AL plantear un recorrido por las distintas fanfarrias que acompañaban todos y cada uno de los movimientos del Rey Sol, nos viene a la mente el refinamiento, la sensualidad, el uso y abuso del adorno, la busca de efectos descriptivos de la música de una corte francesa siempre dominada por la danza.

El absolutismo llega también al campo de la música; y es Lully el gran compositor de la corte. Pero, junto al compositor, aparece el perfecto organizador, tiránico y polifacético, admirado y odiado.

Perfecto bailarín, gran violinista, autodidacta, intrigante máximo -«buffon odieux», «coquin tenébreaux», le llamó Boileau-, aparece como compositor instrumental de la cámara real, para ser, a partir de 1661, superintendente de la música real, elemento esencial en la vida de su tiempo. La Academia Nacional de Música y Danza, obra de Lully-Colbert, se convirtió en el mejor símbolo del absolutismo francés.

Efectivamente, si algo transmitió el conjunto francés La Sinphonie du Marais, en su, un tanto heterodoxo, concierto, además de su excelente dominio de los instrumentos de viento y percusión, fue el agobiante protocolo, la necesidad de una gran capacidad organizativa que se necesitaba para asistir, musicalmente, a los actos de la corona. Desde los más íntimos, en la cámara del rey, hasta las diversas llamadas a la guerra; pasando por la caza, las bodas o los funerales.

Lully, bien con su música, bien con la de otros -en este caso sonó la de André Philidor, más conocido, por cierto, como ajedrecista- fue, sin duda, el gran protagonista de esa estructura musical.

El tiempo de la velada ofrecida por los franceses se lo repartió, a partes iguales, la música y la historia de Francia, que el director Hugo Reyne -con impagable traducción y perfecta explicación de Manuel Horno- nos iba contando.

Es cierto que las obras programadas son, en su mayoría, cortas, y que esas explicaciones detalladas venían bien; pero, a mi juicio, hubiera bastado con las lecturas del traductor.

Dicho esto, hay que constatar la extraordinaria calidad de los intérpretes: todos con instrumentos originales. Los más comprometidos, las trompetas -instrumentos a los que hay que modular, sobre todo, desde la embocadura-, sonaron brillantes, en perfecta compenetración cuando iban las tres juntas, y jugando con los ecos y distancias de la nave, en algunas llamadas de batalla.

Tienen un colorido fulgurante, y a pesar de su descarada expresividad, nunca resultaron chillones, siempre matizados con el sonido de cobre viejo. No menos espectacular -aunque más recogido- el sonido del bajón-fagot, en el contrapunto de la folía de España.

Y, también muy sugerente, por lo inhabitual, el conjunto de oboes, con la inconfundible y precursora sonoridad del corno inglés.

Alarde del percusionista Didier Plisson, dominador absoluto de los timbales y encargado, también, de la percusión miliciana.

Sobre las pequeñas representaciones teatralizadas de algunos episodios del programa, hubo diversidad de opiniones: a algunos, el sentido del humor de los franceses se nos queda un poco corto. En cualquier caso, el público, en su mayoría, se lo pasó muy bien.

El concierto de Música de viento en la corte del Rey Sol: de Jean Baptiste Lully y André Philidor, tuvo lugar el pasado 1 de Septiembre y fue interpretado por LA SINPHONIE DU MARAIS, con Olivier Clémence y Benoit Richard, oboes; Laura Duthillé, oboe tenor; Philippe Piat, fagot; Jean Luc Machicot, Patrick Pagés y Jean Jacques Metz, trompetas; Didier Plisson, percusión;

Dirigido por Hugo Reyne.

Escrito por Teobaldos para noticiasdenavarra.com

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