No sabemos cuáles eran los gustos musicales de los humanos del Paleolítico, pero sí que tanto aquellos antepasados como nuestros primos neandertales probablemente ya se entretenían cantando y tocando, quizá incluso batiendo palmas, una costumbre ancestral en la que algunos estudiosos sitúan el nacimiento del ritmo.
A la hora de aventurar de dónde hemos sacado los humanos el gusto por la música, los científicos buscan las raíces en la naturaleza, en los sonidos de los animales.
Y a este respecto, un pájaro del Amazonas tiene algo que decir, según un estudio elaborado por expertos del Instituto Max Planck de Ornitología en Seewiesen (Alemania) y de la Facultad de Artes de Cornish en Seattle (EE.UU.).
Los autores del estudio creen que pueblos como los nativos luiseños de California, los tuvanos de Asia central y los chinos reconocen en los animales el origen de su música.
Pero no resulta igual de agradable escuchar el alarido de un demonio de Tasmania que el trino de un canario.
Desde la antigüedad en Grecia o China hasta la música clásica occidental existen ciertos patrones comunes que determinan la apreciación subjetiva de lo que consideramos una composición consonante o disonante.
En general, los sonidos de los animales, incluidos los cantos de las aves, no tienen por qué adaptarse a nuestro criterio.
Una excepción notable es el uirapuru o cucarachero musical (Cyphorhinus arada), un pájaro de la cuenca amazónica cuyo canto ha gustado tanto al oído humano que la música brasileña se ha inspirado en él, como el poema sinfónico Uirapuru que el músico Heitor Villa-Lobos compuso en 1917.
Los autores del estudio, la musicóloga y compositora Emily Doolittle y el ornitólogo Henrik Brumm, han destripado el canto de esta ave para comprender qué tiene de especial para resultar tan musical a nuestros oídos.
Y lo que han descubierto es que al uirapuru solo le falta grabar sus composiciones y venderlas en CD: no solo utiliza intervalos consonantes, es decir, aquellos que para nosotros representan la escala de las notas musicales, sino que lo hace ciñéndose a octavas perfectas, quintas o cuartas, los intervalos que cualquier compositor humano emplea si pretende que su música no chirríe a los oídos.
Aún más: el humilde uirapuru jamás podría imaginar que un patrón de su canto ha sido descubierto por Doolittle y Brumm en el segundo movimiento de la Sinfonía nº 103 de Haydn y en una de las fugas pertenecientes a «El clave bien temperado» de Bach.
La imagen muestra un registro de las frecuencias del canto del uirapuru (1) y su transcripción a notas (2), comparada con las aperturas del segundo movimiento de la Sinfonía nº 103 de Haydn (3) y de la Fuga XX en La menor de Bach (4).
“Sin embargo, esto no significa que el cucarachero musical cante en una clave del modo en que lo haría un músico humano, sino que la preferencia del pájaro por las consonancias produce conjuntos de tonos que para el oído humano suenan como si pertenecieran a la misma escala”, aclara Doolittle.
Dado que el concepto de consonancia al gusto humano no deja de ser subjetivo, los autores verificaron sus resultados sometiendo a un grupo de 91 voluntarios a una audición a ciegas.
Los sujetos escucharon fragmentos tomados del canto del uirapuru en comparación con melodías similares generadas por ordenador, pero con los intervalos ligeramente alterados.
Como explican los autores en su estudio publicado en la revista Journal of Interdisciplinary Music Studies, el 67% de los voluntarios juzgó que la pieza del pájaro era más “musical” que la de la computadora.
Fuente de inspiración
Según Brumm, responsable de los aspectos zoológicos del trabajo, aunque los trinos de muchas aves puedan resultarnos agradables, “ello no implica que el canto de los pájaros en general esté construido como la música humana; hay unas 4.000 especies de pájaros cantores y cada uno canta a su manera, no siempre de forma muy musical”.
En cambio, a juicio de Brumm, sus resultados explican “por qué esta especie ha tenido un papel tan prominente en la mitología y el arte”.
En cuanto a Doolittle, tal vez el uirapuru se convierta en una nueva fuente de inspiración.
De hecho, esta musicóloga y compositora se dedica a recopilar cantos de pájaros como base para sus obras, que ha presentado en un concierto en la Ópera Estatal de Baviera durante su estancia en el Instituto Max Planck.
(…) utiliza intervalos consonantes, es decir, aquellos que para nosotros representan la escala de las notas musicales , sino que lo hace ciñéndose a octavas perfectas, quintas o cuartas, los intervalos que cualquier compositor humano emplea si pretende que su música no chirríe a los oídos (…)
Muy discutibles estas acotaciones.