Jordi Savall tiene en su registro más de cien álbumes, pero nunca ha pisado un estudio de grabación.

Cada disco suyo, como intérprete de la viola da gamba o como director de cualquiera de sus iniciativas musicales, exige una acústica especial que no se logra con el empleo de consolas modernas ni con la implementación de efectos de audio.

Lo que él requiere es una conexión directa con el pasado y por eso las iglesias y los recintos históricos son sus lugares favoritos para perpetuar su oficio.

Para Savall, quien nació en Barcelona en 1941, grabar es una parte importante para consolidar su actividad como investigador, porque la música solamente existe en el momento en que es interpretada.

Luego, y como por arte de magia, desaparece sin dejar rastro aparente.

Por lo tanto, la única manera de perpetuarla es a través de los registros discográficos.

“Cada vez que comencé un proyecto musical sentí lo mismo que cuando me enamoré, así que decidí hacer mis grabaciones y las de los grupos que dirijo un par de meses después de casarme con las obras que investigo”, cuenta Jordi Savall, quien antes de encontrarse de frente con la viola da gamba, el instrumento que le ha otorgado la popularidad que ostenta hoy en el escenario musical, realizó estudios exhaustivos con el violonchelo.

Cuando se tiene la técnica para interpretar el violonchelo se desarrolla muy bien la habilidad en la mano izquierda, y eso hizo que Jordi Savall tuviera una buena porción del camino recorrido para la ejecución de la viola da gamba.

Terminó sus estudios de perfeccionamiento en 1970, en Barcelona, y comenzó su relación fructífera con su instrumento cinco años más tarde.

“El ser humano necesita acompañarse de la belleza en donde se encuentre.

Uno puede ir a un museo y observar obras del Medioevo, del Renacimiento, del Barroco, del Impresionismo o del Cubismo.

En la música pasa algo similar, pero a mí lo que me sucedió con la música antigua y con el encuentro con la viola da gamba fue establecer la posibilidad de interpretar obras olvidadas y aproximarme a ellas con un instrumento que muy poca gente toca en el ámbito contemporáneo”, cuenta.

El artista catalán fundó la agrupación Hespèrion XXI en 1974.

Su intención era hacer música antigua de una forma diferente, pero siempre respetando las condiciones de antaño.

En 1987 creó La Capella Reial de Catalunya, para hacerle frente a la complejidad de un colectivo vocal con la incorporación de talentos hispanos y latinos.

Y dos años más tarde se ingenió Le Concert des Nations, con el que acoge a músicos de diversas nacionalidades.

Para él, los tres proyectos son complementarios.

“La filosofía de todos los grupos siempre ha sido la misma: buscar la autenticidad, conservar el respeto a la originalidad de las obras, pero al mismo tiempo desarrollar la creatividad.

El músico aporta el toque final porque la partitura es un proyecto que no está terminado.

Nuestra función cuando tocamos un instrumento o cantamos es ponerle alma y emoción a la creación.

Lo que hacemos como intérpretes es revelar lo que el compositor pensaba que podría transmitir con sus obras”, asegura Jordi Savall, quien es docente desde 1973 en instituciones como la Schola Cantorum Basiliensis y la Juilliard School de Nueva York.

Poco tiempo después de la muerte de su esposa, la cantante española Montserrat Figueras (1942-2011), Savall ofreció su primer concierto en Colombia.

En ese entonces la música le sirvió como catarsis, y recuerda a la perfección la solidaridad de la gente ante su dolor.

Por eso no dudó en decir presente cuando lo invitaron a cerrar la cuarta edición del Festival Internacional de Música Sacra de Bogotá.

Aquí estará para exponer las particularidades de la música antigua, exhibir las bondades de la viola da gamba y ponerles punto final a muchas partituras inconclusas.

Jordi Savall en Bogotá
Sábado 3 de octubre, Museo Nacional (carrera 7ª Nº 28-66).
Domingo 4 de octubre, 5:00 p.m., Teatro Mayor (calle 170 Nº 67-51).

Por: Juan Carlos Piedrahíta B. | Elespectador.com

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