Aturdido y confuso me deja la noticia que he leído sobre un joven documentalista especializado en cine que ha sido demandado por utilizar en un vídeo sobre el director Stanley Kubrick tres pistas de la banda sonora del film La naranja Mecánica (1971). Parece ser que el acusado, el británico Lewis Bond, ha creado un breve audiovisual sobre la filmografía de Kubrick que ha subido al canal de YouTube Channel Criswell.
La empresa demandante, Serendip LLC, no tiene absolutamente nada que ver con el genial director de 2001, odisea del espacio, pero afirma tener los derechos de la banda sonora de A Clockwork Orange que está firmada por el músico Wendy Carlos (antaño conocido por Walter Carlos), responsable igualmente de la música de El resplandor (1980). Aunque el infractor Lewis Bond ha intentado llegar a un acuerdo con la empresa, esta se mantiene firme en la demanda exigiendo 150.000 dólares, cifra a la que el joven no puede responder.
De acuerdo con Serendip LLC, “las tres piezas objeto de esta reclamación pertenecen a la banda sonora de La Naranja Mecánica, y llevan por título Title Music From A Clockwork Orange, March From A Clockwork Orange y William Tell Overture”. Y añade la acusación “sin permiso de Serendip, Lewis Bond realizó obras derivadas de la música y de los registros de sonido de Wendy Carlos en la banda sonora del vídeo titulado Stanley Kubrick – The Cinematic Experience”.
No voy a entrar a juzgar lo justo o injusto de la demanda pues el tema de los derechos de autor en el ecosistema digital en que nos movemos es harto complejo. Pero sí me gustaría llamar la atención sobre un particular: la música objeto del delito no es original de Wendy Carlos sino que fue adaptada de piezas de música clásica casi en su totalidad. En concreto, el tema que abre La Naranja Mecánica es una versión tuneada de la Música para el funeral de la reina María de Henry Purcell compuesta en 1695. ¿Quién está robando a quién?
Todo el que haya visto el film de Kubrick puede reconocer al principio de la misma, nota a nota, la pieza de Purcell entre efectos electrónicos de mejor o peor gusto. Es verdad que Carlos consiguió que una bella y grave partitura fúnebre adquiriera un aire peligroso e inquietante que en la película envuelve perfectamente la introducción del protagonista, el psicópata Alex. Como en toda la obra de Stanley Kubrick, la música es un elemento esencial y no accesorio en la puesta en escena de las películas, un signo distintivo de su cine, podríamos añadir.
No obstante, el propio Kubrick reconocía su devoción por incluir música clásica en sus largometrajes, destacando en este sentido 2001, odisea del espacio (1968) y Barry Lyndon (1975). En una entrevista que concedió a Michel Ciment, publicada en 1980, el director justificaba su utilización de música no especialmente compuesta para sus películas: «A pesar de todo lo buenos que puedan ser nuestros mejores compositores de música para cine, no son unos Beethoven, unos Mozart o unos Brahms. ¿Por qué utilizar música peor cuando existe una gran cantidad disponible de música orquestal genial del pasado y de nuestro propio tiempo?»
Esto nos lleva a considerar la autoría y originalidad de Wendy Carlos en la banda sonora de La Naranja Mecánica. Si analizamos la lista de temas del film podemos comprobar que en su mayoría son de compositores antiguos: nos encontramos el citado arreglo de la partitura de Purcell, así como distintas versiones adaptadas de Beethoven, Rossini y la conocida Marcha de pompa y circunstancia de Elgar, amén de un par de canciones entre las que destaca la popular Singin´in the rain.
¿Realmente podemos afirmar que Lewis Bond ha robado una obra original? ¿No se trata realmente una banda sonora construida sobre partituras ajenas (ojo, sin menospreciar su valor como parte fundamental del largometraje)? Independientemente de lo que pueda decir la ley, y teniendo en cuenta por añadidura que el vídeo infractor es un sincero homenaje a la obra de Kubrick, yo pienso que es un tema que ha ido demasiado lejos.
Vale. Pues no has dicho nada: grandes creadores de los que nos valemos para realizar obras sujetas a la propiedad intelectual, gran contradicción que, en vez de resolverse a favor del público, ya que dichas obras son públicas, debemos hacerlo en su contra, privando (no otra cosa es hacer valer la intelectual) su disfrute. Es estúpido pero, qué le vamos a hacer, este mundo pertenece a los estúpidos