Silencio de Semana Santa. Teatro en penumbra. Paz y sosiego en el ambiente. Algo de expectación contenida. El ritual del concierto: los atriles solos, el precioso clave llenando el escenario. Vivaldi, Caldara, Bisso, Haendel y Pergolesi esperan hacerse presentes en las notas de Nereydas Orquesta Barroca y las voces de Filippo Mineccia y Elisandra Pérez Melián, con el ordenado ensamble de emociones que dirige la batuta de Javier Ulises Illán. “El llanto de la Madre” en el ambiente. Vamos a vivir, a través de la música, la pasión, muerte y resurrección del sentir cristiano.

El concierto comienza como un latido con los primeros compases de la “Sonata al Santo Sepolcro” de Vivaldi, el latido del corazón de Nereydas, que va en aumento según se incorpora progresivamente cada sección instrumental de la orquesta. Luego la sinfonía nº 12 de Caldara, “La Passiones di Gesù Signor Nostro”. El latido se equilibra.

Aparece sobre las tablas del teatro Filippo Mineccia, al que ya persigo por la geografía española cada vez que actúa con Nereydas, y aún en Italia he tenido ocasión de escucharle.

La expectación es grande. Tras el fastuoso y brillante tutti orquestal, el cantante florentino arranca el aria “Se volgi al ciel turbato”, de Matteo Bisso, en una riquísima interpretación que dejó estupefactas a las personas que ocupaban asiento en el seco (solo en cuanto a la sonoridad) teatro toledano. Las coloraturas del aria nos llevaron por unos riquísimos paisajes sonoros, donde la metódica y orgánica orquesta Nereydas supo, de la mano de Javier Ulises Illán, pronunciar los relieves de las progresiones armónicas en un verdadero ejercicio de gusto y estilo. La vuelta al “da capo” supuso una fastuosa fiesta de artificios vocales y ornamentaciones imposibles, de las que el propio compositor se habría maravillado. Este comienzo vocal no fue más que una premonición de lo que luego, en la culminación del concierto, supuso un “Stabat Mater” obscuro y doliente, a la vez que brillante y regio.

Elisandra Melián, en perfecto contacto con la orquesta a través de un atentísimo Javier Ulises Illán a la batuta, supo iluminar el escenario con su ágil y limpia voz, en lo que supuso, con el ‘Rejoice’ de “El Mesías”, de Handel, el colofón de la primera mitad del concierto. El corazón aceleró el latido. Música para la gloria.

Segunda parte. Sosiego. Describir el “Stabat Mater” en la interpretación de Nereydas supondría algo más que estos párrafos. En mi opinión, fueron momentos de un alto deleite y de una sorpresa constante, ora por la riqueza de las voces, ora por el uso de tempi muy contrastados y sorpresivos (quizá fruto consciente de la adecuación a la ya citada acústica seca de la sala). Quedará en mi memoria esta versión de la obra de Pergolesi, pues vi la verdad en los ojos de quienes la tocaban y el desgarro y la pasión en quienes la cantaron. Tengo que destacar el misterioso comienzo del primer número, ‘Stabat Mater Dolorosa’, la sentida humanidad del ‘Quis est homo’ y el generoso ‘Sancta Mater’ que, para mi goce y el de las personas que allí estaban, fue repetido como bis tras los cerrados, largos e insistentes aplausos, de quien parecía querer que el latido y gozoso sentir no acabara.

Un concierto es algo más que tocar una música, gozar y aplaudir. Un buen concierto tiene intención y rigor. Este lo tenía muy claro. Es muy destacable el planteamiento del programa y el desarrollo narrativo que poseía el concierto, que fue dedicado a El Greco, (7 de abril, el 398 aniversario de su muerte).

Javier Ulises Illán, batuta ágil e inteligente, planteó momentos dramáticos y deliciosos y trató con sobriedad y rigor todos los fugatti y contrapuntos de cada obra.

Sobre la orquesta diré que me place su alma y me gusta su buen hacer y su disciplina. Nombrar a algunos de los componentes no es desmerecer a los demás. Sin embargo es preciso resaltar los ejes sobre los que giró la música en este concierto. Es menester destacar la labor del concertino Íñigo Aranzasti, así como la del chelista Guillermo Turina, como eje central del bajo continuo, junto al luminoso Miguel Rincón en las cuerdas pulsadas. La notable claridad individual nos sirve para destacar aún más a los instrumentistas que integran el conjunto, que supo llenar la ya consabida acústica seca del teatro con una estudiada paleta de planos sonoros, que Nereydas plasmó con eficacia ante un público volcado que aplaudió con entusiasmo y recompensó con enérgicos bravos desde la primera intervención del contratenor Mineccia y tras el espléndido “Stabat Mater”. El latido mantuvo su equilibrio y encendió la luz del deseo en la mente y en los labios de muchos de los asistentes que, además de expresar su contento a la salida, manifestaban su opinión sobre la programación de más música con la calidad de esta.

El teatro de Rojas hace lo que puede y lo hace bien. Es esencialmente un recinto para el teatro aunque también quepa la música. Existen otras acertadas programaciones musicales a lo largo del año. Pero, yo que soy foráneo, aunque llevo a Toledo en el corazón y en la cabeza, veo en el inmenso marco de esta “peñascosa pesadumbre” más posibilidades para la música, como esta de Nereydas Orquesta Barroca o como aquella del Festival de Música Antigua, del que nunca supe qué demonio se lo llevó.

En suma, y para cerrar esta impresión sobre el concierto “El llanto de la Madre”, considero que con el vigor de estos músicos, con su profesionalidad y su sentir común, nos regalamos todos, Toledo, teatro, músicos y público, una inolvidable velada de Semana Santa plena de fe, de emoción, de cultura, de arte, de música y de humanidad. El latido y el pulso son el corazón de estas Nereydas que nos ayudan de cuando en cuando a surcar con música acordada los procelosos mares de esta agitada vida.

Escrito por: Pedro Toscani para eldiadigital.es

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