Durante la Edad Media, los tratadistas hablan continua y repetidamente de la distancia intelectual entre los músicos (teóricos y especulativos) y los cantantes, dejando muy mal a estos últimos.

Boecio (ca. 480-526) dice en su De institutiones musica (cap. XXXIII) que músico es “aquel que ha adquirido la ciencia del canto con conocimiento de causa, sin sufrir la esclavitud de la práctica y sí bajo la dirección de la especulación”.

Aurelianus Reomensis, en su De Musica Disciplina (ca. 850) dice: “Tanta diferencia hay entre músico y cantor, como entre gramático y simple lector, como entre cuerpo y razón.

Con mucho tiene más calor conocer lo que uno hace, que hacer lo que uno sabe hacer”.

Guido d’Arezzo (ca. 990-ca. 1050) endurece aún más este discurso, pues pasa incluso al insulto y al desprecio, como podemos ver en los dos siguientes fragmentos.

Escribe en su Regulae Rhytmicae: “Entre los músicos y los cantores hay una gran distancia. Estos dicen que saben; aquellos saben componer música. Pero el que hace lo que no sabe, se define como bestia”.

En su Prologus in antiphonarium (ca. 1022) se detiene para profundizar en esta tesis, diciendo: “En nuestros tiempos, no existen hombres más estúpidos que los cantores.

En cualquier actividad son ciertamente más numerosas las cosas que aprendemos por nuestra experiencia que aquellas que aprendemos de un maestro.

Por ejemplo los muchachos leyendo con cuidado sólo el libro de los salmos saben leer los demás libros.

Los rústicos, comprenden inmediatamente la ciencia de la agricultura, sea para podar una viña, para plantar un árbol o para cuidar a un asno, haciéndolo siempre sin dudas y cada vez mejor.

Por el contrario, los miserables cantores y sus discípulos pueden cantar cada día durante cien años, más nunca podrán entonar la más simple de las antífonas sólos sin maestro, perdiendo en el aprendizaje del canto tanto tiempo que tendría suficiente para conocer toda la literatura tanto sacra como profana”.

Estas palabras van a ser repetidas en las introducciones de algunos códices, como el Graduale Thomas Ms. 391, de Leipzig, contribuyendo a difundir esta idea.

Si el Codex Calixtinus (ca. 1160) dedica unos párrafos a hablar mal de los navarros, ¿por qué no lo iba a hacer también de los cantores? De una manera similar a la que lo hace Guido, animalizando a los cantores, dice:

“La música es la ciencia de cantar bien y correctamente. Quien la ignora puede ciertamente mugir al estilo de los bueyes, pero no puede conocer la modulación ni los tonos de la voz. Como el que hace líneas con una regla torcida en un pergamino, así emite su voz”.

Desde el siglo XV, muchos teóricos cambiarán este discurso, diciendo incluso que es más importante la práctica que los conocimientos (por ejemplo Francisco de Montanos en su Arte de Musica, Theorica y Practica, Valladolid, 1592).

Podemos tomarnos estos documentos como anécdotas humorísticas, que también, pero no podemos obviar el fondo de la cuestión como si se tratase de algo baladí.

 La separación entre músicos teóricos y prácticos ha llegado hasta la actualidad.

Afortunadamente es esta una tendencia cada vez menos abundante, pero todavía hay brechas entre musicólogos e instrumentistas, si es que pudiéramos compararnos con los teóricos y cantores del Medioevo.

Para profundizar en este tema, es recomendable escuchar esta conferencia de Juan Carlos Asensio, de la que está extraída gran parte de la documentación de este artículo:

Gracias y desgracias de un músico en la Edad Media.

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