¡Feliz día de Nochebuena!
Espero que este día lleno de alegría por el nacimiento de Dios sea muy bello para ti y, como siempre digo, si la Navidad es algo que no te gusta demasiado, espero que lo lleves con paciencia.
Hoy vamos a ver cómo un bullicio de pastores y personajes se acercan al belén a hablar con la Virgen y animarla y darle las gracias por ese niño que dio a luz y que vino a salvarnos.
Creo que el maestro nos visita por primera vez.
Se trata de Bartomeu Cárceres (fl. mediados del siglo XVI), compositor español del que no se sabe bien dónde nació.
En 1546 era miembro de la capilla de Fernando de Aragón, duque de Calabria.
Este tenía su residencia en Valencia y es posible que el maestro Cárceres naciese en aquellas tierras.
Parece ser que Cárceres era pautador de los libros de la capilla lo cual podía significar que era el encargado de hacer los pentagramas sobre los que luego se pondrían las notas.
Es posible también que Cárceres contribuyese como copista al Cancionero de Gandía, donde hallamos todas sus obras excepto la ensalada de hoy, quizá su mejor composición.
En algunas de sus obras usa un estilo silábico sencillo pero en otras, sobre todos sus obras religiosas, emplea el latín con una polifonía más elaborada y una buena profusión de melismas.
Una de sus preferencias es la alternancia entre solistas y grupos vocales más grandes.
Disfrutemos pues de la ensalada a la que he aludido titulada La Trulla.
Lo que nos encontramos aquí es una típica estampa navideña de la época.
Ocho pastores conversan entre sí y cantan y bailan ante la Virgen y el nuevo Niño que acaba de nacer.
Dentro de la composición hallamos un magníficat pero eso no indica que tuviese un uso litúrgico aunque sí estaba presente en la música de las festividades.
El magníficat se había ido degenerando y creaba una gran distracción en la música religiosa de la época por lo que parece ser que incluso en algún sínodo había sido prohibido.
El maestro Cárceres adereza la ensalada con una serie de danzas y momentos de lo más variado, creando una gran algarabía alrededor del portal de Belén a la que nosotros podemos unirnos en este día.
La obra fue publicada en Praga en 1581 dentro de una colección con obras de Mateo Flecha.
La interpretación es de La Capella Reial de Catalunya dirigida por Jordi Savall.
LA TRULLA (Ensalada) – Bartomeu Cárceres (fl. 1546)
(«Las Ensaladas de Flecha, maestro de capilla que fue de las Serenísimas Infantas de Castilla, Recopiladas por F. Matheo Flecha su sobrino, Abad de Tyhan y Capellán de las Majestades Caesareas, con algunas suyas y de otros autores, por el mesmo corregidas y echas estampar» – Praga, 1581).
LETRA
– ¡Levanta Gil, and’acá!
– ¿Qué quieres, Bras de Lerena?
– Mira qué trulla que suena,
que la virgen parió ya.
– Si d’eso me hazes cierto,
levantarme yo en un salto.
– And’acá, levanta presto,
verás misterio tan alto.
Llégate, no miras nada,
mira que linda donzella
relumbrante como estrella,
madre y virgen preservada.
Canta, pues, por amor d’ella
una canción entricada.– ¿Qué queréis que os traiga,
Virgen delicada?
¿Qué queréis que os traiga?
Llegastes a Bethlem,
paristes vos a quien
es Dios y hombre también,
Virgen sagrada.
¿Qué queréis que os traiga?
¿Sí queréis mantillas,
queso y mantequillas,
puchero y papillas,
leche y quajada?
¿Qué queréis que os traiga?
– También yo, por mi fé,
pañales os traeré,
bellotas os daré
de mi majada
¿Qué queréis que os traiga?
– Pues migas yo haré
con buena ajada.
¿Qué queréis que os traiga,
Virgen delicada?
¿Qué queréis que os traiga?
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Lamentablemente debido al muy limitado espacio que deja youtube para la descripción de los vídeos, no es posible ni siquiera transcribir la letra de la impresionante Ensalada «La Trulla», auténtico paradigma de este género musical (obvia decir que la ejecución de La Capella Reial de Catalunya es magistral).
