La policoralidad se configura como un género fundamental para la práctica musical en los templos religiosos del siglo XVII.
El tratamiento de la polifonía en la centuria anterior, desarrollada a través de la agrupación generalmente de dos coros y cuya evolución en el último tercio de siglo logra un aumento de las voces, se confirma como el tratamiento compositivo que siembra las bases de la policoralidad y cuya práctica y producción adquiere mayor desarrollo a partir del siglo XVII.
Es en este momento cuando se escribe la polifonía a varios coros.
Su estructura se conforma de manera similar a nivel nacional.
Un primer coro destaca sobre otros que conforman el grueso de la capilla, característica propia del barroco.
Sin embargo, ¿qué ocurre en el siglo XVIII? Es muy probable que su práctica siguiera en activo, incluso bien adentrada esta centuria, reutilizándose obras ya compuestas, pero tan sólo para ciertas celebraciones, aquellas que fuesen menos importantes en el calendario litúrgico, ya que se consolida otra música más interesante proveniente de Italia.
Aunque no se tiene certeza de las fechas exactas en que se pone fin a la actividad musical de la policoralidad, pudo producirse en torno a 1730-1750.
Sin lugar a dudas, muchos especialistas podrán discrepar en torno a esta apreciación que expongo en el artículo; pero, ¿qué fuente puede ofrecer un dato considerable como para contrastar esta información? En realidad, se ha de partir de hipótesis y, por supuesto, cualquiera puede ser bienvenida siempre que guarde cierta coherencia con el discurso histórico.
¿Cuál era la intención de la Iglesia en torno a esta ampliación de los coros? Se pretendía, sin lugar a dudas, impresionar a la sociedad y hacer visible el poder de la institución.
Para entender esta idea, mejor emplear un ejemplo.
En el caso de una ciudad como Toledo, sede de la catedral primada de España y cuyas tres cuartas partes de la urbe pertenecía a la Iglesia.
La propia población se veía sometida a las doctrinas y normas de esta institución.
Les sorprendería ver tal despliegue de medios para cualquier celebración, creando un impacto social que repercute, de forma directa, en las creencias religiosas.
Es un arma de influencias, capaz de atraer y hacerles comprender cuál es la verdad del hombre y el destino tras la muerte.
«Hacerles comprender cuál es la verdad del hombre y el destino tras la muerte»
Lo más triste de todo no es que el mejor arte durante más de un milenio haya servido para hacer propaganda de esa fantasía pueril de la vida más allá de la destrucción del organismo, perpetuando la superstición, la creencia en la magia y despreciando el cuerpo y la vida, esta, la única que existe. Lo más triste de todo es que en el siglo XXI tengamos que seguir leyendo comentarios como el citado. Pareciera que no hemos avanzado nada más allá de lo tecnológico y lo sanitario, que seguimos siendo las pobres bestias semisalvajes que creían en los espíritus y dioses, la magia, la chamanería y las maldiciones.