El clavecinista madrileño Yago Mahúgo acaba de lanzar un disco dedicado a la música francesa para clave de principios del siglo XVIII, en concreto, la obras completas de Nicolas Clérambault y Louis Marchand. No es casualidad que haya escogido nombres de este periodo concreto pues ha dedicado dos de sus obras precedentes a Pancrace Royer (1705-1755) y a Jean-Philippe Rameau (1683-1764), en ambos casos con excelentes críticas, por lo que hace gala de un profundo conocimiento y una gran maestría para abordar las piezas para tecla de la época.
El título que nos ocupa, Clérambault, Marchand. Complete Harpshicord Music, es una obra de una gran sutileza y de una frágil belleza, cuyas piezas parece que se van a quebrar de lo ligero y etéreo de su estructura. Toda una delicia para el oído.
El cambio del siglo XVII al XVIII es un periodo muy rico en Francia en lo referente a la música para tecla. El musicólogo Bukofzer afirma que la escuela francesa de clavecinistas culmina con la figura de François Couperin, apodado “el grande”, y que a duras penas los que le sucedieron pudieron sobrepasar su “decorativa imaginación” para la composición. No obstante, reconoce las figuras de una serie de maestros que pasa a enumerar: Dieupart, D’Agincourt, los belgas Fiocco y Boutmy, Dandrieu, Daquin, Jean-Philippe Rameau, y finalmente los nombres que nos ocupan, Clérambault y Marchand.
Louis-Nicolas Clérambault procedía de una famosa familia de músicos, de hecho, sus antepasados habían servido tres siglos en la corte francesa y su padre fue uno de los Vingt-quatre violons du roi de Luis XIV (la primera orquesta oficial basada en un grupo de instrumentos de cuerda). El pequeño Louis-Nicolas estudió música con André Raison y Jean-Baptiste Moreau y en 1705 con 29 años fue nombrado surintendant de la corte del Rey Sol, cargo en el que organizó numerosos conciertos y compuso cantatas. Se trataba de uno de los puestos más importantes de la Francia barroca. Obtuvo la patente real para publicar su música libremente sin depender del sindicato.
Como organista trabajo en St. Sulpice, en el convento de St. Cyr y a partir de 1719 en la iglesia de la rue St. Jacques. Clérambault escribió en torno a veinticinco cantatas, pero su obra para tecla se concentra en el libro para clavecín Premier livre de pièces de clavecin de 1704 y en una colección de piezas para órgano publicada alrededor de 1710.
Por su parte, Louis Marchand, nacido en 1669 (era siete años mayor que Clérambault), a los quince años ya era el organista de la catedral de Nevers y a los veinte llega a París y poco a poco va asumiendo puestos como músico, primero en la iglesia jesuita de rue St. Jacques y luego en Saint Benoît y en el convento de Cordeliers.
La posteridad le retrata como un genio ambicioso e irascible que perdió el puesto de organista de la capilla real por su mal carácter. En concreto se cuenta de él que en 1713 hizo un desplante al rey Luis XIV, abandonando a la mitad una misa en la capilla del monarca al considerar que se le debía pagar más por su trabajo. A raíz del incidente se le invitó a exiliarse de Francia lo que le llevó a recorrer Europa donde cosechó no pocos éxitos como músico, especialmente en Alemania.
La otra anécdota curiosa sobre esta peculiar figura es que eludió un duelo musical con Bach. Parece ser que encontrándose como huésped en Dresde en la corte del elector de Sajonia, el rey Augusto, Marchand recibió la invitación de batirse al teclado con Johann Sebastian Bach, al que se convocó procedente de Weimar. El día del combate el francés, que probablemente pudo comprobar las dotes del alemán en algún ensayo, había desaparecido en una diligencia rumbo a París, temeroso de una derrota segura. Louis Marchand era uno de los mejores músicos franceses del momento, pero Bach… era mucho Bach.
El interesante trabajo que presenta Yago Mahúgo está casi por completo integrado por suites, un género característico del barroco francés compuesto por la sucesión más o menos ordenada de danzas sin más nexo común que el de la tonalidad (no la modalidad, que puede ser mayor y menor). En palabras del músico y musicólogo Álvaro Marías, el compositor barroco francés “se siente en general totalmente cómodo en esta forma abierta, en esta forma mosaico, que le permite desarrollar el gusto por la miniatura, por la pequeña forma”, conformándose con ampliar sus obras “aumentando el número de danzas de la suite”. Por contra, su equivalente italiano “siente una constante preocupación por ampliar las dimensiones de sus moldes formales sin perder la coherencia del conjunto”.
Clérambault y Marchand, dos grandes creadores eclipsados por la sombra de los Rameu y Couperin, que gracias a trabajos como el de Yago Mahúgo pueden llegar hasta nosotros los no iniciados en el mundo de la tecla francesa de la época.