Para aquellas personas que quieran la letra, algo fundamental para comprender y disfrutar la obra en toda su dimensión, la pueden encontrar en el siguiente enlace.
Dice Sebastián de Covarrubias en su obra «Tesoro de la lengua castellana o española», Madrid, 1611:
«Y porque en la ensalada echan muchas yerbas diferentes, carnes saladas, pescados, azeytunas, conservas, confituras, yemas de huevos, flor de borraja, grageas y de mucha diversidad de cosas se haze un plato, llamaron ensaladas un genero de canciones que tienen diversos metros, y son como centones, recogidos de diversos Autores. Éstas componen los Maestros de Capilla, para celebrar las fiestas de la Natividad; y tenemos de los Autores antiguos muchas y muy buenas, como el molino, la bomba, el fuego, la justa».
En esta definición, Sebastián de Covarrubias, autor del monumental diccionario de principios del siglo XVII, nos da la clave de las Ensaladas: mezcla de canciones, algunas de ellas populares y conocidas, enlazadas por otros textos musicales que sirven de nexo de unión, variedad de idiomas, de versos y metros distintos, ritmos también diversos, y, en lo compositivo, uso de distintos procedimientos: a tutti, a solo, a dúo, en contrapunto para las partes más narrativas, mayoritariamente homófono para las canciones intercaladas en la narración.
Las Ensaladas acaban con una máxima en latín, que escrita al estilo de un corto motete, ilustra lo que podríamos llamar la moral de la historia.
Por la temática de sus textos las ensaladas se hermanan mayoritariamente con el ciclo navideño.
Contienen historias contadas con un lenguaje simple poniendo en escena a distintos personajes de la lírica tradicional, como pastores, y de la historia sagrada centrada en los sucesos de la navidad: la Virgen, Jesús, Adán…
En la ensalada «La Trulla» (bullicio, ruido), unos pastores llegados de distintos orígenes geográficos, cantan cada uno en su idioma a la Virgen, antes de que ella misma, después de recibir de los pastores un homenaje que contiene incluso una pavana cantada-danzada en su honor (con su posterior gallarda en que se nos explica nada menos que el misterio de la virginidad), cante a su vez y sea respondida por el mismo Jesús hablando amorosamente a su madre.
Bartomeu Cárceres (S. XVI, ¿?), fue un compositor renacentista español, vinculado a la corte valenciana de Fernando de Aragón.
El único dato histórico que hace referencia al nombre de Bartomeu Cárceres, se encuentra en una carta de pago del salario de 1546, a los miembros de la capilla musical del Duque de Calabria.
Cárceres está ahí mencionado como «pautador de libros» (copista de música).
Por lo demás, no sabemos casi nada de la vida de éste músico, aunque a juzgar por su producción, se puede considerar de origen valenciano y relacionado con la corte del Duque de Calabria en Valencia y del Duque de Gandía.
MÚSICA ANTIGUA DE HACE MÁS DE 500 AÑOS
El villancico se remonta a las postrimerías del siglo XIII, pues ciertas cantigas de Alfonso X el Sabio muestran una forma métrica y musical que veremos en los siglos XV y XVI.
Surgido del pueblo, pasó a ser elaborado por escritores y músicos cultos.
Juan del Enzina solía acabar sus églogas con un villancico cantado y a veces bailado.
Su forma es la de estribillo o refrán seguido de las coplas (con su mudanza, enlace y vuelta) y la repetición del estribillo.
El villancico musicado puede no repetir el estribillo al final, pues la vuelta de la copla suele tener la misma rima que aquél, y por tanto lo normal es que tenga la misma música.
El esquema rítmico del villancico musicado no corresponde del todo a la forma musical.
Hacia el año 1400, don íñigo López de Mendoza, marqués de Santillana, puso el título de villancico a uno de sus poemas, pero en lo musical el villancico empieza a dar numerosos frutos desde mediados del siglo XV.
Los Cancioneros de la Colombina y de Palacio recogen un buen número de piezas de este género, que representan una vieja tradición polifónica en la Península Ibérica.
En el segundo encontramos ejemplos de una corriente más compleja desde el punto de vista vocal, acaso consecuencia de la creciente relación entre Castilla y Flandes.
