En el transcurso de las últimas décadas, más concretamente a partir de los años cincuenta del pasado siglo, se han prodigado los festivales de música.
En primavera y verano, una vez finalizadas las temporadas de abono, muchas ciudades organizan su propio festival, haciendo sitio a una manifestación cultural no exenta de ciertos aires de fiesta — de ahí su nombre—-, porque un festival es ante todo eso, una fiesta que celebra el placer que produce sumergirse por completo en una disciplina artística.
Generalmente, las actividades seleccionadas —musicales en nuestro caso— se alejan de lo rutinario y de los programas habituales —a los que complementan— para alcanzar el rango de acontecimiento o, mejor aún, de rito excepcional, un rito que se abre a la participación acogiendo todo tipo de públicos y ayudando así a la difusión y mejor conocimiento de la música: al melómano desde luego, pero también al profesional, al visitante ocasional, al curioso, al turista, a los ciudadanos residentes y, por supuesto, a nuevos públicos que se aproximan a la música gracias a estos eventos que facilitan el acceso a espectadores no iniciados ofreciendo una vivencia distinta del hecho musical.
Tiene así lugar un ceremonial que se provecha del brillo intenso de lo efímero, condensando en un corto espacio de tiempo una gran actividad, pues sólo durante un breve periodo se puede mantener ese carácter de excepción, excepcionalidad que le es conferido al festival no solo por la alta calidad de las obras programadas —en ocasiones incluso producidas por el equipo del festival —, también por la búsqueda de su perfecta realización y, muy muy importante, por la armonía con el marco en el que son expuestas las obras que forman parte del proyecto integrándose con el medio y creando así una atmosfera particular, dinámica e integradora, que resalta el espíritu y el patrimonio de la ciudad, su historia, el paisaje que la rodea, el interés de sus habitantes, la tradición cultural de la región donde se ubica. Sí, un bien Festival genera no sólo prestigio, también riqueza y rentabilidad.
Éxito seguro
La Comunidad de Castilla y León no es ajena a estas eficaces estrategias culturales, siendo como son fórmulas de éxito seguro. La lista de convocatorias es amplia y diversa, parta todos los gustos.
Podemos hablar de, al menos, dos convocatorias más: el Festival Internacional de Música de Segovia que, con 37 ediciones en su haber, es una de las citas más veteranas del panorama nacional y de Abulensis, un festival que se estrena este verano.
Este gentilicio, Abulensis —así firmaba Victoria sus papeles— apunta a un festival monográfico que, patrocinado en su mayor parte por el Ayuntamiento de Ávila con el apoyo de la Junta de Castilla y León, ha sido diseñado a medida de un compositor al que su ciudad natal hace honor, con toda razón, como a uno de sus hijos más ilustres, un músico de talla universal, Tomás Luis de Victoria.
Aprovechando que tanto Segovia como Ávila están consideradas Patrimonio de la Humanidad por la Unesco —y qué perfil tan hermoso ofrecen ambas ciudades al viajero— los conciertos se acogen, con excelente criterio a mi parecer, a escenarios de enorme valor histórico, patrimonial y estético.
En Segovia, por ejemplo, la música convive con el patio del Alcázar, con San Juan de los Caballeros, con la plaza de San Martín o con la Catedral además de beneficiarse del frescor de los jardines y patios de la ciudad.
Rentabilizar el patrimonio
En coherencia con esta línea de desarrollo cultural que propone rentabilizar un patrimonio de inmenso valor, sin duda una de las aportaciones más interesantes del Festival de Segovia son los conciertos de la Capilla Jerónimo de Carrión, agrupación integrada dentro de la Sección de Investigación Musical de la Fundación Don Juan de Borbón, área que es responsabilidad de la musicóloga Alicia Lázaro, que con dicha Capilla está recuperando auténticos tesoros de los fondos del Archivo de la Catedral de Segovia, dando a conocer la producción de maestros de capilla, cantores y ministriles que trabajaron en la catedral o en la ciudad, como Jerónimo de Carrión, Miguel de Irízar, Juan Montón y Mallén o Juan Pérez Rondán (1604-1672 ), cuya Misa a cuatro voces sobre el Pange Lingua se presenta durante este festival, concretamente el 29 de julio en la Catedral.
En lo que respecta a Ávila, la perfecta polifonía de Tomás Luis de Victoria llenará —del 21 al 27 de agosto, Victoria murió en Madrid en 27 de agosto de 1611— la Iglesia del Real Monasterio de Santo Tomás y el viejo Convento de San Francisco, hoy restaurado como auditorio.
Resulta sorprendente, en el caso de la ciudad de Ávila que, contando con una figura como Victoria, tan reverenciada y favorecida internacionalmente, un evento de estas características que sitúe la ciudad en el mapa musical, no se haya institucionalizado antes, ya que es un negocio seguro además de atractivo para el futuro de la ciudad.
«Abulensis», y no podría ser de otra forma, opta por una muestra de intérpretes de calidad en el ámbito de la música del Renacimiento y el Barroco temprano, con agrupaciones como La Colombina, Sete Lágrimas, Vocal Ensemble/ Vasco Negreiros, Ars Nova, Zenobia Scholars y solistas como el contratenor Carlos Mena que cantará a Victoria acompañado por el laúd de Juan Carlos Rivera.
Fuente: INÉS MOGOLLÓN