Una investigación dice que los pequeños que juegan al son de una melodía son más capaces de reconocer los patrones del habla.
La próxima vez que pase un rato de juego con su bebé acuérdese de ponerle algo de ritmo al momento.
No es necesario que sea una melodía de Mozart, un buen éxito del pop o una canción étnica africana también pueden servir.
Investigadores del Instituto de Ciencias del Aprendizaje y el Cerebro (I-LABS) de la Universidad de Washington han demostrado en un experimento que los pequeños que juegan a seguir el ritmo de la música mejoran sus habilidades cognitivas.
Después de varias sesiones, los niños de 9 meses eran más capaces de identificar y hacer predicciones de patrones no solo en la música, sino también en el habla.
Según los científicos, estas experiencias musicales tempranas pueden tener un efecto más global en la inteligencia del bebé.
«Los bebés experimentan un mundo complejo en el que los sonidos, las luces y las sensaciones varían constantemente», explica Patricia Kuhl, codirectora de I-LABS.
«El trabajo del bebé es reconocer los patrones de actividad y predecir lo que va a ocurrir a continuación.
La percepción de patrones es una importante habilidad cognitiva, y la mejora de esa capacidad temprana puede tener efectos a largo plazo sobre el aprendizaje», continúa.
Al igual que la música, el lenguaje tiene fuertes patrones rítmicos.
Y es precisamente la capacidad de identificar las diferencias en los sonidos del habla lo que ayuda a los bebés a aprender a hablar.
Por ese motivo, los investigadores diseñaron un experimento para ver si la enseñanza de los bebés de un ritmo musical podía ayudarles con los ritmos del habla.
Lo explican en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS). En el transcurso de un mes, 39 bebés asistieron con sus padres a 12 sesiones de juego de 15 minutos.
20 de ellos fueron asignados al grupo de música, en el que sonaban canciones infantiles mientras que un investigador guiaba a los bebés y a sus padres para marcar el ritmo con la música.
Todas las canciones estaban en compás ternario, como en un vals.
Mientras tanto, los 19 bebés del grupo de control asistieron a unas sesiones de juego sin música.
En su lugar, jugaron con coches de juguete, bloques y otros objetos que requerían movimientos coordinados.
«Tanto en los grupos de música como en los de control, dimos a los bebés experiencias que eran sociales, requerían su participación activa e incluían movimientos del cuerpo, todas características que ayudan al aprendizaje», apunta Christina Zhao, autora principal del estudio.
Una semana después de que las sesiones de juego terminaran, las familias regresaron al laboratorio para poder medir las respuestas del cerebro de los bebés.
Los investigadores utilizaron la magnetoencefalografía (MEG) para ver la ubicación exacta y el momento de la actividad cerebral.
Mientras estaban sentados en el escáner cerebral, los bebés escucharon una serie de músicas y sonidos del habla, cada uno en un ritmo que era interrumpido de vez en cuando.
Los científicos querían conocer si el cerebro de los bebés mostraría una respuesta particular para indicar que podía detectar la interrupción.
Los investigadores centraron sus análisis en dos regiones del cerebro, la corteza auditiva y la corteza prefrontal, importante para las habilidades cognitivas tales como el control de la atención y detección de patrones.
Los bebés en el grupo de música tuvieron respuestas cerebrales más fuertes para la interrupción del ritmo de la música y el habla en la corteza auditiva y prefrontal, en comparación con los bebés en el grupo de control.
Esto sugiere que la participación en las sesiones de juego con música mejoraron la capacidad de los bebés para detectar patrones de sonidos.
Música variada
«Las escuelas (de EE.UU.) están disminuyendo experiencias musicales para nuestros hijos, diciendo que son demasiado caras», apunta Kuhl.
«Esta investigación nos recuerda que los efectos de la participación en la música van más allá de la música en sí.
La experiencia de la música tiene el potencial de aumentar las habilidades cognitivas que mejoran la capacidad de los niños para detectar, esperar y reaccionar rápidamente a los patrones en el mundo, lo cual es de gran relevancia en el complejo mundo actual».
Juan García Rico, coordinador didáctico del programa de formación musical Bébé-Musique, que enseña a tocar el piano a bebés desde los 6 meses, también cree que el aprendizaje de un patrón melódico ayuda en el lenguaje hablado y, añade, en la motricidad.
«El lenguaje se aprende de manera natural.
Los padres hablan al bebé antes de que él pueda responder, y con la música pasa igual.
Al ser percibida de forma inmediata interactúa de manera muy potente con el desarrollo verbal», indica a ABC en una conversación telefónica.
En cuanto a la música que deben escuchar los bebés, «el llamado ‘efecto Mozart’ es un montaje.
Ningún bebé va a ser más inteligente por escuchar a Mozart.
Conviene todo tipo de música: sinfónica, electrónica, pop, africana… cuanto más rica mejor, bien hecha, no música barata que repita todo el rato el mismo esquema», comenta.
E insiste: «una experiencia musical no significa que el niño vaya a ser más listo o más inteligente, debe ser entendida como una forma sana de estímulo».
Escrito por JUDITH DE JORGE | ABC Madrid