Sevilla se encerró en la eterna voluta de su última columna salomónica y no quiso despertar del sueño.
La locura que empezó con la construcción de la catedral gótica más grande de la Cristiandad fue labrando poco a poco su historia, primero puerto de Indias y almacén de la riqueza del Nuevo Mundo, luego “Nueva Roma triunfante en ánimo y grandeza” según el propio Cervantes y, con la decadencia del monopolio del comercio con América, más bien una Nueva Babilonia retratada en sus escritos por Lope de Vega.
Sevilla alcanzó en el Barroco la cumbre de su poderío como puerta de las Indias, y no quiso despertarse del sueño cuyo esplendor revive cada año con el Festival de Música Antigua.
Maquinaba Sevilla la construcción de su catedral desde 1401 –“hagamos un templo tan grande, que los que lo vieren, nos tomen por locos”-, y en los albores del siglo XVI Pedro Dancart tallaba el que a día de hoy sigue siendo el mayor retablo de la Cristiandad –28 metros de alto por 20 de ancho-.
En aquellos momentos la música ya era un pilar fundamental en el templo, y el maestro de capilla era Cristóbal de Morales.
Padre de la Escuela sevillana del Renacimiento, el compositor era llamado a cantar ante el Papa en la Capilla Sixtina y los alemanes lo apodaban “Príncipe de los músicos”.
El grupo Música Ficta recupera durante el festival su Réquiem, una pieza monumental que algunos documentos indican que pudo ser escrita para los funerales de Isabel de Portugal, mujer de Carlos I. “Sevilla era en el Renacimiento y Barroco una ciudad floreciente, fuerte y de gran actividad cultural.
Pensemos en aquella Sevilla a la que llegaban los frutos del comercio con América, en la que había durante el XVII conventos que encargaban a Zurbarán pinturas, en la que Martínez Montañés y Juan de Mesa tallaban la mejor imaginería del momento, en la que ya se reunían los literatos y artistas en los cenáculos para realizar tertulias.
Allí se encontraba Francisco Pacheco con el Conde Duque de Olivares, que luego llamaría a otro sevillano a ser pintor de la Corte, Diego Velázquez”, cuenta el director del Música Ficta, Raúl Mallavibarrena.
La prestigiosa tríada de la Escuela sevillana, que conforma la mejor etapa de la música española junto con el abulense Tomás Luis de Victoria, la completan Francisco Guerrero y Alonso Lobo.
Ambos sucedieron a Morales como maestros de capilla de la catedral, y fomentaron el enriquecimiento de los fondos de la sede, llegando a acumular casi 40 libros para el coro y los ministriles, instrumentistas catedralicios que fueron introducidos en España por primera vez en Sevilla.
Ministriles Hispalensis estarán en el festival interpretando aquellas músicas en la Iglesia de San Alberto, músicas recuperadas de un libro perdido del templo sevillano, el número 34.
“El libro desapareció de la catedral, como muchos otros, pero gracias a los índices escritos a mano de los inventarios podemos saber lo que contenían. Entonces las plantillas de ministriles eran de un tamaño relevante e incluían chirimías y sacabuches, a los que luego se sumaron cornetas y bajón.
Se conservan nóminas de músicos y compra de instrumentos del siglo XV que muestran a una catedral poderosa que se podía permitir comprar instrumentos y pagar a Francisco Guerrero, entonces maestro de capilla, viajes a Venecia para ampliar su carrera de compositor”, explica el director de este conjunto, Arnau Rodón.
Aquellos ministriles luego también sonarían en la espectacular y luminosa Colegiata del Divino Salvador.
Esa música española de la Escuela sevillana permanece dormida por lo general y ajena a las programaciones de los festivales, pero además de estar en Sevilla, el director de Música Ficta destaca que es recurrente para muchos conjuntos europeos de música antigua.
Un caso es el de La Grande Chapelle, alabado grupo que estará en la catedral hispalense el 21 de marzo con obras de Francisco Guerrero y Alonso Lobo.
“En España estamos empezando ahora a valorar este riquísimo patrimonio, pero queda muchísimo trabajo por hacer. Vas a Amberes o Utrecht y un programa de Lobo lo ven como una música prodigiosa”, cuenta Rodón.
Pero el sueño barroco de la ciudad va más allá de estas tres semanas de festival.
La Universidad de Sevilla tiene su propio ciclo de música antigua previo a esta cita, la Orquesta Barroca cuenta con temporada estable durante todo el año y los grupos como Accademia del Piacere o Artefactum han hecho de la capital andaluza su casa para proyectarse al mundo.
Pero será durante el festival cuando Sevilla reviva ese sueño de destellos dorados, y renueve sus formas a través del jazz, de la danza contemporánea o de un sorprendente hermanamiento entre heavy metal y polifonía medieval de la mano del grupo Wild Chain.
En el Teatro Alameda, la guitarra eléctrica y la batería se verán las caras con la zanfoña y el organetto.
“Tanto las armonías y melodías como las letras reivindicativas de los Carmina Burana medievales son puntos comunes del rock y de la polifonía medieval”, dice José Manuel Vaquero, uno de los protagonistas de este diálogo.
Para él, Sevilla es una ciudad de un pasado renacentista y barroco esplendoroso, pero también “el hogar de un pueblo ávido de cultura musical y con un oído inquieto”, y pone como ejemplo que uno de los primeros conjuntos de música celta que hubo en España nació en la capital hispalense bajo el nombre de Sine Nomine.
“Aquí puedes encontrarte a chavales tocando en una banda de cornetas y tambores que al día siguiente ensayan con un conjunto de rock, y que mientras estudian trombón en el conservatorio”, cuenta.
Pero mientras la transgresión toma la cara abierta de la ciudad, en sus talleres se alternan los lutieres de instrumentos históricos con los imagineros que intentan en pleno siglo XXI recrear las formas de las tallas barrocas, se mezclan los escultores neobarrocos y los orfebres que juegan con la plata y los troncos con los que admiran la mayor estructura arquitectónica en madera del planeta que aquí tiene forma de setas y que sirve de mirador en la Plaza de la Encarnación.
Una amalgama de pasado y futuro que en Sevilla es más patente cada año antes de Semana Santa, cuando el festival devuelve a la ciudad los sonidos de su gloria.
Escrito por MIGUEL PÉREZ MARTÍN | Sevilla | Elpais.com
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