El Sábado Santo es el tercer día del Triduo Pascual, por tanto es un día de silencio y reflexión en el cual los cristianos conmemoran a Jesús de Nazaret en el sepulcro y su descenso al Abismo.
El Sábado Santo concluye con la celebración de la Vigilia Pascual, que es una celebración litúrgica que se realiza en la víspera del Domingo de Resurrección, día que finaliza la Semana Santa.
Sábado Santo no es una extensión del Viernes Santo, día en que se rememora la pasión y muerte de Jesús.
El Sábado Santo es un día de dolor y tristeza que se destina para el silencio, luto, y reflexión, así como lo hicieron en el sepulcro María y los discípulos.
Imagen: El entierro de Cristo, de Carl Heinrich Bloch.
Asimismo, durante el Sábado Santo en la Iglesia Católica no se realizan eucaristías, no se tocan las campanas, el Sagrario se deja abierto y vacío, el altar está despojado y no se administra ningún sacramento excepto la Unción de los enfermos y la Confesión de los pecados.
Sin embargo, las puertas de la iglesia permanecen abiertas, no se encienden las luces y los padres atienden las confesiones.
También se conmemora la Soledad de María, recordando el momento que lleva el cuerpo de Jesús al sepulcro.
Por otra parte, cabe señalar que anteriormente el Sábado Santo se denominaba Sábado de Gloria hasta que, en el año 1955, el Papa Pío XII encargó al Monseñor Annibal Bugnini la reforma litúrgica, en la cual se estableció el cambio de nombre por Sábado Santo.
De igual manera se reformó el tiempo de ayuno, que antiguamente se extendía desde el día viernes, y se redujo y se estableció solo para una hora antes de la comunión del día sábado.
MÚSICA PARA CONMEMORAR LA MUERTE DE JESÚS
Los Responsorios de Tinieblas, también conocidos como “Officium Hebdomadae Sanctae”, pueden considerarse como uno de los monumentos musicales de la liturgia católica de Semana Santa.
Hablar de ellos es invocar la figura y la obra de uno de los más ilustres compositores del llamado Siglo de Oro español: Tomás Luis de Victoria (1548-1611).
Estos Responsorios fueron editados en Roma en 1585, todavía bajo la sombra de Palestrina, antes de que Victoria se trasladara definitavemente a Madrid y al Monasterio de las Carmelitas Descalzas, donde permanecería, desde 1587, hasta su muerte en 1611.
Las composiciones se cantaban en los primeros albores del día, cuando aún la oscuridad o las tinieblas (tenebrae) invadían las grandes naves de la catedrales, y su estructura se componía de los motetes introductorios, las tres Lamentaciones de Jeremías, y los seis Responsorios, acabando el oficio del Sábado Sancto, víspera de la Pascua, con un himno.
La obra de Victoria se caracteriza por una gran claridad en las líneas melódicas, la cuidadosa combinación entre la homofonía primitiva y los pasajes polifónicos, con disonancias ambientales que provocan una tensión difícil de igualar y un pulcro tratamiento del contrapunto, para crear, en cada composición, un clima de emoción general, de acuerdo con la naturaleza del texto elegido, en consonancia con la tradición litúrgica que se encuentra en el origen del ritual católico.
Los responsorios, en sí mismos, son formas polifónicas de factura excepcional, con dos partes, cuerpo y verso, y un estribillo que se repite, tanto en el cuerpo, como al final del verso, difiriendo el estilo polifónico de ambas.
Las Lamentaciones, por su parte, atribuidas en el Antiguo Testamento al profeta Jeremías, lloran la destrucción del Templo de Jerusalén por los babilonios, en 586 antes de Cristo, con su séquito de dolores y de duelos, presentados como el castigo al orgullo de Israel.
Tradicionalmente cantadas en las sinagogas, estas Lamentaciones son adoptadas por la liturgia cristiana occidental probablemente en el siglo VIII durante el sacrum triduum, los tres días que preceden a la Pascua de Resurrección.
Las Lamentaciones son declamadas durante los maitines, mientras es todavía de noche.
Quizá por ello estas lecturas o lecciones –del latín lectiones- toman el título de Lecciones de Tinieblas.
Durante el oficio, un candelabro triangular con quince cirios encendidos es situado en el lado derecho del altar mayor.
Tras cada salmo, se apaga un cirio.
Al final, solo queda uno.
Se esconde detrás del altar, simboliza la muerte de Cristo tras la crucifixión.
El mismo cirio, siempre encendido, es expuesto de nuevo poco después, como el triunfo de la luz sobre las tinieblas, la resurrección de Cristo vencedor de las fuerzas del mal.
Tomás Luís de Victoria es emparentado, habitualmente, a los otros dos grandes nombres de la polifonía ibérica del renacimiento, Francisco Guerrero (Sevilla, 4 de octubre de 1528 – 8 de noviembre de 1599) y Cristóbal de Morales (Sevilla, 1500 – Málaga o Marchena, 1553), cuyo Officium defunctorum también es una cumbre de la música coral antigua, junto con el Tenebrae de Carlo Gesualdo (Venosa, Basilicata, 8 de marzo de 1566-Avellino, Campania, 8 de septiembre de 1613) y las Leçons de Ténèbres de Marc-Antoine Charpentier (París, 1643- 24 de febrero de 1704).
