considerado la cantidad de tiempo que le llevaría ejecutarlo (“When I first undertook this Work, I had not sufficiently considered the length of time necessary to complete it”).
William Boyce también establece en ese texto una distinción entre las piezas incluidas compuestas entre la Reforma y la Restauración de los Estuardo tras el periodo republicano (hasta 1660) y las datadas en época posterior.
A su juicio, las primeras ostentan un carácter grave y circunspecto que de forma deliberada pretende distinguir la música sacra de otros géneros.
Sin embargo, con la vuelta del exilio del rey Carlos II la música religiosa adquiere un aire más vivo y alegre que la precedente (“adding a variety and liveliness, especially in their Anthems”).
El primer volumen de Cathedral Music incluye composiciones de músicos de los siglos XVI y XVII como Thomas Tallis, Richard Farrant, Thomas Morley, Elway Bevin, Orlando Gibbons, más algunos más recientes que compusieron tras la restauración monárquica, como William Child, Benjamin Rogers, John Blow y Henry Aldrich.
Por su parte, el segundo tomo incluye himnos de Christopher Tye, William Byrd, William Lawes, Adrian Batten, Matthew Locke, Pelham Humfrey, Michael Wise, Robert Creighton, Henry Purcell, John Goldwin, Jeremiah Clarke, William Croft y John Weldon.
Repiten de la entrega anterior Richard Farrant, Orlando Gibbons, William Child, Benjamin Rogers, John Blow y Henry Aldrich.
Finalmente, en el tercer libro aparecen por primera vez piezas de John Bull y William Turner y repiten William Byrd, William Child, John Blow, Henry Purcell, Pelham Humfrey, Michael Wise, John Blow, Jeremiah Clarke, Orlando Gibbons, Benjamin Rogers y Robert Creighton.