De lo profano a lo sacro
Hay que advertir que el villancico no es aún exclusivamente religioso y, si lo es, no necesariamente hace referencia a la Navidad.
Tuvieron que pasar años para que en el hoy llamado Cancionero de Uppsala (Venecia, 1556) apareciese un apartado que dice: Villancicos de Navidad a tres bozes.
Son 10, entre los que hallamos los muy conocidos No la debemos dormir, Dadme albricias hijos de Eva o Yo me soy la morenica.
Los villancicos de Juan Vázquez, publicados en 1560, son todos profanos.
Los que aparecen en los libros de Luis Milán, Miguel de Fuenllana y Alonso Mudarra ni siquiera son polifónicos, sino para voz con vihuela.
En sus Canciones y villanescas espirituales (Venecia, 1589), el gran Francisco Guerrero incluye 20 villancicos a 5 voces, de tema sacro, aunque no todos navideños.
En el fresco sabor popular de estos años se adivina ya un deseo de convertir el género en el cauce formal donde el pueblo pueda manifestar su júbilo por la venida al mundo del Salvador.
El siglo XVII irá dando la razón a Guerrero, pues el villancico comienza a entrar en el templo con enorme aceptación.
El primer gran maestro que incorpora el villancico en castellano frente al uso del latín en el templo es el villenense Juan Bautista Comes (1582-1643).
Mateo Romero, Carlos Patiño, Juan Hidalgo, Joan Cererols y Miguel de Irizar compusieron bellos villancicos en el estilo característico del siglo XVII, con sus ritmos ternarios muy sincopados y el uso inexcusable del bajo continuo.
El paso del siglo XVII al XVIII representa el apogeo barroco español en ese campo: Sebastián Durón, Antonio Literes, fray José Vaquedano, Miguel Ambiela, Antonio de Yanguas, Jerónimo de Carrión, etc.
Especial interés tiene el alcarreño Juan Manuel de la Puente (1692-1753), cuya obra ofrece ya una clara separación entre la cantata, con sus arias precedidas de recitativos, y el villancico, que sigue la vieja fórmula de estribillo y coplas.
De la Puente, maestro de capilla de la catedral de Jaén de 1716 hasta su muerte, cultiva ya el tipo de villancico que predominará en el siglo XVIII, con las novedades formales y estilísticas del clasicismo (como el uso del violín en los templos, rechazado en principio por la severa tradición polifónica española), en autores como Rodríguez de Hita, Manuel Mencía, Melchor López, Joaquín García y el ilustre Padre Soler, cuyos villancicos comenzó a publicar el más conspicuo estudioso del género, el padre Samuel Rubio.
Línea iberoamericana
Desde el siglo XVII, lo dicho para España se extiende al territorio iberoamericano, donde buen número de autores cultivaron el villancico, desde el México de Sor Juana Inés de la Cruz hasta el Perú virreinal, de la Cuba de Esteban Salas a la Colombia de Juan Ximénez.
Los mexicanos José de Agurto y Loaysa, Antonio de Salazar, Manuel de Sumaya, los peruanos encabezados por Juan de Araujo, músico español que dejó su huella también en Panamá y Bolivia; los guatemaltecos Tomás Pascual y Vicente Sáenz, etc.
El siglo XIX, salvo excepciones, trae consigo la caída del villancico, que no puede hacer frente al auge de otros géneros en latín, principalmente la misa y el motete, pero sobre todo a un sinfonismo cada vez mayor que excede a las posibilidades económicas de la Iglesia.
El villancico, que había generado en tiempos un género tan aceptado como la tonadilla escénica, moría ahogado por la pasión de la ópera italiana.
Pero la Navidad siguió inspirando un tipo de canción popular llamada villancico, nadal, panxoliña, navidad, coplas a lo divino, caramelles, y que creará pequeñas joyas por todo el país.
En Extremadura (Ya viene la vieja); Madrid (Campana sobre campana), Murcia (Dime niño), Cataluña (Fum, fum, fum); Castilla y León (En Belén tocan a fuego); Castilla-La Mancha (Hacia Belén va una burra); País Vasco (Ator, ator); Andalucía (Chiquirriquitín), Aragón (Ya vienen los reyes); Galicia (Falade ben baixo) y el resto del territorio.