Jorge Lavista es organista, director y docente y además una de las figuras más respetadas en el mundo de la música antigua en la Argentina, un apasionado por Bach.
De esa pasión y de su voluntad de llevar adelante la profesión por encima de los avatares de las instituciones nació el «Proyecto Bach Buenos Aires», que propone la interpretación históricamente informada de música vocal e instrumental de Bach y sus contemporáneos.
Mañana a las 17.30, con entrada libre y gratuita, Lavista y un ensamble de primer nivel brindarán en el Museo Nacional de Arte Decorativo el concierto «Cantor en Leipzig», con las cantatas BWV 115 y 180 y la Trio Sonata BWV 1038. Dialogamos con él:
Periodista: ¿Qué es el Proyecto Bach Buenos Aires y de qué necesidades surge?
Jorge Lavista: Es un lugar en el que personas muy queridas y muy apreciadas por mí se reúnen para hacer música, la más linda del planeta. Conocí la música de Bach cuando tenía 12 años. La primera obra suya que escuché fue «La Pasión según San Mateo», y quedé maravillado. Este proyecto es el deseo de tener una relación más asidua con la música, como la tenían Mozart, Beethoven, Bach, Chopin, Dufay… nosotros como intérpretes perdimos eso, pero es algo que está vivo en el tango, en el jazz, en el folklore.
P.: ¿Cómo se organiza la actividad?
J.L.: El PBB nació para seis conciertos anuales con cuatro o cinco encuentros durante un mes y después se toca, un poco por los tiempos que se viven. Hay también una reacción al hecho de tener que esperar la invitación de las organizaciones de conciertos. Me cansé de esa política barata. Es mucho más noble un festival, un encuentro, una semana de la música, porque de otra manera se está pensando en el dinero y lo que «está bueno» que se escuche. Recuerdo a un director que dijo que está muy bien la música que no trascendió, porque por algo no trascendió. Qué sería por ejemplo de la obra de Charpentier si no hubiera existido un William Christie.
P.: De hecho Bach no era uno de los compositores más apreciados en su tiempo.
J.L.: Ése es el pensamiento mediocre que yo quiero evitar.. Tuve mucho prejuicio al hacer el PBB, porque me preguntaba quién iba a querer venir a tocar si no había dinero de por medio.
P.: ¿La realidad le demostró lo contrario?
J.L.: Sí. Salvo dos casos particulares, todas las personas a las que invité estuvieron encantadas de participar. En el origen está justamente el no pensar en el cachet ni tomarlo como un trabajo, sino en pensar y hacer música de un modo más parecido a un grupo de rock o pop. Empezamos «a la gorra», cada vez tuvimos más público, y este año obtuvimos un subsidio de la Secretaría de Cultura de la Nación.
P.: ¿Cuál es su enfoque práctico?
J.L.: Hay un redescubrimiento de la forma de encarar el personaje de Bach en relación con sus períodos como creador de música sacra. En 1991, mientras yo estudiaba en Basilea, vino el musicólogo Joshua Rifkin y habló de Bach, de las cantatas, de la relación con la música vocal. Ahí escuché algo que me llamó la atención y no conocía mucho porque yo tenía 23 años, y era que el coro de Bach no era tal sino que se usaba un cantante por parte. En ese momento me pareció poco probable. Pero en el 2006 o 2007 me encontré con esta propuesta en papel. Nosotros venimos con la idea que nos dejó el siglo XX de que el coro de Bach es mejor cuanto más grande, y tenemos la referencia de los coros que hicieron música antigua en los 70 u 80, y eso es lo que se pone en tela de juicio en la teoría de Rifkin y que recién fue aceptado hace unos 10 años en Europa. La generación de Richter y Rilling pensó todo con coros grandes, y después Herreweghe, Koopman, Harnoncourt se basaron en la idea de que los cantantes de Bach no eran más de 12 ó 16, que ése era su ideal para una música sacra extremadamente compleja, mucho más que ninguna hasta ese momento. Cuando leí el texto de Rifkin decidí que tenía que probarlo. Lo hice en 2008 y para mí fue definitivo.
Entrevista de Margarita Pollini para ambito.com