Orígenes e incorporación de las Lamentaciones al repertorio sacro
Las primeras Lamentaciones conocidas fueron compuestas por G. Dufay.
El estudioso Samuel Rubio señala al respecto que no lo hizo inicialmente con un motivo estrictamente religioso “sino puramente profano y circunstancial: para llorar la toma de Constantinopla por los turcos en el año 1453.
Es el mismo Dufay quien se da cuenta de su creación a Piero y Juan de Medicis, en una carta cuya fecha es de 1456″.
El texto original contenido en la Biblia, tras el Libro de Jeremías (Antiguo Testamento), se presentaba como base ideal para la composición.
Inicialmente las Lamentaciones es una colección de cinco composiciones (cantos de dolor) que reflejan en un tono difícilmente superable la destrucción de la Ciudad Santa y del templo (hecho ocurrido hacia el año 587 a. de C.).
Ingeniosamente, Dufay comparaba la destrucción de Jerusalén con la caída de Constantinopla, realidad que históricamente tuvo importantes repercusiones en la Europa del momento.
A pesar de su origen profano, las Lamentaciones fueron rápidamente incorporadas a la liturgia católica conformando uno de los repertorios más importantes de música sacra católica.
Esta incorporación del texto original que cantaba la destrucción de Jerusalén fue realizada y adaptada bajo el halo de una amplia simbología como la que rodeaba al catolicismo del siglo XVI.
Para ello, siguiendo la teología de los profetas, se comparaba la destrucción de Jerusalén con un justo castigo de Dios por los pecados cometidos.
Pero este castigo en la intención de Dios es un castigo purificador camino a la conversión y a la verdadera fe.
El castigo es duro pero detrás de él y de un seguro arrepentimiento se encuentran los brazos abiertos de Dios para acoger de nuevo a su pueblo.
Sin entrar en mayores disquisiciones teológicas, parece clara la posible asociación con la destrucción del Templo de Jersusalén, representado por la muerte de Cristo, templo de los creyentes, el castigo, el arrepentimiento y el perdón divinos que pueden asociarse con la resurrección y la misericordia de Dios.
Dada la naturaleza poética de estos lamentos, las Lamentaciones bíblicas se convirtieron en un elemento central de los tres días fundamentales de la Semana de la Pasión, y como terrible recordatorio de esta destrucción del templo que significaba la muerte de Cristo.
Las Lamentaciones y su interpretación
La música construida en torno a los lamentos de Jeremías se interpretaba con exclusividad los Jueves, Viernes y Sábado Santos.
De otra forma, era una música reservada para su interpretación durante los días claves de la Semana Santa.
Inicialmente comenzó siendo un oficio matutino, es decir, que se interpretaba al alba, antes del amanecer, cuando el día aún rayaba las tinieblas.
En el tránsito del siglo XVII al XVIII, cambiaron sustancialmente.
Éstos, los oficios o Lamentaciones, fueron trasladados al caer la tarde con lo cual se adelantaban un día: comenzaban el miércoles, para acabar el viernes.
Los oficios compuestos por M.A. Charpentier, ya responden a esta modificación.
Cada oficio consistía en tres vigilias, cada vigilia en tres salmos con responsos y lecturas.
Siguiendo el modelo de las compuestas por Tomás Luis de Victoria en 1581, la primera interpretada el jueves en Feria V in Coena domini (en la cena del Señor, Jueves Santo) estaba compuesta de tres lecciones, tituladas respectivamente: Incipit Lamentatio, Vau, Et egressus est, Jod, Manun suam.
Las correspondientes al Viernes, in Feria VI in passione domini (la pasión del Señor, Viernes Santo), también integrada por tres lecciones: Het, Misericordiae, Lamed, Matribus, Aleph, Ego vir, Las correspondientes al Sábado Santo eran similares: Heth, misericordiae, Aleph, Quomodo sedet, y la lección tercera que Victoria intitula como Incipit Oratio, u oración de Jeremías, que es la quinta y última de las lamentaciones.
Las Lamentaciones alcanzan un rápido y esquemático desarrollo en muy pocos años.
Las antes mencionadas de Victoria reposan sobre modelos de otras compuestas por maestros hispanos e italianos, quizá las más famosas durante el siglo XVI.
Las compuestas hacia 1564 por Cristóbal de Morales (de las cuales sólo las correspondientes al oficio del Sábado Santo y la Oratio Jeremiae son suyas, las otras pertenecen a Costanzo Festa) son una muestra de esta realidad.
Todas muestran una estructura similar, lo que nos permite afirmar la temprana consolidación del género en la primera mitad del siglo XVI.
Básicamente siguen las fórmulas salmódicas en los que se refiere a los los esquemas tonales.
Las Lamentaciones de Morales conservadas en Toledo están basadas en un cantus firmus, que camina de forma independiente del resto de las voces en el sentido de que éstos rara vez toman de aquél algún motivo temático.
El uso del cantus firmus sigue en cierto sentido la tradición compositiva hispana y más concretamente la toledana.
No en vano, en las Lamentaciones los melismas gregorianos estuvieron muy presentes.
Podríamos incluso señalar que fueron respetados (incluso en los siglos XVII-XVIII) por la práctica totalidad de los maestros compositores.
De quien es el cuadro que ilustra la página?